Metrópolis

TOP 10: Las mejores distopías cinematográficas (Primera entrega)

by Marcos Rafael Cañas Pelayo
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Las distopías nunca han faltado en el surtido que oferta la ficción en cualquier formato. Nacieron en la literatura, mediante fábulas tan absorbentes como la de Gulliver y sus inquietos viajes, los cuales le permitieron conocer sociedades tan alejadas como inquietantemente familiares en algunos compases. Si Tomás Moro forjó el concepto de la Utopía como un ideal inalcanzable al que se debía aspirar, la Distopía se muestra como la lógica prolongación de esa idea que puede ser deformada y convertirse en un cuento con moraleja, el grito de socorro antes las dimensiones más inquietantes del presente en el que nos movemos.

Adjetivos como orwelliano ya necesitan poca presentación, puesto que disponen del aval de décadas a sus espaldas. Sea como fuere, los estudios cinematográficos saben a qué clase de libros recurrir para llevar a cabo historias absorbentes que logren conectar con una audiencia necesitada de ver futuros donde las cosas no han ido precisamente en un pujante progreso. Ray Bradbury o Margaret Atwood consiguen en una simple hoja escrita que nos preocupemos y emocionemos.

Sorprende poco que grandes artistas ansíen ese campo de juegos, un laboratorio donde celebridades como Syd Mead o Moebius han querido obtener laureles al imaginar cómo derivaría nuestra enloquecida especie. Mentes como la de Philip K. Dick o Alejandro Jodorowsky han agitado la coctelera de la convencional para llevar a universos delirantes que, sin embargo, no dejan de transmitir un último poso de verdad.

Más allá de concebir el horror y el recelo ante los avances tecnológicos cuando no vienen acompañados de una reflexión humanista, casi un anticipo de la célebre pausa de Engels, las distopías son una garantía en la gran pantalla de que viajaremos a un escenario terrorífico donde, pese a todo y desoyendo a Dante, ansiamos que haya una rendija de esperanza. A partir de ahí, el abanico de posibilidades es infinito.

Orwell se negó en 1984 a permitir siquiera un átomo de optimismo en una inquietante sociedad que no está tan lejana como creemos, inspirando a discípulos aventajados como Alan Moore, quien en V de Vendetta o Watchmen logró llevar esta clase de historia a las viñetas con colosales resultados. Otras tramas sí han terminado concediendo esa necesaria fe para afrontar los horrores venideros. Incluso hay mentes hábiles como la de Chris Claremont que se nutrieron de las paradojas temporales para dar una duda razonable de si su querida comunidad mutante de Marvel viviría para ver días del futuro pasado mejores.

El séptimo arte es el trampolín perfecto para que esa mirada al horizonte sea impactante y depare momentos tan inolvidables como el monólogo final de Blade Runner. En Windumanoth hemos querido jugar a hacer un podio muy particular, un altar a futuros inciertos que ocuparan diez películas. Hay pocos recelos en que cada una de ellas merece estar, si bien se han quedado otras en el tintero que en nada las habrían desmerecido.

El orden de aparición es simplemente por la cronología de su aparición en las carteleras. Con una bolsa de palomitas, entren libremente y por propia voluntad en esa bola de cristal del celuloide que nos advierte sobre nosotros mismos. Hoy os hablaremos de…

METRÓPOLIS

Metrópolis

Cartel original

Hay algo sumamente especial en Metrópolis (1927). La obra maestra de Fritz Lang marca uno de los picos del celuloide teutón, justo en unos instantes donde el séptimo arte bávaro no tenía nada que envidiar al de ninguna otra latitud. De hecho, el ascenso del infame III Reich frenaría una evolución que propició una increíble fuga de talentos que cruzaron el Océano Atlántico para prestar su pericia a la industria norteamericana. No obstante, hay también algo perturbador en el agudo guion de Thea von Harbou y la manera en la que Lang narran una fábula que parece haber influenciado poderosamente a recientes largometrajes como Megalópolis (2024) de Francis Ford Coppola (aderezados con unos toques de la conjura de Catilina y la política romana en los días de Marco Tulio Cicerón).

