¿Cómo se hace worldbuilding en el apocalipsis?

by Windumanoth
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Worldbuilding.

Worlbuldin.

Wolddilguinjkalsjdlayaskidinguing.

¿Te has cansado ya de la palabra? Siete de cada diez blogs para escritores la han usado en el último trimestre. Sale de nuestras boquitas de autor con más determinación que un adverbio acabado en mente que tuvo un bebé perifrástico con un gerundio.

 ¿Por qué le damos tanta importancia? Anda que no tienen juego los personajes, la estructura narrativa, el estilo o el uso del color. Pero por alguna razón estamos obsesionados con la construcción minuciosa de universos enteros.

Todos queremos un mundo perfecto

Tengo una teoría. Creo que a algunos nos encanta hablar de worldbuilding porque es la maldición de los procrastinadores. El worldbuilding puede llenarse de miedo: miedo a publicar, miedo a que otros lean lo nuestro. ¿Cómo voy a contar una historia si el mundo no está perfecto? Dejadme que analice la industria textil del satélite de un planeta que ni va a aparecer en mi novela, porque así no tendré que ponerme a escribirla.

Tal vez esto de darle vueltas a la construcción de mundos, esto del metawolbildin, sea como las temporadas de moda, y nadie se acordará el año que viene de que llevabas hombreras y piratas de seda con tacones triangulares. Tal vez.

Es evidente que muchos buenos escritores se obsesionan con la ambientación de sus historias, pero como son buenos escritores, experimentados, lo hacen bien. Para ellos, la creación de mundos no es una excusa, es una manera más de llegar al lector, de ofrecer un universo propio donde este puede jugar con ellos.

El problema está en el escritor que empieza la casa por el tejado. Ve que una novela excelente tiene un mundo propio rico en detalles y cree que esa es una razón, no un síntoma, de calidad literaria. Así que puebla sus entornos de centenares de razas, tipos de edificios y plantas, y le cuenta al lector hasta el diseño del anillo que lleva en un meñique un señor que hay allí al fondo, entre los árboles azules de Riohkkaahygbadkjan*, cuyo ciclo vital os contaré ahora mismo durante tres páginas.

Así es: a menudo confundimos worldbuilding con infodumping.

El peligro del exceso de información

Eh, yo también lo he hecho. Sabéis de lo que hablo: esos párrafos interminables donde metes con calzador feo una descripción soporífera sobre el pasado de la humanidad y cómo ha llegado hasta donde está ahora. O donde dedicas demasiadas palabras a narrar de manera sobreadjetivada el fluir de una ría (todos, en algún momento, sufrimos lo que yo llamo el síndrome Wallace: creerse Foster Wallace o Wallace Stegner). Y lo peor es que hay autores que lo hacen como comienzo de su libro.

Seguro que lo habéis sufrido también: coges una novela y tienes párrafos y párrafos introductorios sobre el sistema político del mundo en que quieres sumergirte. O la descripción de una ría. Con amanecer o atardecer. Y pájaros.

Algunas cosas solo te las puedes permitir si eres un maestro del lenguaje. Por desgracia, todos los que escribimos queremos ser maestros del lenguaje.

Todos queremos ser grandes y nos creemos grandes. Y se nos olvida que para hacer algo de forma magistral primero hay que saber hacer lo más básico. Tras peleas constantes con mi propio perfeccionismo, reconozco que hubo un momento que me rendí.

Le dije a mi coautor (que, por cierto, es uno de mis worldbuilders favoritos): «vamos a hacer algo divertido».

Así nació Crónicas del fin.

La punta del hielo frente al detalle extremo

Estábamos de acuerdo. Queríamos algo que fuera acción y acción y acción, sin apenas respiro. Algo que ocurriese en un mundo atractivo, pero que fuera, ante todo, rápido. Tocaba recurrir a la punta del iceberg: eso de que tú metes las horas de trabajo en ambientación y detalles pero el lector solo ve lo justo y necesario.

Queríamos lanzar personajes a un mundo extremo y mirar qué pasaba.

Queríamos mostrar, no contar. Queríamos decirle adiós al infodumping. Cuando se nos escapaba alguna frase un poco larga con descripciones grandilocuentes, a lo Vetusta en Clarín, heríamos al otro con grandes tachones o, en su defecto, un mero borrado en Word.

El estilo es el más limpio de todo lo que hemos hecho hasta la fecha. Qué difícil es eso de intentar escribir sin grandes despliegues de amor propio.

Para nuestra entrega más reciente, Testamento, nuestra portadista hizo hasta una prueba de vestuario. Es solo una muestra de todos los bocetos, diseños y borradores que ha hecho para representar a nuestros personajes:

Pero solo sabes eso porque te lo cuento. No pretendo enseñarte el contenido completo del armario de Décima. ¿Para qué?

Los nombres de nuestros protagonistas tienen significados importantes (por lo menos, importantes para mí). ¿Qué importa si no te cuento cuáles son esos significados? ¿Qué importa si no señalo con el dedo y te digo que mires, que te fijes en ese detalle que para mí es crucial?

Bienvenidos a nuestro apocalipsis

En el apocalipsis, quiero que el monstruo te caiga encima, que resbale del lomo de algún leviatán y devore tus ojos. Quiero que huyas de ese árbol que te habla, porque sus intenciones no son buenas; quiero que te drogues en las entrañas de un bicho gigante o que vendas a tu primogénito por dos horas en las que nada intenta matarte. Quiero que tengas una historia de amor imposible o un pasado inconfesable, que críes a una quimera. Quiero que te busques un paraguas resistente: aquí, cuando llueve, llueven criaturas comecarne. Los comecarne tienen un ciclo vital curioso: igual te lo cuento, igual no.

Nuestro mundo no está para que te regodees en él ni para que pienses que escribimos bien, mal o fatal. Nuestro mundo está para que sientas y experimentes lo mismo que los personajes: miedo, asco e intriga. Si lo conseguimos, nuestro worldbuilding está bien hecho.

De paso, me gustaría que te divirtieras. Es la base de Crónicas del fin, nuestra serie narrativa de fantasía oscura.

Testamento es nuestra entrega más reciente, pero puedes empezar a leernos con El cielo roto. Está gratis en Amazon hasta mañana (y, de todas, formas, cuando no está gratis solo cuesta 0,99 €).

Parece que con esto de construir universos cada uno tiene una opinión diferente. Personalmente, no quiero que me metan esa construcción en la cara. Quiero que me envuelva, despacito**, y me convenza de que lo que ocurre en cada página es real, ya sea costumbrismo, realismo mágico, weird o el fin del mundo.

Y, hablando del fin del mundo…

Me encantaría que conocieras el mío.

Gabriella Campbell

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* Este nombre concreto, como tantos otros, ha surgido de un paseo de mi gato por el teclado.

**Sí, tienes derecho a odiarme.

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