El planeta de los simios

TOP 10: Las mejores distopías cinematográficas (Segunda entrega)

by Marcos Rafael Cañas Pelayo
0 comments 9 minutes read
A+A-
Reset

Las distopías nunca han faltado en el surtido que oferta la ficción en cualquier formato. Nacieron en la literatura, mediante fábulas tan absorbentes como la de Gulliver y sus inquietos viajes, los cuales le permitieron conocer sociedades tan alejadas como inquietantemente familiares en algunos compases. Si Tomás Moro forjó el concepto de la Utopía como un ideal inalcanzable al que se debía aspirar, la Distopía se muestra como la lógica prolongación de esa idea que puede ser deformada y convertirse en un cuento con moraleja, el grito de socorro antes las dimensiones más inquietantes del presente en el que nos movemos.

El séptimo arte es el trampolín perfecto para que esa mirada al horizonte sea impactante y depare momentos tan inolvidables como el monólogo final de Blade Runner. En Windumanoth hemos querido jugar a hacer un podio muy particular, un altar a futuros inciertos que ocuparan diez películas. Hay pocos recelos en que cada una de ellas merece estar, si bien se han quedado otras en el tintero que en nada las habrían desmerecido.

El orden de aparición es simplemente por la cronología de su aparición en las carteleras. Con una bolsa de palomitas, entren libremente y por propia voluntad en esa bola de cristal del celuloide que nos advierte sobre nosotros mismos. En la entrada anterior os hablamos de Metrópolis. Hoy os hablaremos de…

EL PLANETA DE LOS SIMIOS

El planeta de los simios

Marlon Brando devolvió el libreto desde Haití con un gesto de estupefacción. El afamado actor no comprendía nada de aquella historia extraña y plagada de monos. El planeta de los simios era, por aquel entonces, una idea que el audaz productor Arthur P. Jacobs movía con la habilidad de un publicista, intentando convencer a los grandes estudios de que iba a ser un proyecto colosal. Finalmente, la 20th Century Fox decidió comprar los derechos de la novela de Pierre Boulle, un autor que había hecho un relato profundamente influenciado por las cuestiones de la descolonización que había vivido en lugares como Indochina.

Jacobs era un pícaro negociante de olfato fino, casi la encarnación del lado más luminoso del sueño americano: había comenzado como chico de los recados en la Metro Goldwyn Mayer y terminó como el gran artífice de una película que en 1968 abría el telón para una lucrativa franquicia cuya primera parte se convirtió en una cinta de culto. No obstante, ¿cuáles son las claves detrás de una historia plagada de elementos tan heterogéneos y qué fibra supo tocar en el público para que en 2024 se lanzara a las salas El reino del planeta de los simios, síntoma de la buena salud de esta mitología?

El colonizador esclavizado

«Lo único que tenía Arthur eran los derechos de la novela y una carpeta de dibujos con posibles escenas». Charlton Heston, uno de los prototipos de héroes americanos en el celuloide, vio con simpatía desde el primer momento a la figura de Jacobs, el clásico entusiasta que sabe sacar a un intérprete de su zona de confort. Como podía atestiguar Orson Welles, la estrella que había encarnado a símbolos como Ben-Hur o personajes bíblicos (Moisés) nunca hacía ascos a un reto que tuviera toques pintorescos. Era el comienzo para que diera alma a George Taylor, un astronauta de la NASA que iba a vivir la experiencia más agónica de su existencia.

Dentro de la edición del cincuenta aniversario, publicada por Notorious en 2019, el libro sobre El planeta de los simios incide en lo extraño que resulta Taylor como presunto protagonista positivo: rara vez deja de mostrarse cínico, desengañado y con un punto de arrogancia que no le impedirá convertirse en objeto de frecuentes cacerías y reclusión en jaulas. El espectro de la infame guerra del Vietnam se iniciaba en el séptimo arte, mostrando figuras heroicas menos aseadas y obligadas a mirarse frente a un incómodo espejo.

