Robocop

TOP 10: Las mejores distopías cinematográficas (Sexta entrega)

by Marcos Rafael Cañas Pelayo
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Las distopías nunca han faltado en el surtido que oferta la ficción en cualquier formato. Nacieron en la literatura, mediante fábulas tan absorbentes como la de Gulliver y sus inquietos viajes, los cuales le permitieron conocer sociedades tan alejadas como inquietantemente familiares en algunos compases. Si Tomás Moro forjó el concepto de la Utopía como un ideal inalcanzable al que se debía aspirar, la Distopía se muestra como la lógica prolongación de esa idea que puede ser deformada y convertirse en un cuento con moraleja, el grito de socorro antes las dimensiones más inquietantes del presente en el que nos movemos.

El séptimo arte es el trampolín perfecto para que esa mirada al horizonte sea impactante y depare momentos tan inolvidables como el monólogo final de Blade Runner. En Windumanoth hemos querido jugar a hacer un podio muy particular, un altar a futuros inciertos que ocuparan diez películas. Hay pocos recelos en que cada una de ellas merece estar, si bien se han quedado otras en el tintero que en nada las habrían desmerecido.

El orden se basa simplemente en la cronología de su aparición en las carteleras. Con una bolsa de palomitas, entren libremente y por propia voluntad en esa bola de cristal del celuloide que nos advierte sobre nosotros mismos. En entradas anteriores os hablamos de Metrópolis, de El planeta de los simios, de La naranja mecánica, de Blade Runner y de 1984. Hoy os hablaremos de…

Robocop

Robocop

Cartel original (1987)

Se ha convertido en una broma macabra a costa de los sinsabores económicos de una ciudad que durante mucho tiempo simbolizó el auge del motor. RoboCop (1987) mostraba un futuro poco halagüeño en Detroit, un momento donde una feroz privatización estaba haciendo que la seguridad de la ciudad de Michigan pasará a compañías poco escrupulosas que iban a cambiar al cuerpo policial por eficaces y destructivas máquinas. No obstante, hoy en día la visión de la cámara de Paul Verhoeven muestra una urbe que algunos aspectos estaría mejor que un antiguo Titanic del capitalismo que se halla en horas bajas dentro de la economía globalizada.

Paulatinamente, intuimos que ya deberíamos estar en ese cercano futuro distópico del que surgió uno de esos iconos que traspasan las fronteras de la ciencia ficción y son reconocidos en todo el planeta. RoboCop ha protagonizado, por ejemplo, un apasionante crossover en las viñetas contra Terminator: una joya a cargo de dos monstruos de esa industria del entretenimiento como Walter Simonson y Frank Miller. Todavía en la actualidad suele ser considerada la única posible secuela digna de las dos primeras películas de la realidad de Skynet.

No obstante, ¿cuáles fueron los pases que nos llevaron a conocer a otro tipo de fuerza del orden que luego daría lugar a dos secuelas y un reboot?

Militarismo clientelar

La oferta de Orion no llamó la atención de un cineasta holandés que tenía otros proyectos en mente. Insertarse en el cyberpunk no era el primero de su lista de deseos para conseguir la conquista de Hollywood que se había propuesto. Por fortuna, Martine, su esposa, lo encontró y tras leerlo se dio cuenta de que era algo realmente especial y que no debía desecharse a la ligera. Detrás de la fantasía había un telón de fondo que permitía una sátira política que podía escapar a la parte más intragable del género de acción floreciente en la era de Ronald Reagan. Edward Neumeir, quien había trabajado en la afamada Blade Runner, y Michael Miner habían escrito algo muy especial, aunque hacía falta una sensibilidad especial para entenderlo en toda su magnitud.

El mercado parecía propicio. A Estados Unidos le había cautivado Terminator, de James Cameron y Gale Anne Hurd, una cinta que parecía otro futuro inquietante, pero que estaba sazonado con tintes del mejor cine de terror y con personajes muy carismáticos. Arnold Schwarzenegger estuvo a punto de firmar para esta pieza como principal reclamo de taquilla, pero su hercúlea presencia hacía complejo que pudiera enfundarse la armadura que iba a darse en Michigan. Ese revés terminó siendo un acierto, puesto que el icónico Conan ya era demasiado reconocible para el gran público y podría haber llevado a presunciones erróneas en el público a la hora de acudir a las salas de proyección.

Finalmente, el elegido fue Peter Weller, quien encontraría aquí el papel protagonista que justificaba toda una carrera. Su rostro alargado y cubierto con un casco extraño funcionaba de maravilla frente a la cámara. Jon Davison, el productor del asunto, planteó trece millones de dólares como presupuesto. Bajo un riguroso calor, debería enfundarse en aquella hojalata en un lugar tan fronterizo como Dallas.

Peter Weller interpretando al agente Murphy antes de su transformación

No estaba nada mal para aquella idea surgida del ingenio de Michael Miner y Ed Neumeier. Lo habían concebido en 1984 y tenía mucho potencial, especialmente por su forma de presentar el poder como algo amenazante y manipulador. Sea como fuere, el realizador holandés ordenó varias reescrituras que dieron un tono más adulto y realista a la ópera prima, cargando todavía más las tintas en esas aristas. El resultado sería una mezcla explosiva.

Como en el arranque de la cuestión, Martine se erige en la figura clave del proceso, ayudando a su pareja a entender una premisa fundamental: RoboCop debe ser entendida como una sátira. Si Terminator es un largometraje poderoso y con tintes de epopeya, además de muchas explosiones de camiones, el camino que van a llevar a cabo en Detroit es usar todo en ese aparato para esconder una denuncia socioeconómica profunda a través de la tragedia del oficial de policía Alex Murphy.

