La ciencia ficción es un género dinámico que a lo largo de su historia se ha empapado de las circunstancias políticas, sociales y económicas del momento. Desde sus primeros pasos en el siglo XIX a través de grandes autores como Julio Verne, en multitud de libros, y posteriormente películas, series y videojuegos, se han plasmado las inquietudes o preguntas que la humanidad se ha hecho sobre cómo puede ser su futuro en diversos contextos.
Este fenómeno ha sido algo cíclico. En los últimos años, al amparo de un nuevo marco social, el cine de ciencia ficción, las obras literarias y las series, han experimentado un renacimiento. A pesar de que las creaciones que pueden encajar en esta temática y todos sus subgéneros nunca han desaparecido, lo cierto es que la demanda de los espectadores en cada momento ha tenido su impacto en la cantidad de ellas que han llegado al gran público.
En el caso del séptimo arte, aunque a primera vista pueda parecer que las cintas de ciencia ficción son un mero canal de evasión que por un instante nos aleja del mundo y sus problemas, la situación es muy diferente. Gran parte de las producciones que encajan aquí tienen un marcado componente reflexivo que, de nuevo, no permanece ajeno a la realidad del momento.
Desde sus orígenes, la ciencia ficción también ha servido para intentar dar una explicación a aquello que no comprendemos. También ha sido una potente generadora de emociones y, además, se ha atrevido a crear realidades alternativas en las que se invita al público a cuestionarlo todo. Para intentar ofrecer las respuestas, han surgido decenas de subgéneros que han experimentado etapas de auge y caída a lo largo del tiempo. La aparición de cada uno de ellos no ha sido algo fortuito.
Los años cuarenta: el cine al servicio de la guerra
Tras la Segunda Guerra Mundial, el cine experimentó una nueva edad de oro en Estados Unidos. Podemos establecer una línea temporal: una primera etapa, desarrollada en los años 20 y 30 tras la que se sucedió un parón a causa de la Segunda Guerra Mundial, y un nuevo apogeo tras el conflicto.
Al finalizar la contienda, las producciones de todo tipo se multiplicaron y la ciencia ficción comenzó a adquirir un papel propio. El contexto de posguerra y pobreza en Europa y Asia dio como resultado que Hollywood se consolidara como referente cinematográfico mundial. En los años cuarenta, el mayor enfrentamiento bélico de todos los tiempos marcó la manera de hacer cine. Los avances tecnológicos se mezclaron con restricciones presupuestarias.
Por otro lado, las cintas adquirieron un papel propagandístico con una gran carga ideológica. El cine bélico y el western fueron las corrientes con mayor número de lanzamientos en la década de los cuarenta. La Diligencia o Casablanca fueron dos de los filmes más populares del momento.
Una vez acabada la guerra, la Unión Soviética se convirtió en la nueva enemiga. El componente ideológico de las películas no disminuyó, sino que aumentó pero con nuevas perspectivas. Este acontecimiento fue uno de los causantes de una nueva carrera tecnológica que se trasladó a toda la sociedad y que por supuesto, también afectó al cine.
Los años cincuenta: interés renovado en el cine de ciencia ficción
La obra La Guerra de los Mundos, de H.G Welles, fue una fuente de inspiración y, a grandes rasgos, el eje en torno al cual pivotaron gran parte de las películas de ciencia ficción producidas en Estados Unidos durante los años cincuenta. En esa carrera tecnológica surgida tras la Segunda Guerra Mundial, la exploración espacial tuvo un papel muy destacado.
La retransmisión radiofónica de esta novela en 1938 fue uno de los grandes hitos de la historia de la radio. Su recuerdo aún estaba reciente, y pronto en Hollywood vieron el potencial de llevar las invasiones extraterrestres a la gran pantalla. Los nuevos efectos especiales y técnicas de producción facilitaron su llegada. En Estados Unidos, el cine de ciencia ficción de la década tuvo como pilar la aparición de especies procedentes de otros planetas. En estas cintas, la presencia del ejército del país norteamericano era constante, lo que indirectamente servía para hacer propaganda del poderío militar estadounidense y su supremacía tras la Segunda Guerra Mundial.