La cámara de Lang nos traslada a un año 2000 que en años compases se veía como algo realmente lejano. John Fredersen (Gustav Frohlich) es el magnate que domina Metrópolis (nombre que creará tendencia en el cómic que terminaría siendo Superman) con puño de hierro en una sociedad claramente dividida entre una clase adinerada y otra que prácticamente subsiste a duras penas. Como si fuera un joven Buda, el millonario tiene un hijo llamado Freder (Alfred Abel) que abre las puertas de su palacio y descubre horrorizado la pobreza, enfermedad y duras condiciones de aquellas personas que deben trabajar a ritmo inhumanos para que él y su casta puedan vivir una auténtica utopía.

Buscando a Eva

Lang pudo trabajar con un material literario de primera gracias a la pluma de Thea von Harbou. Observadoras agudas de este campo como Pilar Pedraza o Lourdes Santamaría Blasco han apreciado que hay un claro precedente que explica las pulsiones de esta inquietante realidad: nada menos que de uno de los maestros en los cuentos crueles, monsieur Auguste Villiers de L’Isle-Adam, autor de La Eva futura.

Y es que la mujer artificial juega un papel trascendental en Metrópolis. Desde Pandora a la curiosidad de Eva con la manzana, la cultura más tradicional ha puesto un chivo expiatorio acentuado en la esfera femenina como elemento desestabilizador. En la cinta de Fritz Lang, queda patente que la figura más importante para la clase obrera es María, resonancias a otra figura bíblica clave.

La intérprete Brigitte Helm encarna a un modelo de virtud que tarda poco en dejar prendado al mismísimo Freder, quien, además, advierte que la dama es casi una presencia mesiánica para las capas desfavorecidas. Su candor, justicia e inocencia podrían hacerla ser la catalizadora de una auténtica rebelión que acaba con las injusticias. Imprudentemente, confiesa a su padre el viaje que ha hecho, colocando en el radar de Fredersen a María.

Brigitte Helm en Metrópolis

Hay que decir que la audiencia que quiera rastrear este incunable tiene una dosis de Fortuna que durante décadas resultó imposible. La UFA cortó la versión que se exportó al extranjero, a lo que habría que sumar también el montaje mostrado por la Paramount en las salas de proyección estadounidenses. Todo cambió en 2008. En Buenos Aires se halló una copia original en buen estado que era la realmente concebida cuando finalizó el rodaje. Apenas dos años después se hizo justicia en el Festival de Berlín para recuperar una fábula absorbente que no deja de exhibir sus propias sombras.

Nacionalismos tenebrosos

Harbou era una escritora excelente que supo concebir un modelo urbano que el talento de Lang elevó para marcar unas pautas en el género que muchas veces serían emuladas. La eléctrica ciudad de Metrópolis llevaba al público por unos senderos inexplorados. De cualquier modo, no es menos certero añadir que su hábil prosa enmascaraba sus simpatías propias por la emergente causa nazi, algo que se traducía en un nacionalismo radical y una perspectiva del papel de la mujer que relegaba a su género al de abnegados ángeles del hogar que no debían tener aspiraciones propias.

Ello es constatable en María, un personaje tan perfecto y controlado emocionalmente que casi parece flotar en la gran pantalla. Como si fuera una mártir cristiana, resulta hermosa incluso en las catacumbas donde predica un mensaje de paz y esperanza que, de momento, parece contener a las hordas trabajadoras frente a la pequeña élite que domina los medios de producción de una manera similar a lo denunciado por Karl Marx y Friedrich Engels en la I Revolución Industrial.

Pronto, un círculo de los poderosos se dará cuenta de que pueden utilizar el carisma de María en beneficio propio, amparados en su tecnología punta. Fredersen, quien no comparte la admiración de su hijo por la líder pacífica de la causa humilde, recurre al científico Rotwang (Rudolf Klein-Rogge). Este intelectual ya nos presenta una figura que luego el cómic superheroico perpetuará sin rubor hasta el día de hoy: el mad doctor, un hombre consagrado a las experimentaciones y con nada de humanidad. De inmediato, Rotwang recibe los medios para crear una versión artificial de María (oportunamente llamada Futura) que será el caballo de Troya con el que dominarán la hipotética rebelión.

Alfred Abel & Rudolf Klein-Rogge

Aenne Willkomm, una de las mejoras diseñadoras en la cinematografía alemana, se dispuso a hacer creíble a este ser artificial, tornada de inmediato en una especie de femme fatale de Babilonia que causará grandes calamidades a la ciudad. Si María es incapaz de hacer nada provocador o que pueda salirse de la visión que Harbou tenía de la buena madre o esposa, Futura es mostrada desde su puesta en escena como algo tentador que enloquece a los varones que la rodean.

