Título de la obra: Diosa de tierra y metal
Autor: Marisa Alemany
Editorial: El Transbordador
Año de edición: 2018
Extensión: 234 páginas
Encuadernación: rústica con solapas
PVP: 17€
El conflicto inveterado entre ciencia y magia, entre razón y fe, que acompaña a la Humanidad desde hace siglos, ha sido también un argumento recurrente en la literatura, no solo en la fantástica. Ahora, Marisa Alemany le da un giro innovador al concepto en una combinación de ciencia ficción y fantasía que llega presentada por la editorial El Transbordador.
Diosa de tierra y metal, que incluye un prólogo de Susana Gisbert —fiscal especializada en violencia de género y escritora—, se lanza con una frase promocional del escritor Juan Miguel Aguilera en la que se afirma que la autora crea un subgénero nuevo, el «espiritual-especulativo». Si bien se puede tomar esta afirmación con prudencia, no es menos cierto que la novela de Marisa Alemany deja buenas ideas y aporta un novum sugerente y lleno de posibilidades.
EL CONTEXTO
Tenemos un futuro lejano en el que nuestro Sistema Solar ha desaparecido, y en el que la Humanidad se ha expandido por el universo en enormes naves generacionales. Nuestro escenario es una galaxia remota conocida como El cúmulo de las Tres Hermanas. Allí el ser humano ha experimentado una serie de mutaciones y ahora se divide en tres especies: humanos, addeptes y solárides, que han terraformado los planetas y satélites de la galaxia de distintos modos para hacerlos su hogar. Los solárides llegaron de últimos y ahora ocupan los hábitats más inhóspitos, dependiendo estrechamente de la tecnología para sobrevivir. Dentro de los addeptes destacan las shaktis, mujeres de extraordinarios poderes, adoradas como diosas y que rechazan toda tecnología.
Dada la complejidad del mundo desplegado por Alemany, el volumen aporta un glosario que conviene visitar a menudo. Este glosario le permite evitar largas descripciones y párrafos explicativos que cortarían la acción, lo cual beneficia al ritmo narrativo y proporciona una lectura más amena. La novela abunda en diálogos, por los que también recibimos mucha información, máxime cuando la autora consigue dar a cada personaje un registro propio y una voz diferenciadora.
LA HISTORIA DE DIOSA DE TIERRA Y METAL
Diosa de tierra y metal cuenta la historia de Jyoti, una joven habitante de un inhóspito mundo soláride. Nacida con dificultades sensoriales, porta una diadema construida por su padre, que le permite procesar los sentidos de forma sinestésica. La narración sigue el esquema del viaje del héroe, y la aventura de Jyoti terminará imbricada con el destino de todo el Cúmulo. Porque paralelamente asistiremos a una lucha de poder entre facciones, con planes ocultos, giros argumentales y muchos momentos de tensión.
Este es uno de los méritos de Alemany: aunque existen escenas violentas y el desencadenante de los acontecimiento es una gran tormenta que trastorna todo el mundo de los personajes, la trama avanza más mediante la negociación —también el engaño y la traición— y la diplomacia. Aquí es crucial el papel de los ahimsa, hombres nobles que creen en la no-violencia y actúan como mediadores entre las diversas razas, intentando garantizar la concordia en El Cúmulo.
Esta lucha de poder tiene a un lado al Visir, un hombre cruel y ambicioso, y de otro a las shaktis, mujeres deificadas que practican la sacralidad femenina, una especie de comunión con las fuerzas naturales a través de su sexualidad. Las shaktis ocupan el rol de diosas de la Naturaleza —agua, fuego, aire, tierra— y se mantienen en relación con la estrella dios-esposo Culmen, todo lo que parece ir en línea con el concepto de las divinidades femeninas preabrahámicas.
La idea de que humanos y/o extraterrestres con capacidades extraordinarias sean tomados por divinidades y acaben actuando como tales no es nueva, si bien Marisa Alemany le imprime un carácter racional, una explicación más científica que mística-espiritual a los poderes de sus shaktis. Resulta original el tema de la sexualidad, de cómo forma parte de los rituales de las diosas, de cómo lo viven y de cómo influye en sus poderes. De hecho la novela deja dos escenas eróticas centrales, una de sexo tántrico, delicada y sugerente, y otra de violación, explícita y descarnada en su sordidez.
SIMILITUDES
Por los distintos puntos tratados, las reminiscencias de Diosa de tierra y metal nos llevan a clásicos del Space Opera entre los que resaltar Dune, de Frank Herbert. Hay mucho de las Bene Gesserit en las shaktis de Alemany, al igual que de los tleilaxu en los solárides, y el complejo argumento lleno de intrigas y falsedades recuerda a aquel «planes dentro de los planes, fintas dentro de las fintas» de Herbert en sus conjuras entre Casas planetarias, aunque Alemany ha conseguido condensar su trama en mucha menos extensión y darle un estilo vivo, con una narración más pulsante.
Diosa de tierra y metal tiene también una perspectiva de género más actualizada que sus posibles referencias previas, tanto por el papel relevante de la mujer en el worldbuilding de la autora, como en el reparto de roles y de peso argumental entre hombres y mujeres. De hecho, el foco de la narración no se encuentra sobre Jyoti de forma permanente, y la autora maneja varias lineas narrativas paralelas, con distintos hilos argumentales que quedan cerrados en la catarsis final, la cual incluye un momento de «gran revelación».
CONCLUSIÓN
Aun con su trama alambicada, Diosa de tierra y metal es una lectura cómoda, ayudada por un estilo limpio y un léxico cuidado, donde se evitan largas explicaciones y enumeraciones. El sistema de agujeros de gusano que permite viajar por El Cúmulo a grandes velocidades, por ejemplo, está descrito mediante diálogos y de forma sencilla. De esta forma tenemos una ciencia ficción que no desagradará en absoluto a quien busque una historia más fantástica. Sobre esto es preciso citar la importancia de los animales en el worldbuilding, pues la novela incluye un buen número de especies fabulosas —con su correspondiente entrada en el glosario—, cada una con su papel, desde los «animales de poder» de las shaktis hasta Titus, el pequeño bubo que acompaña fielmente a Jyoti.
Como conclusión, Marisa Alemany nos deja un buen Space Opera y un universo literario muy detallado y consistente. Quizás no suponga la invención de un sugénero, pero sí es una manera muy adecuada de escribir ciencia ficción religiosa y de tratar tanto las cuestiones místicas y espirituales como de abordar el conflicto entre tecnología y fe a modo de motor narrativo. El resultado es una agradable unión de fantasía y ciencia ficción, en la que es difícil marcar el límite entre ambas, con un enfoque contemporáneo que la libra de tropos tóxicos. Tratando además uno de los pilares de la ficción científica, el de la expasión de la Humanidad por el cosmos como impulso y necesidad irrefrenables, podemos encuadrarla, para los amantes de las etiquetas, dentro de la hoy popular corriente del hopepunk.
En lo extraliterario, y como ya es habitual, es preciso destacar la cuidada edición de El Transbordador, cuyo resultado es un volumen muy atractivo, editado con mimo y atención al detalle, comenzando por la preciosista portada de Violeta Cano.