Las distopías nunca han faltado en el surtido que oferta la ficción en cualquier formato. Nacieron en la literatura, mediante fábulas tan absorbentes como la de Gulliver y sus inquietos viajes, los cuales le permitieron conocer sociedades tan alejadas como inquietantemente familiares en algunos compases. Si Tomás Moro forjó el concepto de la Utopía como un ideal inalcanzable al que se debía aspirar, la Distopía se muestra como la lógica prolongación de esa idea que puede ser deformada y convertirse en un cuento con moraleja, el grito de socorro antes las dimensiones más inquietantes del presente en el que nos movemos.
El séptimo arte es el trampolín perfecto para que esa mirada al horizonte sea impactante y depare momentos tan inolvidables como el monólogo final de Blade Runner. En Windumanoth hemos querido jugar a hacer un podio muy particular, un altar a futuros inciertos que ocuparan diez películas. Hay pocos recelos en que cada una de ellas merece estar, si bien se han quedado otras en el tintero que en nada las habrían desmerecido.
El orden se basa simplemente en la cronología de su aparición en las carteleras. Con una bolsa de palomitas, entren libremente y por propia voluntad en esa bola de cristal del celuloide que nos advierte sobre nosotros mismos. En entradas anteriores os hablamos de Metrópolis, de El planeta de los simios y de La naranja mecánica. Hoy os hablaremos de…
BLADE RUNNER
Philip K. Dick pudo soñarla. A pesar de fallecer antes del estreno de aquella adaptación, distintas versiones apuntan a que el heterodoxo escritor había visto con agrado los progresos en el montaje de Blade Runner (1982). La cinta fue filmada por Ridley Scott, un cineasta con amplia experiencia en el mundo de la publicidad que había sorprendido al globo con Los duelistas (1977), un largometraje donde amortizó su presupuesto para regalar una auténtica epopeya napoleónica.
A partir de ese instante todo el mundo supo que podía esperarse mucho de aquel hombre detrás de las cámaras. Alien, el octavo pasajero (1979) nos permitió descubrir a una de las mejores heroínas de la ciencia ficción, la teniente Ripley. De igual manera, este hito entre el terror y la fantasía espacial le colocó el primero en la lista para intentar tocar una auténtica caja de Pandora: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) era un texto fascinante y plagado de misterios, un futuro cercano en San Francisco. Pronto, los guionistas David Webb Peoples y Hampton Fancher trasladaron el escenario a Los Ángeles, además de retrasar la distopía: de 1992 pasamos al año de 2019.
El rodaje se convertiría en un auténtico viaje al inframundo, fruto de las personalidades involucradas durante la gestación de una pieza maestra que parece tener tantos montajes definitivos como ediciones en DVD o Blu Ray puedan ser imaginadas por la Warner Bros. El brillo de los ojos de Deckard tiene una capacidad casi infinita para dar nuevas ramificaciones filosóficas de uno de los finales más conmovedores en la historia del séptimo arte.
La Puerta de Tannhäuser
Si bien era un papel destinado a darle gran renombre, Harrison Ford no disfrutó especialmente de ser un Blade Runner. Es decir, una parte importante y brutal de las fuerzas del orden que debían «retirar» a los androides que ya hubieran cumplido su ciclo o estuvieran empezando a ser sumamente problemáticos para el sistema. Ya presente en Dick y armonizada con la genial banda sonora de Vangelis, Blade Runner exhibe un mundo corrompido por el cambio climático, con ciudades contaminadas y donde las grandes compañías son el único y verdadero poder.
Dick concibió a Deckard casado, algo que se perdería en el metraje, puesto que su soltería permitía acentuar su drama al conocer a Rachael (Sean Young), la mirada que altera completamente su percepción del mundo. En esta ocasión, el séptimo arte fue más benigno que el tratamiento literario, puesto que las puertas que se abren en la adaptación brindan una pequeña brizna de optimismo y romanticismo que podría contenerse en una figura de origami.