A lo largo de más de dos horas, el argumento de esta distopía quiere acentuar los peligros de una alborotadora que excita a las masas empobrecidas para que se levanten en armas, sin ser conscientes de que están siendo meras marionetas tiradas del hilo por Rotwang, encantado de hacer el trabajo sucio a Fredersen: Futura llevará a los enloquecidos obreros a una insurrección que justificará una feroz represión y nuevas normas más duras que los hundirán en un pozo todavía mayor de desesperación.

Cabaret

Hay algo fascinante en los años de la República de Weimar. En vísperas de mirar al feroz abismo de la recesión económica y las graves sanciones de la I Guerra Mundial, Alemania supo convertir a ciudades como Berlín en cunas de movimientos artísticos que no encontraban parangón en el resto del globo. No en vano, la novela de Christopher Isherwood se traduciría en el célebre musical Cabaret (1972), donde Bob Fosse dirigía a un elenco liderado por Liza Minnelli para mostrar un ambiente ecléctico donde furiosas represiones convivían con una libertad sexual muy adelantada a su época.

No en vano, Futura halla acomodo para explotar su lujuria en Yoshiwara, un club nocturno donde hará su bautismo de fuego como embaucadora del proletariado. Realmente, el mensaje es francamente reaccionario y cuesta poco asociarlo a otras figuras como Lilith en el papel de la mujer que perturba el orden natural de las cosas. María, el reverso luminoso de la gran villana de la historia, cae secuestrada por Rotwang, quien está dispuesto a retenerla para que su ser artificial pueda sepultar toda su obra de concordia y buena convivencia.

Casi anticipando la que será una de las reglas de oro en el slasher estadounidense, Futura pagará cara su promiscuidad y haber querido ser epicúrea: las mismas masas enfebrecidas que la aclamaban terminan por atarla alrededor de una hoguera para castigarla como si fuera una bruja de la Edad Moderna. Pese a estar hoy (afortunadamente) en un contexto histórico diferente a la hora de entender el universo femenino, cabe resaltar que dicha escena en Metrópolis es realmente poderosa e incluye el sufrimiento del desventurado Freder, quien cree estar viendo reducida a cenizas a su amada hasta que las llamas muestran que están ante una creación científica.

Mittler zwischen Hirn und Hand muss das Herz sein (El corazón debe ser el mediador entre el cerebro y la mano). Tal es el lema original que lleva a un relato bastante conservador que termina incluso reconciliado al frío y adinerado Fredersen con una clase desfavorecida a la que ha estado explotando a lo largo del film, incluyendo una intentona de manipulación que acabará con muchos de ellos muertos ante las fuerzas del orden. Metrópolis, una subyugante epopeya en blanco y negro, es una de las cimas del cine mudo, si bien es precisa la contextualización de algunas de las claves de una fábula que no termina de ser sumamente ingenua en su resolución, casi en las antípodas de otras distopías que veremos, mucho más amargas a la hora de reflexionar sobre ellas.

El valor cinematográfico del producto es palpable incluso en pleno siglo XXI, puesto que el equipo de Fritz Lang condicionó por completo la manera en la que las cámaras representarían el futuro. Artem Demenok regaló en 2010 un documental sumamente especial: El viaje a Metrópolis, una cita ineludible de menos de una hora para cualquier persona con curiosidad sobre los procesos de reconstrucción de las antiguas joyas del séptimo arte.

Metrópolis

Cartel original de de la adaptación de Osamu Tezuka

Más allá de los clichés de su tiempo y el marco político donde fue fundada, la ciudad futurista ha traspasado cualquier frontera para subyugar a artistas de cualquier nación. Tal fue el caso de Osamu Tezuka, maestro del manga, cuyo tributo a la pieza de Lang terminó derivando en una deliciosa animación que Katsuhiro Ōtomo adaptaría en un guion donde Rintaro filmaría una actualización realmente justa y necesaria de la leyenda, plagando esta tela de araña de electricidad de un subyugante aparato gráfico en sus diseños.

Cuesta imaginar que en la década de los veinte del pasado siglo pudiera configurarse algo tan especial, una utilización de maquetas sumamente hábil y una técnica fotográfica que entonces no albergaba comparación posible con ninguna otra. Inspirado en la impresión que en él había suscitado Manhattan, Fritz Lang brindó uno de sus mejores trabajos.


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