Junto con su tripulación, Taylor encuentra un planeta inhóspito, quedando claro que es un buscador de mundos que sueña con hallar especies elevadas. En cierto sentido, hay conexión con la literatura de Arthur C. Clarke. Por una de esas paradojas tan divertidas de la ciencia ficción, el cuerpo de astronautas apenas siente que llevan 18 meses de misión, pero se hallan en un futuro remoto: año 3.978 d.C. Apenas será la primera de sus sorpresas: el lugar descubierto está dominado por simios tremendamente inteligentes que han sido capaces de construir ciudades, disponer de armamento y tratar de esclavizar a inoportunos intrusos como ellos.

Boulle era un hombre muy agudo, una pluma afilada que iba a usar cual Esopo al mundo de los animales para hacer una disección social de la turbulenta primera mitad del siglo XX. Los chimpancés, siempre próximos en la escala evolutiva al ser humano, se convertían en el grupo más agudo de un mundo donde los gorilas representaban la fuerza bruta y los orangutanes se habían erigido en la élite. Mientras que Taylor no podrá negociar con ninguno de los dos extremos, hay un mínimo atisbo de esperanza con los primates catarrinos a la hora de intentar reivindicarse como integrante de una especie también evolucionada como la suya.

El planeta de los simios

Había una predecesora dentro de la Fox que inquietaba mucho a Franklin J. Schaffner: El extravagante doctor Dolittle (1967), una fábula en clave de comedia musical y que buscaba la simpatía de la audiencia. Por asociación de ideas, el realizador tenía pánico de que la gente acudiera a reírse de aquellos simios parlantes que interactuaban con Taylor. No en vano, Los Simpson jugaron esa alternativa de una manera brillante a través de Troy McClure. Richard Zanuck, mecenas de la Fox, temblaba ante la idea de terminar financiado una obra que terminara siendo motivo de risión.

Por fortuna para él, Jerry Goldsmith tenía una antigua palabra helena para tranquilizarle: dodeka. Doce sonidos para componer y firmar una banda sonora maravillosa que aleja cualquier espectro de burla cuando uno se adentra con Taylor y los suyos a una carrera contrarreloj en un mundo con reglas distintas que los disecciona con crueldad. Eso sí, esta distopía no carece de bondad.

«Doctora Zira, I presume»

Kim Hunter era una actriz que sabía perfectamente lo que suponía una caza de brujas. De hecho, su ubicación en las listas negras de Hollywood hizo que recibiera como agua de mayo la posibilidad de aparecer como la doctora Zira en El planeta de los simios. A través del maquillaje supo dar voz a un ser compasivo que chocaba con su pragmático colega Zaius (Maurice Evans), intentando escuchar realmente al desventurado astronauta. De hecho, podemos decir que estamos frente a uno de los hallazgos de la cinta, una carismática presencia que volvería a repetir en Regreso al planeta de los simios (1970) y Huida del planeta de los simios (1971).

Charles Darwin habría sonreído ante el ingenioso juego metaficcional propuesto por Boulle. La civilización simiesca tiembla en sus pilares más conservadores porque algún día alguna voz iluminada se atreva a afirmar que han heredado el planeta de una especie tan inferior a su juicio como los humanos. Zira vendría a ser la clase de persona que hubiera desafiado el teocentrismo de haber vivido en la Edad Media. De hecho, incluso su pareja, Cornelius, vive con el temor de que se revelen sus progresos científicos. Coincide con Zira en lo intelectual, pero alberga pánico al precio que les harán pagar.

El manuscrito original recibió varios tratamientos significativos. Inicialmente, Charles Eastman se había aproximado en exceso al tono paródico, casi estando presente en su borrador algo cercano a lo que eran los dibujos animados de Los Picapiedra para mostrar la Prehistoria en clave humorística. Jacobs consideró que eso se alejaba mucho de los objetivos y recurrió a Michael Wilson, quien incluso intercambió ideas con Boulle. El primero decidió incorporar cuestiones que aludían a macartismo, algo que permitía al público norteamericano sentir aquella aventura como suya propia. Sea como fuere, la última mano vendría dada por Rod Serling, quien refundó conceptos en base al trabajo previo redactado por Wilson.