El año 1950 puede considerarse como un punto de partida con el estreno de una película que puede considerarse pionera de la ciencia ficción y un referente en cuanto a rigor científico. Se trata de Con destino a la Luna dirigida por Irving Pichel. Este film narra cómo un general, un ingeniero y un doctor trabajan juntos para lanzar un cohete que sea capaz de llegar al satélite tras el fracaso de una prueba anterior realizada unos años antes.
Lo más destacado de esta cinta es el hecho de que su director quería realismo y no ficción, contratando a un equipo de astrofísicos e ingenieros que le asesoraron sobre las posibilidades reales de esa nave. Además trató de construir un escenario lo más parecido posible al de la Luna.
Un año más tarde, en 1951 llegó a las carteleras una de las pioneras no solo de la ciencia ficción sino del cine de catástrofes: Cuando los mundos chocan, de Rudolph Maté. Su argumento es el siguiente: un planeta llamado Zyra pasará cerca de la Tierra, generando grandes desastres naturales. Unos días después, será seguido por otro planeta llamado Bellus y que será el que finalmente destruya nuestro planeta. En esta situación, un científico idea una nave espacial para transportar a Zyra a un grupo de personas que puedan sobrevivir a la extinción de la humanidad. La ONU rechazará el proyecto, que recae en manos privadas y que finalmente generará el debate ético de quién deberá subir a esa nave.
También en 1951 se estrenó El enigma de otro mundo, de Christian Nyby. Este film es considerado como el primer largometraje de invasiones extraterrestres. Tras la caída de un cuerpo desconocido en el Polo Norte, un periodista y un capitán de las Fuerzas Aéreas viajan hasta el lugar para investigar lo sucedido. Allí descubren un platillo volante y un cuerpo extraterrestre congelado. Tras llevarlo a unas instalaciones científicas, esta criatura despertará con intenciones hostiles.
Sin embargo, la hegemonía de Hollywood no significaba que en el resto del mundo se dejara de hacer cine y, sobre todo, de ciencia ficción. Japón puede considerarse el otro foco del género en la década de los cincuenta. El archipiélago asiático padeció una dura posguerra que también se tradujo en la manera de contar historias. Toda la cultura, desde la literatura y el teatro, hasta el cine, fueron los canales de expresión de la sociedad nipona. En multitud de obras, se contaban los horrores y traumas del conflicto que finalizó con el lanzamiento de las dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
Las secuelas físicas, y especialmente las psicológicas, de esas detonaciones siguen estando presentes en la sociedad japonesa. La catarsis generada fue de tal magnitud que el país se declaró pacifista en sus textos constitucionales posteriores y la población se opuso en gran medida a la participación en conflictos armados en el exterior.
Este mensaje pacifista se trasladó a la cultura, teniendo su máxima expresión en la creación de un subgénero cinematográfico que ha conseguido una identidad propia dentro de la ciencia ficción. A día de hoy ha ganado más protagonismo y vive una segunda edad de oro. Se trata de las kaiju eiga o las «películas de monstruos».
Su mayor representante es, sin duda alguna, Godzilla. La primera cinta que tenía como protagonista a esta criatura gigante con poderes radiactivos fue estrenada en 1954. Producida por los estudios Toho, fue el origen de una franquicia que contando solo los films de procedencia nipona, suma ya 32 películas, siendo la última de ellas Godzilla Minus One, de 2023, todo un éxito de taquilla dentro y fuera del archipiélago asiático.