Harrison Ford y Sean Young en Blade Runner
Desafortunadamente, Young tuvo más suerte como replicante que en la carrera cinematográfica tan interesante que parecía haber comenzado a despegar tras participar en una cinta de culto. Su relación con Ford distó mucho de ser positiva en el rodaje, algo que se agravaba porque el propio Scott no vacilaba en mostrar su predilección por el intérprete holandés Rutger Hauer, quien encarnaba al carismático líder de los Nexus 6 rebeldes. En las colonias especiales, este tipo de creaciones han tomado la decisión de los primeros esclavos rebeldes en Sicilia contra Roma: que merecen su libertad y sus amos (en este caso, la Tyrell Corporation) son crueles y deben sufrir la insurrección.
Prometeica
Las calles angelinas en Blade Runner transmiten la incómoda sensación de una civilización perdida, ahogada en bloques de pisos masificados donde cada cual intenta crearse su microcosmos. Los anhelos de tener un animal artificial del Deckard de la novela original no dejan de subrayar el fuerte sentimiento de soledad que ahoga al protagonista. Harrison Ford supo darle el empaque de un endurecido detective de relato pulp, mucho más próximo a Bogart que a los impolutos paladines que deshacían entuertos sin sufrir un rasguño en la literatura decimonónica anglosajona.
De hecho, en el largometraje de Scott los golpes son reales y veremos en muchas ocasiones al Blade Runner al borde del KO. Todo ello alrededor de una gran urbe que fue diseñada por algunas de las mentes más preclaras y visionarias de la industria en aquellos compases. Las promesas tecnológicas de las revoluciones industriales han dejado paso a conglomerados urbanos plagados de lluvia ácida y contaminación, un pasaje enfermizo donde la noche parece tan eterna como en Gotham. Incluso el compañero de Deckard nos resulta inquietante a través de algo tan inofensivo como los origamis.
Hasta un artista tan genial como Moebius fue convocado para poner su desbordante imaginación al servicio de la causa. El no poder hacerlo por compromisos de agenda siempre mortificaría al creador, puesto que había dejado escapar uno de esos trenes que muy de tanto en cuando se dejan caer por la estación. Por el lado contrario, nadie aprovechó mejor la coyuntura que Syd Mead, cuyo libro de ilustraciones Sentinel (1979) le colocaba como la clase de unicornio que podría plasmar la increíble narración de Philip K. Dick, uno de esos pocos escritores de ciencia ficción cuya biografía real parece más inverosímil que los hechos que narró en las páginas de sus obras.
Dick resultó genial y autodestructivo, además de un mimado de las musas a la hora de plantear paradojas inquietantes: El hombre en el castillo (1962) planteó una ucronía donde los mismísimos Estados Unidos habían sido repartidos entre el Japón Imperial y el III Reich. Con todo, puede que sea ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? la joya de la corona de sus muchos regalos a las personas amantes de la ficción. ¿Por qué siempre hallamos excusas para volver a la cacería sin sentido de Deckard?
Desmontadora de tópicos
Como si quisiera desafiar a la narrativa clásica, nos es más sencillo en el film de Scott tener empatía hacia los androides que a sus perseguidores. La Nexus 6 de Daryl Hannah está más viva que cualquiera de los zombies-transeúntes que pasean entre luces de neón y locales de comida prefabricada. De hecho, la resolución del conflicto no es una audaz maniobra del protagonista o siquiera un mero golpe de suerte: es el acto de piedad que una de sus presas que demuestra al final tener un alma.

Daryl Hannah & Rutger Hauer en Blade Runner
En un negocio donde las secuelas son inversión segura, sorprende lo mucho que tardó el horizonte en expandirse: Blade Runner (2029) supuso un operativo realmente especial, confeccionado por un artista como Denis Villeneuve, un adorador de trabajos tan exigentes como Dune de Frank Herbert. La grandeza de la aportación del canadiense fue eludir el reboot encubierto o caer en la autoparodia: supo trasladar a un año 2049 que casaba a la perfección con lo imaginado por Dick. Harrison Ford volvía, pero en un papel de magnífico secundario de lujo, orientándose la trama hacia la pareja formada por K (Ryan Gossling) y Joi (Ana de Armas), su pareja holográfica.
Criado en soledad en Berkley, la sensación de no tener realmente a nadie orbita alrededor de las fascinantes historias de Dick, algo que Scott y Villeneuve mantienen en sus personales formas de aproximarse a la leyenda. En su relación con el holograma, intuimos que el K de Gossling se acerca realmente a otra reflexión de esa índole, ya citada: Her (2013), coprotagonizada por Joaquin Phoenix y la voz de Scarlett Johansson. Cada cual una especie de cautionary tale que nos lleva a subrayar que nuestra forma de imbricarnos en la tecnología nos puede estar alejando de las emociones más básicas e indispensables que existen.
Más humanos que los humanos
Los lemas de la Tyrell Corporation suenan incómodamente próximos a las estrategias comerciales de nuestro presente y un consumismo salvaje capaz de agotar todos los recursos disponibles. Como sucedió en Casablanca (1942), ciertas dudas a la hora de plantear el argumento y las actuaciones beneficiaron por completo el resultado final con una serie de interrogantes que han supuesto auténticos debates cinéfilos alrededor de las presuntas pistas desperdigadas por Ridley Scott a la hora de señalar cuál es la auténtica naturaleza de Deckard.
Conceptos de Philip K. Dick como el test Voight-Kampff podrían ser realmente exitosos a la hora de identificar a los replicantes, pero en nuestro caso estamos forzados a dar auténticos palos de ciego con el Blade Runner. La secuela posterior de Villeneuve daría un fascinante giro mesiánico con una de las fronteras que se pensaban eran imposibles para las criaturas: dar a luz, ser capaces ellas mismas de crear vida. Un milagro que sobrevuela el corto Blade Runner Nowhere To Run (2017), centrado en la poderosa estampa de Sapper Norton, el agricultor interpretado por Dave Bautista.
Otros conceptos como «El Gran Apagón» han derivado incluso en pequeños exponentes de anime que han casado perfectamente en el interior de una mitología que no deja de expandirse en otros medios como el cómic. A la hora de proteger lo más preciado, Deckard aprovecha los vacíos archivísticos dejados por una sociedad absolutamente dependiente de lo digital, algo que supone afrontar unos riesgos que rápidamente serán palpables en la excelente secuela de la obra maestra.

El monólogo final de Roy Batty es la escena más icónica de la película
Por supuesto, Fritz Lang está asimismo presente en una metrópolis que no deja de resultar un altar sangriento del abuso de la mano del hombre sobre los medios terráqueos. El monólogo (muchas veces emulado y jamás superado) de Rutger Hauer nos coloca frente a un planeta que ha perdido su condición hegemónica, siendo el hogar de los parias que no han podido ir a las colonias especiales. Del San Francisco en las páginas escritas, pronto pasamos a una L. A. inolvidable e incluso el espejismo de grandeza de Las Vegas, el último refugio de los Blade Runners donde hay guiños incluso a La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson.
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