La Navidad es tiempo de celebración, villancicos, regalos, comilonas y ¿fantasmas?
Pues sí, tal es la tradición inglesa. Una tradición que se consolidó a finales de la era victoriana, conocida como la edad dorada del cuento de fantasmas, pero que extiende sus raíces al menos hasta 1843. Fue el año en que Charles Dickens publicó su Cuento de Navidad. La novela corta, ilustrada por John Leech (con las láminas a color que acompañan a este artículo y otras cuatro en blanco y negro), atrapó la imaginación de los lectores y contribuyó a redefinir cómo se vivía esa época del año. Pero no sería el único de los cuentos de Navidad de estas características, como veremos.
En 1836 Dickens ya había escrito un relato que a grandes rasgos preconfigura su mucho más famoso Cuento de Navidad. En este caso, quienes muestran el pasado y el futuro al tacaño protagonista no son fantasmas, sino unos duendes (goblins).
Porque, aunque hoy nos parezca insólito, a principios del siglo XIX la Navidad no era gran cosa. A su declive habían contribuido varios factores. En 1647, por ejemplo, Oliver Cromwell, de acuerdo con su filosofía puritana, prohibió lo que denominaba «Día del Jolgorio de los Paganos». Durante once años no se permitieron los adornos, ni los villancicos, ni los festines. La policía tenía orden de confiscar todos los símbolos navideños y de enfrentarse violentamente a quienes, pese a todo, desafiaban la ley. Carlos II reinstauró los festejos en 1658, pero pese a todo no se pudo evitar un lento declive, al que la revolución industrial asestó un golpe casi definitivo.
La pérdida de popularidad tuvo mucho que ver con el brusco cambio de la sociedad, que en pocos años pasó de ser eminentemente rural a urbana. Esas viejas celebraciones campesinas ya no parecían adecuadas para la ciudad. Además, las exigencias de la industria hacia la clase trabajadora eliminaron muchos días tradicionalmente festivos, entre ellos la Navidad. Hacia 1840, sin embargo, consumida ya la novedad e instaurada en cierto modo la nueva realidad socioeconómica, empezó a darse un redescubrimiento nostálgico de aquellas festividades que para muchos no eran sino un grato recuerdo de infancia. Entres esos muchos se contaba un afamado escritor, Charles Dickens.
La Navidad, como festividad cristiana, se desarrolló adoptando muchos rituales paganos. En particular los relacionados con la celebración nórdica del solsticio de invierno, o Yule.
EL NACIMIENTO DE UNA TRADICIÓN NAVIDEÑA
En 1836 ya había escrito un relato, El cuento de los duendes que se robaron a un sacristán, que a grandes rasgos preconfigura su mucho más famoso Cuento de Navidad. En este caso, quienes muestran el pasado y el futuro al tacaño protagonista no son fantasmas, sino unos duendes (goblins). Ese elemento quizás provenga de El libro de escenas de Geoffrey Crayon, Gent., de Washington Irving (1819-1820). Incluía las famosas historias «La leyenda de Sleepy Hollow» y «Rip Van Winkle», uno de los cuentos precursores sobre viajes en el tiempo.
Entre los ensayos recogidos en el libro, había cinco dedicados a la celebración tradicional de la Navidad en la campiña inglesa, tal y como pudo vivirla en una antigua mansión solariega durante un viaje por Gran Bretaña (recopilados en el volumen Vieja Navidad). Irving menciona diversas tradiciones de las que fue testigo, y que sirvieron de modelo para un renovado interés por las antiguas festividades de Yule tanto en los EE.UU. como en el Reino Unido. En particular nombra una que sirvió de inspiración a Dickens, pues comenta la costumbre de reunirse la víspera de Navidad junto al fuego en familia para contar cuentos de aparecidos.
Dickens había visitado a principios de año una mina de estaño, y se había escandalizado con las condiciones en las que trabajaban los niños de la clase obrera. Su propósito inicial había sido escribir un panfleto al respecto.
Aparte del libro de Irving, no existen muchas más menciones de esta tradición, aunque presenta un aroma a antiguo. Después de todo, la Navidad, como festividad cristiana, se desarrolló adoptando muchos rituales paganos. En particular los relacionados con la celebración nórdica del solsticio de invierno, o Yule. En ella, durante las noches más oscuras y frías del año, se recordaba en familia a los ancestros y amigos ausentes. ¿Qué mejor escenario para relatarse entre susurros cuentos de fantasmas?
De hecho, existe una expresión en desuso, la de los Cuentos de Invierno (Winter’s Tales). Parece hacer referencia a narraciones con una inclinación particularmente morbosa y fantástica, tal y como se desprende del uso de esta etiqueta tanto por Christopher Marlowe en El judío de Malta (1589) (Recuerdo ahora las palabras de las viejas matronas, quienes en mi abundancia me contarían cuentos de invierno, y hablarían de espíritus y fantasmas que se deslizan en la noche), como por el propio William Shakespeare en su Cuento de Invierno (1611), donde en boca de uno de los personajes se comenta: «Un cuento triste es lo mejor para el invierno; tengo uno, de trasgos y duendes».