Suele considerarse que es Serling quien elevó a Zaius incluso por encima de la novela. Usando las elegantes maneras del actor Maurice Evans, el orangután que pertenece al grupo de los poderosos no es un mero reverso tenebroso de Zira y su humanismo. Por mucho que haya sido educado en un rígido sistema de creencias, Zaius es un buen científico y es consciente de que hay muchas dudas escondidas entre los dogmas. Curiosamente, Evans logró su papel más célebre por casualidad, puesto que Charlton Heston había mediado para que su buen amigo Edward G. Robinson lo hiciera. Desafortunadamente, el curtido intérprete declinó tras ver el desgaste físico que le suponía estar caracterizado de esa guisa peluda en escenas tan intensas.

Million dollar idea

A comienzos de la década de los cuarenta, el relato pulp reinaba en un amplio horizonte. Una de sus revistas, Astounding, sorprendía con la imagen de un hombre y una mujer de vestimentas salvajes rondando los restos de la orgullosa Estatua de la Libertad. Una imagen poderosísima que, en los siguientes años, sería emulada en muchas ocasiones. De cualquier modo, nadie uso al regalo francés como El planeta de los simios, fruto de un desolador final donde Taylor ha logrado huir con Nova (Linda Harrison). Por un instante, al huir de las garras de Zaius intuimos una oportunidad de resurgir de la raza humana, la cual había perdido incluso la capacidad de hablar con un lenguaje claro.

Desgraciadamente, el antiguo astronauta va a hallar la dolorosa verdad que está en un monumento a la estupidez humana y su sed de autodestrucción, un miedo latente en la Guerra Fría y que todas las civilizaciones sienten con sus insensatos conflictos. Don Peters, el principal arquitecto de la ciudad simiesca (lejos de ser futurista, este pueblo se basa en la reconstrucción de diferentes estilos arquitectónicos de los restos arqueológicos humanos) admite que hasta día de hoy es imposible discernir quién tuvo por primera vez la idea genial de hacer un cierre antológico que ninguna de las secuelas, algunas de ellas sumamente interesantes, han conseguido igualar.

Auténticos fenómenos de la industria del entretenimiento como Tim Burton terminaron tambaleándose al intentar refundar este mito, si bien quizás el maestro de lo gótico no era la mejor elección para aquel largometraje de 2001 que, encabezado por Mark Wahlberg, se ambientaba en un año 2029 donde una misión rutinaria de astronauta volvía a mostrar la peor de las realidades.

Rupert Wyatt sí consiguió reflotar un poco la leyenda a través de El origen del planeta de los simios (2011), piedra angular inesperada de una trilogía donde todo arrancaba con el entusiasta científico Will Radmon (James Franco), cuyos progresos combatiendo el alzhéimer le llevan a cruzar caminos con César, un atípico chimpancé que irá mostrando una creciente inteligencia asombrosa. Con nombre de resonancias clásicas, la criatura se terminará convirtiendo en el pilar de una saga con resabios shakesperianos que permite una dignidad más que precisa en una distopía imperecedera, pero siempre bajo el riesgo de caer frente al espectro de la autoparodia.


Si disfrutas de Windumanoth, te invitamos a valorar el apoyarnos en Patreon, puedes hacerlo desde tan solo 1 € al mes. Echa un vistazo a nuestras recompensas y considera unirte al grupo de amigos que hacen posible que este proyecto exista.

Become a Patron!

 

También te puede interesar

Leave a Comment

Información básica sobre protección de datos

Responsable: Windumanoth
Finalidad: Moderación y publicación de comentarios
Legitimación: Tu consentimiento expreso.
Destinatarios: No se comunican datos a terceros
Derechos: Tiene derecho a acceder, rectificar y suprimir los datos

Acepto la política de privacidad *

Los datos proporcionados se conservarán mientras no solicite el cese de la actividad. Los datos no se cederán a terceros salvo en los casos en que exista una obligación legal. Usted tiene derecho a obtener confirmación sobre si en Windumanoth estamos tratando sus datos personales por tanto tiene derecho a acceder a sus datos personales, rectificar los datos inexactos o solicitar su supresión cuando los datos ya no sean necesarios para los fines que fueron recogidos.

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.