Nosferatu, de Robert Eggers

Dentro del laberinto especular

by José R. Montejano
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Cuenta la leyenda que Robert Eggers sintió fascinación desde su niñez por Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (1922) del cineasta F. W. Murnau. Esa pasión fue aumentando con el pasar del tiempo y, ya en la adolescencia, decidió, junto con un amigo, organizar una actuación teatral de la propia obra alemana. Para Eggers lo fascinante de esa película era la sencillez con la que se presentaba el embrión de un cuento de hadas. Teniendo ahora la habilidad y fortuna de poder filmar las ficciones que germinan en su mente, y después de casi una década, ha podido insuflar vida a su versión de Nosferatu.

Nosferatu

LA SANGRE ES VIDA

Hay algo sutil y cuasi delirante en la sangre. El poder que emana de ella, el rechazo de muchos a su presencia, la atracción erótica de otros a su fluir. Policitemia, microcitosis, talasemia, púrpura alérgica… La sangre, como expresó David J. Skal, oculta una infinidad de misterios. Esta, a su vez, se asocia irrevocablemente con la narrativa sobre vampirismo que ha asolado el continente europeo durante siglos. Y si hay una relación intensa entre estos dos aspectos (la sangre y los strigoi) es el germen de la sangría. La percepción de la plétora durante principios del siglo XIX fue algo recurrente, siendo necesaria la intervención mediante sangrías para tratar un abanico (podría decir bastante elástico) de afecciones, especialmente en la población infantil.

Una práctica desarrollada con frecuencia por galenos y practicantes médicos en era victoriana, incluyendo, claro está, la región de Irlanda, la famosa Hibernia de tiempos romanos. Una tierra donde el folclore y la tradición en creencias mágicas emana como los miasmatas formulados por Thomas Sydenham y Giovanni María Lancisi.

Y, cómo no, este detalle es uno de los múltiples que engloba el Nosferatu de Eggers. Atraído por el folclore vinculante al vampirismo, ha pretendido impulsar una visión más allá de Bram Stoker. Cabe señalar que el propio Nosferatu de Murnau fue gestado del choque entre los productores de la película y los herederos de Stoker por los derechos de adaptación de la novela Drácula (1897). Ante la falta de acuerdo, Murnau y el guionista Henrik Galeen procedieron a reinventar la narración de Stoker, gestando un relato melodramático y sensual donde la joven Ellen Hutter (Mina en la novela) llega a dar su vida para poner fin al terror gestado por el conde Orlok.

El hilo comunicante de Nosferatu es el poder de la psique, aquel que se cobija en el inconsciente de la mente. Una fuerza bruta, indomable y salvaje, perversa y sexual que puede ocasionar el caos; una fusión entre lo erótico y mortal. Tanto Murnau, como más tarde Werner Herzog con su versión setentera de Nosferatu, nos narra esta subtrama onírica. En el caso de Eggers se reafirma esta fórmula a través del choque entre fuerzas masculinas y femeninas, con reminiscencias de la psicología junguiana (véase la integración de la sombra, por ejemplo).

Tras desarrollar una novela para comprender el trasfondo de los personajes presentes en esta historia, el director de La bruja (2015) impulsa el papel de Ellen (Lily-Rose Depp) como leitmotiv absoluto de toda su cinta. Y en ella se encuadran varios aspectos: la temática de la soledad, ese miedo a hallarse desamparado en un mundo terrible y febril, grisáceo y vil. Cómo en ese anhelo desesperado de cariño se abre la puerta a la atracción de lo fatal, derivando en una neurosis histérica propia de muchos de los personajes de Eggers.

Willem Dafoe encarnando al profesor Von Franz en «Nosferatu». Fuente: Focus Features.

