Los bárbaros y salvajes, tan recurrentes en la fantasía (primero en la literatura y más tarde en todo tipo de medios), atraen a una generación de seguidores tras otra. ¿Dónde hunde sus raíces este personaje arquetípico cuyo máximo exponente es Conan el cimmerio? ¿Por qué nos resulta tan fascinante? Veamos la evolución histórica y cultural que provocó su concepción.
LOS BÁRBAROS EN LA ANTIGÜEDAD: GRECIA Y ROMA
El origen de la palabra «bárbaro» se remonta a la Antigua Grecia, donde se aplicaba este apelativo a todos aquellos pueblos extranjeros y considerados primitivos. Se podría traducir como «balbuceante», pues, para los griegos, estos pueblos se comunicaban en un galimatías incomprensible que ellos imitaban pronunciando las sílabas bar bar (algo así como el bla bla español).
Resulta obvio que los griegos creían que su propia cultura era más avanzada que la de los bárbaros, cuyas sociedades imaginaban como crueles y violentas. Así pues, a Roma no le costó esfuerzo adoptar el término y aplicárselo a todos aquellos pueblos (principalmente germanos y celtas) que habitaban más allá de sus fronteras y se atrevían a plantar cara a su autoridad.
No obstante, el Imperio romano, al expandirse, entra en contacto cada vez con más pueblos bárbaros. Algunas de estas sociedades son conquistadas y se romanizan, es decir, pasan a formar parte de la civilización. Otras, aunque aún despreciadas por los romanos, estrechan relaciones con ellos: cultivan tierras romanas, luchan en el ejército romano… algunos incluso llegan a acumular altos grados de poder.
Por supuesto, siempre existieron turbulencias en esta relación y, entre otras causas, los bárbaros desempeñaron un papel importante en la caída de Roma.
LA EDAD MEDIA: BÁRBAROS E INFIELES
Tras la caída del Imperio romano, surgen reinos bárbaros de mayor o menor importancia por toda Europa y en el norte de África. Paganos en sus comienzos, no tardan en adoptar el cristianismo, lo que tiene un efecto interesante: con su conversión, los antiguos bárbaros comienzan a aplicar ese mismo término despectivo a quienes consideran infieles, principalmente los paganos en el norte y los musulmanes en el sur.
En un contexto histórico tan turbulento, los musulmanes tampoco dudan en tachar de bárbaros a quienes se oponen a la expansión del islam. Buena muestra de ello es el vocablo «bereber», que comparte origen etimológico con «bárbaro», cuyas tribus no se dejaron dominar con facilidad.
Una vez más, se identifica a los extranjeros con culturas diferentes a la propia como atrasados, crueles y peligrosos. Al tener tanto peso la religión, esto justifica cualquier agresión contra todos aquellos considerados infieles (de guerras santas a matanzas indiscriminadas).
CONQUISTA DE AMÉRICA: DE BÁRBAROS A SALVAJES
Con la conquista de América y el inicio de la época colonial, los países europeos entran en contacto con numerosas culturas de todo el mundo desconocidas para ellos. Ignorando su diversidad y las complejidades de sus civilizaciones, definen a estos pueblos como salvajes.
De nuevo emplean un término despectivo para referirse a quienes consideran inferiores, pero tiene lugar un fenómeno curioso. Algunos intelectuales y religiosos no perciben a los salvajes como el enemigo a exterminar, sino como individuos a los que evangelizar (lo cual no impide que a lo largo de los siglos sean víctimas de todo tipo de abusos e incluso genocidios).
El descubrimiento de tantos y tan distintos pueblos supone el germen de una idea llamativa. Frente a la corrupción de la civilización europea, con su violencia y su ambición desmedidas, cada vez más filósofos observan e idealizan una serie de virtudes en los llamados salvajes: la ingenuidad, la vida en comunión con la naturaleza, etc. El mito del buen salvaje empieza a tomar forma.
EL MITO DEL BUEN SALVAJE EN LA LITERATURA
Ya en el siglo XVIII, autores como Rousseau han desarrollado por completo el mito del buen salvaje. Es en la literatura donde este concepto se desarrolla al máximo, con obras más o menos fantásticas que presentan a humanos criados por bestias salvajes en ambientes exóticos, tales como El libro de la selva (Rudyard Kipling, 1894) o las historias pulp de Tarzán publicadas por Edgar Rice Burroughs a partir de 1912.
En el segundo ejemplo, es interesante destacar que el héroe es un hombre blanco que, al liberarse de las limitaciones de la civilización, desarrolla unas capacidades que superan a las de los individuos de otras razas con las que convive e incluso a las de los animales. Al fin y al cabo, fueran cuales fuesen las intenciones de los autores de esta época, son herederos de las ideas colonialistas.
CONAN Y LOS BÁRBAROS EN LA FANTASÍA
Heredero de todo lo anterior, en 1932 nace el arquetipo del bárbaro en la fantasía: Conan el cimmerio, de Robert E. Howard. Se trata de un personaje complejo, con luces y sombras. A lo largo de los numerosos relatos que protagoniza, comete todo tipo de fechorías: hurtos, asesinatos, piratería… incluso regicidios. Sin embargo, su particular sentido del honor, que lo lleva a proteger a los más débiles y a defender lo que considera justo y noble cueste lo que cueste, nos hace empatizar con él.
A diferencia de los bárbaros históricos, Conan sí se define a sí mismo como bárbaro, distinguiéndose tanto de los salvajes como de los civilizados. De hecho, la oposición entre civilización y barbarie es una constante en sus aventuras. Desprecia la civilización al considerarla corrupta y decadente, pero al mismo tiempo se siente atraído hacia ella una y otra vez, pues es fuente de placer y riquezas.
Durante buena parte del siglo XX, numerosos clones y versiones de Conan perpetúan el arquetipo del bárbaro con características de superhombre nietzscheano. Solo a finales de siglo empiezan a surgir bárbaros fantásticos que se distancian de este arquetipo.
Pueblos como los norteños de Joe Abercrombie, los salvajes o los Dothraki de George R. R. Martin, por poner un par de ejemplos conocidos, poseen nuestras mismas debilidades: envidia, temor a lo desconocido, crueldad… Aun así, la civilización a menudo les asusta o les desagrada, y sus características positivas (valentía, fuerza de voluntad, honor, etc.) beben directamente de Conan.
CONCLUSIÓN
Aunque hoy en día sabemos que el mito del buen salvaje es solo eso, un mito, los bárbaros y salvajes que pueblan los mundos fantásticos nos resultan tan atractivos como siempre. Tal vez porque siempre han sido personajes con claroscuros, y ahora más que nunca, más parecidos a nosotros mismos que los héroes sin tacha y los villanos capaces de una maldad infinita. Puede que la pérdida de contacto con la naturaleza y la corrupción de la civilización de la que ya hablaban los académicos hace siglos también influyan en nuestra percepción. Pese a que no se nos oculta su dureza su modo de vida nos parece más puro que el nuestro, noble incluso.
Los bárbaros y salvajes simbolizan la libertad que tanto anhelamos, pero sin idealizarla, mostrándonos todas las incomodidades que conlleva.
Ilustración en imagen destacada: Antti Hakosaari