Título de la obra: El árbol de Sefarad
Autor/a: Lola Robles
Editorial: Cerbero
Año de Edición: 2018
Extensión: 250 páginas
PVP: 5€
En enero, Lola Robles publicó, una nueva novela corta en la editorial Cerbero con una perspectiva bastante diferente de la que nos encontrábamos en Yabarí o El Informe Monteverde. En El árbol de Sefarad nos hallamos en un futuro cercano caracterizado por tres eventos: hay soldados estadounidenses en lationamérica, lo que hace pensar que pueda haber una nueva guerra; ante la perspectiva inderrocable del capitalismo han surgido diversos Enclaves que funcionan como comunas; y existe la perspectiva de paz entre Palestina e Israel al presentarse un mismo candidato en ambos territorios con una propuesta unificadora.
Este contexto le sirve a Robles para contar dos historias paralelas que acaban colisionando en un punto de la novela: la de un soldado cíborg y la de un Enclave y las personas que lo habitan. Pero el núcleo de esta obra no son las tramas en sí, sino los diversos temas que a la autora le interesa tratar.
No es la primera vez que Robles plantea alternativas al capitalismo —algo que Le Guin aprobaría, sin duda—, pero esta vez no lo hace en un planeta con excedente de recursos, sino en el nuestro. Y esto plantea una serie de retos que los personajes tendrán que afrontar, porque todos son hijos sanos del sistema socioeconómico en el que han nacido y crecido. Cada personaje está en el Enclave por razones diferentes, algunas de las cuales nos serán reveladas durante el transcurso de la novela, pero no porque realmente crean en la causa. Sin embargo, se mantienen unidos a pesar de las diferencias y de todos los que lo intentaron y se marcharon antes que ellos. Quizá este es de los pocos puntos optimistas que tiene la obra junto a la paz palestinoisraelí: el hecho de que personas muy diversas convivan de forma colaborativa, independientemente de su identidad de género, su orientación sexual, su procedencia, su religión o su pasado.
En ocasiones se sentía igual que dentro de un cuarto cerrado, contemplando desde la ventana un jardín donde otros celebraban la fiesta de la vida. La inseguridad de siempre respecto de su propio cuerpo, el miedo al daño de su alma. El temor permanecía allí, como un perro fiel. Entregarse a alguien era demasiado peligroso, era quedar a su merced. Mejor no intentarlo siquiera.
El resto del futuro que la autora esboza no es tan halagüeño. En ese sentido, la crítica a la gestación subrogada juega un papel fundamental, así como la crítica a gran parte de los fundamentalismos del heteropatriarcado, enfundados en la mente de un solo hombre: Donald Webber. Para mí es, sin duda, uno de los personajes más interesantes. Es despreciable y protagoniza las escenas más duras de la novela —esas que te dejan con el estómago revuelto—, pero es hijo de su entorno. Y eso transmite de forma consciente cierta sensación de fracaso, de inevitabilidad. ¿Es realmente factible una revolución a gran escala? ¿O cualquier intento de cambiar el sistema acabará en una situación similar como la que estamos viviendo con Cataluña? Porque sí, en El árbol de Sefarad también hay referencias a nuestra actualidad, aunque no lo trate en profundidad.

Lola Robles
¿Y cómo se tratan todos estos temas en un bolsilibro de 250 páginas, que, calculo, tendrá unas 28000 palabras? Pues con una estructura poco común, que sacará a más de uno de la lectura, puesto que hay más fragmentos de exposición que de acción y a veces da la sensación de que no es una novela lo que estamos leyendo, sino la descripción del mundo que está construyendo. Muchos dirán que esta historia no cumple ninguno de los consejos para escritores que rondan por las redes, y tendrán razón, pero eso no la hace una mala novela. Robles es muy consciente de lo que quería contar y cómo quería contarlo. Puede gustar más o menos, pero no está dejado al azar. Lo que también es cierto es que, a pesar del habla cercana de los personajes, estas exposiciones se hacen poco ágiles. La presentación de los personajes tampoco ayuda al lector a situarse, puesto que aparecen muchos al mismo tiempo, cuando todavía no sabemos ni dónde están ni cómo se organizan ni qué está ocurriendo, y al acabar todavía hay algunos que, al menos yo, no he conseguido ubicar.
Las preconcepciones que tenemos sobre cómo debería ser una historia influyen más de lo que creemos a la hora de valorarla. Las expectativas que nos generan lo poco —o mucho— que sabemos de ellas antes de leerlas pueden ser fatales. En la sinopsis se habla de Webber y la situación palestinoisraelí, pero, si bien la historia del soldado se va entrelazando con la del Enclave y tiene cierto peso, no parece que sea el núcleo de la obra, sino más bien una excusa. Y esto es quizá lo que más lastra, no la estructura inusual, sino esperar algo que solo llega al final.
Este, sin destripar nada, tiene cierto tono amargo, ya no por lo acontecido sino por algunas reflexiones finales. Hay un aura de pesimismo en todo el relato, a pesar de que en algunos campos se haya avanzado bastante, una sensación de que los cambios son demasiado lentos y de pequeña escala como para que haya un cambio real. Y lo triste es que es una perspectiva demasiado realista como para ignorarla. Kameron Hurley lo dice en La revolución feminista geek, Robles también lo deja caer en El árbol de Sefarad: el activismo cansa, es difícil, por eso los colectivos se hacen y se deshacen y las olas van y vienen. Pero los sueños permanecen. Solo queda esperar que se cumplan.
Esta es una obra para leer de forma pausada, reflexionando sobre los temas que propone. No hay que buscar acción, sino dejarse llevar. Una de las virtudes de Robles es que no guía a los lectores, con lo que cada uno llegamos a un punto diferente según nuestra propia forma de ver el mundo. Con El árbol de Sefarad ocurre lo mismo. Es un viaje por los personajes y una perspectiva de futuro. Pero también, como bien se hace desde la ciencia ficción, es una crítica al presente.