LOS FANTASMAS DE LA CARIDAD
Por supuesto, Charles Dickens añadió mucho más a su historia para hacerla navideña. Está, por ejemplo, su intencionalidad social. El autor había visitado a principios de año una mina de estaño, y se había escandalizado con las condiciones en las que trabajaban los niños de la clase obrera, que tan solo podían acudir a unas miserables escuelas de caridad permanentemente infrafinanciadas. Su propósito inicial había sido escribir un panfleto al respecto, pero con el transcurso de los meses llegó a la conclusión de que sería más efectiva una emotiva historia de Navidad para llegar al corazón de la clase acomodada. Así, entremezclando este propósito con su antigua historia e introduciendo a los fantasmas, nació «A christmas carol. In prose. Being a ghost story of Christmas».
Una edición económica pirata privó a Dickens no solo de ventas, sino que le costó buena parte de sus ganancias en concepto de minutas legales.
La novela corta se puso a la venta el 19 de diciembre, y para Nochebuena ya había agotado su primera tirada de seis mil ejemplares, a la que siguieron muchas más a lo largo de 1844.
Pese a su éxito, supuso una empresa económicamente decepcionante para Dickens, dado el elevado precio de producción. Sus exigencias en materia de calidad de edición dejaban poco margen de beneficio, pese a tratarse de un ejemplar caro. Por añadidura, una edición económica pirata le privó no solo de ventas, sino que le costó buena parte de sus ganancias en concepto de minutas legales. Dickens ganó el juicio y logró frenar las ventas ilegales. Pero la editorial culpable se declaró en quiebra, evitando así tener que pagar nada. A la larga, sin embargo, le resultó rentable. Empezando en 1852 y hasta su muerte en 1870, Dickens se dedicó a realizar rentables lecturas públicas de la obra (en número superior al centenar). A día de hoy, por supuesto, las ventas de la novela corta se contabilizan por millones y ha sido adaptada docenas y docenas de veces al teatro, la televisión, el cine e incluso la ópera o el ballet, por no hablar de las parodias o imitaciones.
En otras palabras: Cuento de Navidad supo tocar una fibra muy sensible en el público ya no solo de su época, sino de todas las épocas, y ha mantenido una vigencia envidiable para una historia escrita hace más de un siglo y medio. Oh, sí, y puso de moda los cuentos navideños de fantasmas.
OTROS CUENTOS DE NAVIDAD FANTASMAGÓRICOS
Existen, claro está, otros cuentos de Navidad. El propio Dickens escribió uno de ellos: El hechizado y el trato con el fantasma (1848). Fue la quinta y última de sus novelas cortas navideñas. Entre las primeras muestras de otros autores tenemos la de otra maestra de la narración de fantasmas, Charlotte Riddell, con A strange Christmas game (1868). Pronto la siguió nada menos que Joseph Sheridan Le Fanu con El sacristán muerto (1871). Para cuando llegó la época dorada del cuento de fantasmas (entre 1880 y 1920), cualquier autor que se preciara de cultivar el género tenía que escribir su cuento navideño de fantasmas, Así, tenemos historias de James Barrie (El fantasma de la Nochebuena, 1890), John Kendrick Bangs (El cuento de Navidad de Thurlow, 1894) o Algernon Blackwood (La bolsa-maletín, 1908; Transición, 1913). Incluso Henry James enmarcó su obra clásica de fantasmas, Otra vuelta de tuerca (1898), como una historia contada en Navidad.
El trabajo de décadas de M. R. James unió definitivamente en la tradición británica la Navidad con los cuentos de fantasmas.
El gran impulsor del cuento de fantasmas victoriano, Montague Rhodes James, sin embargo, no se caracterizó por escribir cuentos de Navidad de fantasmas (solo uno de sus relatos, Historia de una desaparición y una aparición, de 1913, se ambienta en Navidad), pero sí por escribir cuentos de fantasmas para leerlos en Navidad. Así, la mayor parte de sus treinta y tres relatos de fantasmas fueron hechos públicos inicialmente ante un reducido público de alumnos y profesores universitarios, frente al fuego, durante la Nochebuena, en los sucesivos colleges donde trabajó. De ahí a su compilación en cuatro tomos, empezando por Cuentos de fantasmas de un anticuario (1904).
El trabajo de décadas de M. R. James unió definitivamente en la tradición británica la Navidad con los cuentos de fantasmas, y aunque la popularidad del subgénero disminuyó mucho, por motivos obvios, tras la Primera Guerra Mundial, no se perdió por completo, y así tenemos aportaciones de H. P. Lovecraft (El festival, 1925) o A. M. Burrage (Soy yo, 1829). Incluso, a partir de 1971, empezó a emitirse durante ocho años un especial navideño en la BBC. Titulado A ghost story for Christmas, adaptaba inicialmente cuentos de Navidad de M. R. James y uno del propio Dickens. El especial fue recuperado recientemente, con otros seis cortometrajes emitidos entre 2004 y 2019 (cinco de ellos adaptando historias de M. R. James).
La tradición no está muerta. Tan recientemente como en 2013 The Guardian propuso a un quinteto de autores contemporáneos la escritura de cuentos navideños de fantasmas, y el resultado ha sido reconocido como origen de algunas de las mejores muestras del género.
Así pues, si os cansan los villancicos y los clónicos telefilmes de sobremesa navideños, podéis dedicar la Nochebuena a abrigaros con mantas, sentaros en grupo y contaros historias de fantasmas. Estaréis cumpliendo con una tradición que se remonta quizás a los tiempos de Yule, cuando los horrores de la fría oscuridad se conjuraban compartiendo estremecimientos con los amigos al calor del fuego.
2 comments
Muy interesante, Sergio. Estupendo artículo. Felicitaciones (con fantasmas, si lo prefieres) 😀
Muchas gracias (hoy con fantasmas, por supuesto).