El director de esta primera película, Ishiro Honda, quería mostrar al público una metáfora sobre los ataques nucleares que Japón sufrió en 1945. Sin embargo, a medida que fueron pasando los años, Godzilla fue evolucionando e introduciendo otros elementos de la ciencia ficción como las civilizaciones alienígenas u otros monstruos procedentes del espacio, mostrando en todas ellas una postura ambivalente que iba desde la protección de la humanidad y, sobre todo, de Japón de sus enemigos, hasta una confrontación con los seres humanos tal y como sucede en Shin Godzilla. Alrededor de este monstruo surgió un universo propio que no solo se manifestó en la aparición de secuelas durante los últimos sesenta años, sino también de una serie de spin offs como Rodan: los hijos del volcán, de 1956, o Godzilla contraataca, de 1955.
Al otro lado del Pacífico, Estados Unidos también experimentó con este subgénero al mismo tiempo que en Japón surgía Godzilla. Las pruebas nucleares realizadas por el gobierno norteamericano en los años cincuenta pronto trascendieron a la opinión pública, desatando multitud de críticas en una sociedad que también reclamaba una actitud menos belicista por parte de sus gobernantes. Estas protestas se manifestaron en la gran pantalla con dos cintas que merecen un reconocimiento: La humanidad en peligro, de 1954, y Tarántula, de 1955. En la primera, el enemigo es una horda de hormigas radiactivas que surgieron como consecuencia de una serie de pruebas atómicas en Nuevo México. La segunda cuenta la existencia de una gran araña como resultado de un experimento fallido para resolver el hambre en el mundo.
El nuevo contexto social, político y económico propició la aparición de nuevos miedos ya no tanto a un nuevo conflicto bélico, tal y como se mostraría en el cine del género de la década de los cincuenta, sino más bien a un avance tecnológico descontrolado que, a pesar de tener muchas posibilidades y ofrecer beneficios a la humanidad, también se desconocía o se temían sus consecuencias.
Una de las cintas más representativas de finales de los años cincuenta fue Planeta prohibido, de 1956. Dirigida por Fred M. Wilcox, hace una apuesta arriesgada, ya no por el hecho de contar un viaje interestelar, sino de cómo los protagonistas que llegan a un planeta desconocido dejan de lado los roles que habrían tenido en la Tierra creando un nuevo sistema de relaciones interpersonales y organización.
Las invasiones extraterrestres fueron el otro gran tema que inspiró decenas de películas de ciencia ficción. El incidente de Roswell disparó la imaginación de directores y escritores así como el interés de la población en los seres del espacio. También en el año 1956 se estrenó La Tierra contra los platillos voladores, en la que un grupo de naves espaciales destruye los monumentos más emblemáticos de Washington tal y como haría luego Ronald Emmerich en Independence Day cuarenta años después. Esta película, junto a otras producciones, sentaría las bases de todas aquellas cuyo argumento giraba en torno a la llegada de otras civilizaciones alienígenas a nuestro planeta: un desarrollo tecnológico muy superior al nuestro, miedo y paranoia por parte de la humanidad, y ansias de conquista de la Tierra después de que su planeta natal hubiera sido destruido por esas mismas especies alienígenas.
No obstante, el predominio de unas corrientes muy concretas en el cine de ciencia ficción de los cincuenta no significa que dejaran de explorarse otras temáticas. En La mujer y el Monstruo, de 1954, se hace una sutil crítica al colonialismo occidental y al racismo a través de la historia de una exploradora que viaja al Amazonas y descubre un híbrido entre humano y anfibio que nos recordará a la más reciente La forma del agua, de Guillermo del Toro.
Los años sesenta: nuevas ideas para un género en auge
Con el cambio de década y el recrudecimiento de la Guerra Fría, el pacifismo y oposición a lo nuclear fueron desplazados a un segundo plano. De nuevo, esto tuvo su repercusión en las películas de ciencia ficción. En los años sesenta, la carrera espacial fue protagonista y eso se tradujo en la aparición de cintas que ya no solo tenían mayores presupuestos y avances técnicos en su producción, sino que también se mostraban más reflexivas, con historias más coherentes a diferencia de las narraciones más irracionales y paranoicas de la década anterior.