Hombre-Máquina

Es un icono de las viñetas donde han dejado una parte de sí prodigios a los lápices tales como Jack Kirby o Barry Windsor-Smith. Si se mira en profundidad, hay algo del mito de Frankenstein en la tragedia de Murphy, un honrado agente en una ciudad cada vez más corrupta (eso lo hermana con alguien como el comisario James Gordon) y que cae en acto de servicio tras sufrir la terrible tortura de una banda criminal y el disparo final. Lejos de hallar reposo, el policía que deja viuda e hijo se va a ver como conejillo de Indias de Bob Morton, un despiadado hombre de negocios que quiere fusionar al hombre de orden con la alta tecnología.

Omnicorp, la feroz multinacional que está controlando la seguridad del núcleo urbano, va provocando que muchos hombres y mujeres del departamento policial se declaren en huelga como medida de protesta ante el tipo de gestión que llevan a cabo. Verhoeven se muestra claramente descreído ante “la mano invisible” de la que hablaba el célebre Adam Smith que serviría como uno de los pilares de la libre empresa.

Robocop

Jordi Revert acierta a ver paralelismos nada disimulados de la realidad norteamericana con la fábula que se está narrando en la pantalla. Por ejemplo, una huelga de controladores aéreos a comienzos de la década de los ochenta provocó una respuesta tajante del presidente Ronald Reagan: en caso de ser necesario, militares ocuparían los puestos dejados vacantes por la compañía aérea.

Neumeier ha admitido que el subconsciente tuvo un papel nada desdeñable en su mente mientras trazaba el argumento con su compañero. A fin de cuentas, su forma de acentuar la violencia callejera, la proliferación de las bandas y una ola de crímenes sin castigo servía como preludio a un tema que los Estados Unidos iban a tener que encarar con mucho remordimiento en las siguientes décadas.

El pistolero del futuro

Basil Poledouris se encargaría de la banda sonora, algo que era toda una garantía para crear un emblema de la cultura pop que sería miles de veces parodiado y emulado en otras sucesoras. Verhoeven quería contar con su staff habitual y logró traer al director de fotografía Jost Vacano. Todo ello deja una estampa muy precisa y reconocible en una distopía donde son muy escasos los momentos donde podemos conectar con el protagonista, a quien acertadamente vemos como inhumano.

¿Dónde está el alma de Murphy? Hay breves atisbos de esperanza, como su forma de enfundar la pistola, que parecen querer dar a entender que desea hacer un guiño a su propio hijo, devoto de un programa televisivo protagonizado por un héroe llamado TJ Lazer.  En su frialdad intuimos una clara deuda con un icono de las viñetas: el Juez Dredd, una concepción surgida en 1977 donde las fuerzas del orden brillan por su falta de empatía, programas para seguir sus directrices sin reparos en ejercer cualquier protocolo para el que han sido adiestrados. Verhoeven, un ácido observador del fascismo, tampoco escamita energías en subrayar esa denuncia.

La recreación de la carne del policía caído en la de un cyborg que es absolutamente imparable y se abre paso en el enloquecido incendio de una urbe atrapa y angustia. Murphy se ha convertido en algo distinto, un subconsciente humano atrapado en una trampa virtual en una realidad que sería terrorífica si el largometraje no supiera compensarlo con un tono paródico que hace más soportable el desarrollo. Como bien le había asesorado Martine, el cineasta apostó por dar esa pequeña pausa satírica que impidiera al metraje caer en un pozo de desesperación.

Como si fuera una aventura más de Daredevil, la ciudad donde juegan los Detroit Pistons queda tornada en un infierno insoportable donde la luz viene de la mano de un caballero blindado armado que dispara primero y nunca pregunta después. Al igual que sucede en las aventuras de Frank Castle, los castigos aplicados a los delincuentes impiden ver una línea entre las fuerzas del orden y del caos, si bien el libreto consigue que los violadores y bandas callejeras sean tan desagradables que la compasión no es precisamente la primera emoción que nos suscitan.

Ivan Kershner tomaría las riendas de la previsible secuela: RoboCop 2 (1990), la cual echó realmente en falta al equipo creativo original. El argumento corrió a cargo de Walon Green y el legendario Frank Miller (quien no quedó contento con el resultado final y buscó “redimirse” mediante un cómic que sí plasmó su visión de esta distopía), introduciendo una nueva y potente droga que era justo lo que necesitaba un entramado urbano con una delincuencia cada vez más creciente.

Cartel original (1990)

¿Era la última vez que veríamos al agente robotizado que ya tenía su propia serie animación, además de líneas de juguetes? La respuesta capitalista era un rotundo no que se tradujo en RoboCop 3, la cual recogía una idea original de Frank Miller donde Omni Consumer Products tomaba el aura de auténtica villana de la trama. Fred Drekker, el director en aquella tercera ocasión, y los creadores originales de Murphy intentaron hacer lo mejor posible en un largometraje que tuvo el acierto de recuperar al añorado Poledouris. Huelga decir que el spin-off televisivo surgido a continuación no se convirtió en digno heredero de la poderosa y ácida primera entrega, esa que tornó a RoboCop en algo muy especial.

Curiosamente, el reboot de 2014, sin alcanzar la excelencia de la primera fórmula, sí logró incorporar a través del personaje de Samuel L. Jackson el papel sórdido de los medios de la comunicación a la hora de crear estados de histeria y manipular a la opinión pública.


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