Título de la obra: ¡Madre mía!: Las madres en la ficción
Autor: Alicia Pérez Gil
Editorial: Dilatando Mentes
Año de edición: 2024
Extensión: 225 páginas
Encuadernación: Rústica, tapa blanda con solapa
PVP: 20,95 € (papel)
Dicen que la peor madre es la que no se tiene, pero en la ficción aparecen representadas varios tipos de maternidades no necesariamente sanas que vienen a indicar lo contrario. De la idea que nos impone la sociedad sobre cómo ser madre a lo que en realidad es, media un abismo. Pero ya desde antes de la concepción, la mujer es juzgada por no querer ser madre o por poner por delante como objetivo vital su carrera profesional que el formar una familia. El cine y la televisión reflejan estas tensiones sociales, de manera que las madres que se salen de esta narrativa de madre perfecta suelen ser castigadas.
Alicia Pérez Gil repasa todos los estratos de la vida maternal en ¡Madre mía!: Las madres en la ficción, desde el noviazgo hasta la crianza pasando por la gestación. Y nos remite a productos audiovisuales que están muy presentes en la memoria colectiva y a escenas que tenemos grabadas a fuego en nuestros recuerdos, como es el caso de la escena de la ducha de Carrie para ilustrar la llegada de la regla. Algo que une o separa a madres según las creencias inculcadas y demás. El fanatismo religioso siempre ha dado a la menstruación una dimensión en la que la mujer es impura, dejando de lado la faceta de que ya puede tener hijos. Parece que preocupa más el sexo que la procreación.
También analiza la gestación, poniendo de ejemplo películas como La semilla del diablo, de Roman Polansky, en la que una pareja se muda a un nuevo apartamento donde sus adorables vecinos ancianos son satánicos. O el parto, momento crítico donde los haya tanto para la madre como para el hijo, que también da miedo desde el punto de vista físico y mental. Tanto es así que la temida depresión postparto o la falta de cariño al infante ha visto su reflejo en películas como Tenemos que hablar de Kevin (basada en la novela homónima de Lionel Shriver).
Parece además que un rasgo común a monstruos y psicópatas es la falta de cariño maternal. Suelen provenir de hogares disfuncionales o destrozados (como es el caso de Charles Manson, hijo de una prostituta menor de edad), pero sin embargo la figura del padre ausente pasa a un segundo plano y todos los focos se centran en las madres, como Norman Bates de Psicosis, Jason Vorhees, etc. Freddy Krueger también tuvo una infancia horrible, al igual que los asesinos de Scream también culpan a sus madres para empezar su carrera de depravación.
Por supuesto, tan malo es el poco cariño como el exceso. Cersei Lannister, de Juego de Tronos, es malvada, pero se justifica diciendo que todo lo hace por el bien de sus hijos, con lo que se crea cierta empatía con el lector. Es el mismo caso que Catelyn Stark, capaz de empezar una guerra acusando al hermano de la reina de tirar a su hijo por la ventana, una guerra que lleva a la muerte a otro de sus hijos. Esta maternidad mal entendida, de tintes shakesperianos, es analizada en el libro, al igual que otra madre de Juego de Tronos: Daenerys Targaryen, madre de dragones y de esclavos, pero incapaz de dar a luz un hijo sano.
Son ejemplos de madres que a veces parecen exagerados y diametralmente opuestos a lo que vemos en la vida diaria. Pero son los pequeños detalles, como los de no atender a tu hijo, o no darle la crianza que necesita, o sobreprotegerlo con la mejor intención los que pueden crear monstruos. Una responsabilidad apabullante que recae sobre todas las progenitoras del mundo que al final acaban haciendo lo que pueden.
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