Cómo la fusión espiritual entre lo maligno y lo corporal penetra en el terreno de la posesión, otro detalle que se muestra al presentar más bien una concepción demoníaca de Orlok, alejándose del arquetipo vampírico que encarnó Max Schreck en la cinta de 1922, y que se acerca más a producciones como Possession (1981). Esto es algo que admite Eggers y Lily-Rose Depp, quien en este caso ejecuta una rica interpretación, con detalles de danza butoh en algunas escenas como tributo al trabajo actoral de Isabelle Adjani, acompañada de una adecuada actuación por parte de Hoult, sin olvidar el papel de Willem Dafoe como el entusiasta profesor Albin Eberhart von Franz (émulo de Van Helsing), uno de los enlaces con la clave ocultista que ya estaba presente en las imágenes del Nosferatu original. Con todo lo mencionado, surge una pregunta: ¿era necesario volver a Nosferatu? ¿regresar a lo ya narrado?

PRISIONEROS DE FANTASÍAS CLÁSICAS

Desde el punto de vista artístico y atmosférico, Eggers demuestra su potencial. Su pasión por el folclore y la narativa gótica hacen gala en cada uno de los planos de esta cinta. La fotografía en 35 mm de Jarin Blaschke, el diseño de vestuario de Linda Muir, las texturas pictóricas de gusto Biedermeier, los movimientos de cámara laterales, los espacios opresivos… Sin olvidar las referencias al paisaje romántico de Caspar David Friedrich o el arte de Artus Scheiner. Mi principal elogio va destinado a esta labor, llegando a hablar de obra sublime en este apartado en relación a la confección de gran parte del cine comercial contemporáneo, con referencias no sólo a las versiones anteriores de Nosferatu sino también a detalles de El gabinete del doctor Caligari (1920) o (claro está) Drácula, de Bram Stoker (1992).

Sin embargo, sí es cierto que Eggers se mantiene conservador al respecto de su versión. Busca ejecutar un homenaje, una oda al expresionismo alemán (más al romanticismo), a la narrativa de aquellos maestros fabuladores del pasado. Y eso, a mi parecer, no es malo. Aplica su experiencia cinematográfica de estos años con películas como El faro (2019) o El hombre del norte (2022) a la hora de plasmar su visión de Nosferatu, perfilando y matizando detalles para él significativos. El visionado de cine búlgaro y rumano por parte de Eggers ha engendrado un conde Orlok alejado estéticamente de lo mostrado por Murnau y Herzog, llegando a ser criticada la presentación de Bill Skarsgård encarnando al no muerto. La música de Robin Carolan funciona de manera arrolladora (y estridente) en algunos planos, pero no es memorable en ninguna de sus presentaciones, lo mismo que la temática esotérica, la cual no consigue despegar. Y el continuo crescendo generado con el advenimiento del conde se queda en algo insulso en su tramo final. Eggers actúa cual rapsoda recitando una epopeya trágica, cambiando ciertos versos, pero sin alejarse del poema iniciático.

Comparativa entre «Lady Macbeth Sleepwalking» de Artus Scheiner y fotograma de «Nosferatu» de Robert Eggers, en donde se ve actuando a Lily-Rose Depp como Ellen Hutter.

NOSFERATU: CONCLUSIONES

Nosferatu es el capricho de Eggers. Un rocambolesco cuento de hadas, un melodrama gótico con estética evocadora. Como él mismo ha confesado en alguna entrevista, es afortunado por disponer de los medios para contar las historias que desea, y ha cumplido uno de sus sueños. Para muchos se trata de una burda copia exaltada del material original; para otros es de lo más llamativo que se ha filmado sobre vampirismo en los últimos años, uno de los mejores trabajos cinematográficos de Eggers.

De lo que sí estoy de acuerdo en estos últimos días es con la opinión del fallecido Carlos Pacheco en relación a la crítica cultural, una que tiende a despreciar a un autor por no llevar una idea por los derroteros que, en la opinión de cada uno, se deseaba que se tomasen. Siempre va a haber una queja, tanto si un concepto es más vanguardista como si no explora nada nuevo. Lo único importante en todo este ardid es que se siga permitiendo crear y, por encima de todo, que la crítica que nosotros mismos desarrollamos sea respetuosa y enriquecedora; que todos descubramos diferentes puntos de vista y que, sencillamente, nos fascinemos de cómo una película como Nosferatu, de Robert Eggers, permite crear ese debate. Es maravilloso. La ficción y su eterno poder de reflexión.


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