En esta época sigue presente ese miedo ante unos avances tecnológicos descontrolados, haciendo hincapié en las consecuencias que puede tener para el futuro de la Tierra y la propia humanidad ese progreso ilimitado. Sin embargo, tal y como sucedía en la década anterior, se siguieron haciendo películas de multitud de temáticas. Una de las más populares y que decidió seguir apostando por el miedo a lo nuclear fue El día en que la Tierra se incendió, del año 1961. En ella, se intenta hacer un ejercicio de reflexión en el que sus protagonistas simplemente intentan sobrevivir en un mundo arrasado por un desastre nuclear. Otra de las producciones más populares fue El hombre con rayos X en los ojos, estrenada en 1963 y dirigida por Roger Corman. Cuenta la historia de un científico que investiga sobre la vista que tras experimentar en él mismo con unas gotas que le confieren una visión sobrenatural y que al poco tiempo, empieza a perder el control de la misma.
La guerra y el desarrollo científico siempre han estado ligados y en el cine de ciencia ficción de los sesenta esa unión fue fuente de inspiración. El contexto de Guerra Fría lanzaba multitud de interrogantes sobre cuál podría ser el destino de la humanidad en caso de conflicto y otra de las cintas que intentó responder a esa cuestión fue El último hombre sobre la Tierra. Estrenada en 1964, muestra cómo, tras una guerra biológica, solo queda un único ser humano en el planeta después de que el resto se convirtiera en monstruos nocturnos. Es considerada como la versión primigenia de la popular Soy leyenda protagonizada por Will Smith en 2007 y que, a su vez, fue predecesora de otra cinta llamada El último hombre… vivo.
En los años sesenta, Europa Occidental vivió una expansión económica sin precedentes. Esto se manifestó en multitud de aspectos, entre ellos, una mayor inversión en cultura y cine. En el Viejo Continente, la ciencia ficción también tuvo su espacio con cintas como Alphaville, una película francesa estrenada en 1965 y que mezcla elementos policiacos con otros propios de las distopías como un ordenador que controla toda una ciudad y a sus habitantes a través de impulsos eléctricos imperceptibles en sus cerebros.
Pero sin duda, una de las imprescindibles de la década fue Fahrenheit 451. Basada en la popular novela homónima de Ray Bradbury, pronto se convirtió en una película de culto. Esta cuenta la historia de un bombero llamado Guy Montag que se dedica a quemar libros prohibidos por las autoridades. Pronto conocerá a una maestra que hará que su sistema de valores se tambalee.
Durante esta década, el cine de ciencia ficción se salió de los límites y temáticas establecidos en los años cincuenta. El resultado fue que se exploraron nuevas fórmulas cuyos mayores representantes llegaron a finales de esta década: El Planeta de los Simios, de 1968, y 2001: una odisea en el espacio. Sobre la primera, es totalmente reconocible para todos los públicos un Charlton Heston postrado enfrente de una Estatua de la Libertad en ruinas tras descubrir que ese planeta gobernado por simios es en realidad la Tierra. De la segunda, es inconfundible la huella de su director, Stanley Kubrick, al cuidar absolutamente todos los detalles en cada personaje, escenario o localización en los algo más de 140 minutos que dura la cinta.
Entre los años 40 y los 60, el cine de ciencia ficción pasó por una serie de etapas que poco a poco lo fueron consolidando. Tras permanecer en un plano muy discreto durante la Segunda Guerra Mundial, en los años cincuenta sirvió como catalizador de las emociones e inquietudes de la sociedad tras el conflicto. Más tarde, en los años sesenta, ya no solo se convirtió en el escaparate de avances tecnológicos al mostrar cómo sería el futuro de la humanidad si seguía ciertos caminos, sino también en una de las mejores vías para reflexionar sobre cómo la sociedad del momento intentaba adivinar cuáles eran las consecuencias de las acciones que se realizaban en ese momento.
Un artículo de Enrique Moraleda
Disponible la segunda parte.
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