Título de la obra: Un chico y su perro en el fin del mundo
Autor: C.A. Fletcher
Traductor: Joan Josep Mussarra Roca
Editorial: Minotauro
Año de edición: 2020
Extensión: 387 páginas
Encuadernación: rústica
PVP: 17,95€ (papel)
Un chico y su perro en el fin del mundo (A Boy and his Dog at the End of the World), del británico C.A. Fletcher, es una de las novedades de Minotauro publicadas en septiembre del 2020. Una historia posapocalíptica y una distopía metarreferencial, plagada de citas y guiños a obras clásicas del subgénero.
C.A. Fletcher tiene una larga carrera como escritor, articulista y guionista de cine y televisión, para la que siempre empleó el nombre Charlie Fletcher. Autor de dos trilogías de fantasía, prueba ahora la ciencia ficción con una novela orientada en principio al público joven adulto. Aún así, con un texto limpio de los tópicos de las distopías juveniles, su grado de madurez la habilita para cualquier lector.
UNA DISTOPÍA METALITERARIA
La carga referencial de Un chico y su perro en el fin del mundo comienza con su propio título, una ampliación del Un muchacho y su perro de Harlan Ellison (en su idioma original la forma es idéntica, A Boy and his Dog), una distopía con la cual, fuera del título-homenaje, comparte pocos elementos y puntos de vista.
Porque la novela de C.A. Fletcher es lo que podríamos llamar una distopía blanda, al menos en cuanto al escenario en el que transcurre. Pese a citar explícitamente obras posapocalípticas como La carretera, de Cormac McCarthy, o Cántico por Leibowitz, de Walter M. Miller Jr. (el verbo «leibowitzear» es una de las aportaciones de Fletcher al género), Un chico y su perro en el fin del mundo sucede en un mundo más semejante al de Mecanoescrito del segundo origen de Manuel de Pedrolo o, salvando distancias, El cartero de David Brin.
El protagonista, Gris, es un adolescente que vive con su familia y sus dos perros en un islote de las Hébridas, en la costa escocesa, unos 200 años en el futuro. Su realidad no es un páramo estéril devorado por la radiación, sino un mundo fértil, donde se puede sobrevivir sin demasiados padecimientos salvo por la falta de cualquier aparato estatal y nuestras tecnología y comodidades actuales. Eso y que la Humanidad, tras un suceso poco definido llamado la Gran Castración, ha quedado reducida a unas 7000 personas en todo el planeta Tierra. Y la infertilidad del ser humano se ha contagiado a sus grandes amigos y acompañantes desde la Prehistoria: los perros.
UN CHICO Y SU PERRO EN EL FIN DEL MUNDO: CAZADORES Y RECOLECTORES
Así, en soledad, en una extinción dulce y en apariencia inexorable, C.A. Fletcher nos va a narrar el viaje del héroe de Gris: un buen día aparece en su isla un viajero, Brand, que le roba a su perra Jess. Acompañado de su otro perro, Jip, armado con su arco y sus flechas y a bordo de su pequeño barco, Gris abandona su mundo ordinario y comienza su odisea.
Antes de continuar, imaginemos una Humanidad reducida a una sociedad de pequeños clanes familiares, aislados unos de otros, familias que apenas conocen a otros seis o siete seres humanos además de ellos mismos. Personas que ignoran qué ocurre lejos de su mundo ordinario. Que no tienen más planes de futuro que sobrevivir cazando conejos, cultivando la tierra y pastoreando sus pequeños rebaños, y que recopilan objetos útiles del viejo mundo en vagabundeos náuticos a los que llaman «vikinguear». Y que, como en la citada El cartero, basan su seguridad en atrincherarse y reducir el contacto con los extraños al mínimo imprescindible. En el mundo de Gris, el mayor peligro procede de sus semejantes.
UN POSAPOCALIPSIS BRITÁNICO
La trama de Un chico y su perro en el fin del mundo se desarrolla en Reino Unido, y C.A. Fletcher va a jugar con el lector a adivinar los lugares y poblaciones por las que Gris y Jip van pasando, por sus restos de nuestro presente. Brighton y su noria junto al mar, Manchester con su monumento a la United Trinity…
De hecho el worldbuilding es uno de los puntos fuertes de Fletcher, que ha bosquejado un escenario posapocalíptico sin esfuerzo, jugando con la indefinición y con el desconocimiento, por parte de Gris y sus coetáneos, tanto del pasado como de la muchos datos sobre su presente. Esta ignorancia, lógica en un mundo de personas incomunicadas, que no produce su propia memorabilia, ni crea ni transmite cultura, ni conoce lo que hay más allá de su entorno inmediato, facilita que vayamos descubriendo el mundo junto a Gris, a través de sus ojos, y que todo nos parezca creíble.

Charlie Fletcher. Foto: Neil Hanna.
Esa suspensión de incredulidad hará que Gris y los pocos secundarios que componen el escueto reparto de la novela nos resulten dolorosamente humanos, tangibles y reales. Como en toda novela de elenco reducido (p. ej. las mentadas distopías La carretera o Mecanoscrito del segundo origen), por fuerza los personajes tienen que ser pilares sólidos para la trama, elementos preponderantes de la narración. Aquí aprueba Fletcher, de igual modo que en el punto fuerte de la novela: el manejo del suspense.
SUSPENSE, MUCHO SUSPENSE
Fletcher narra Un chico y su perro en el fin del mundo en primera persona, y Gris, protagonista y narrador, se dirige a nosotros, al lector. Concretamente a un lector en particular, un joven de nuestro tiempo, muerto hace mucho, del que solo posee una fotografía y del que ignora todo. Esta forma de interpelar al lector, de preguntarle sobre él y su mundo, de compartir sus dudas, reflexiones y miedos, logra despertar un sentimiento de empatía, de familiaridad y complicidad. Y esto nos lleva al siguiente punto, que el el grado de tensión narrativa lograda por C.A. Fletcher.
La narración se desarrolla con un manejo muy solvente de la tensión-distensión, y tanto las frases como el soporte (leemos un supuesto cuaderno que Gris escribe) favorecen que la trama galope hacia adelante, tirando de nosotros con el deseo de resolver dudas y constatar o refutar las píldoras agoreras que Gris va dejando a lo largo de todo su relato.
Este suspense podría verse traicionado por un final decepcionante (Stephen King, con sus finales desconcertantes, es víctima no pocas veces del exceso de expectación creado durante la historia), pero no es el caso de Un chico y su perro en el fin del mundo. Tal vez por su experiencia como guionista, C.A. Fletcher juega con habilidad los giros argumentales y los cambios de dirección, bruscos y sorprendentes, pero plausibles.
El resultado es satisfactorio, y el desenlace de la novela congracia al lector con el autor, el protagonista y hasta los secundarios, quedando justificadas las acciones reprobables, necesarias para sobrevivir en un mundo hostil y de moral cuestionable.
UN CHICO Y SU PERRO EN EL FIN DEL MUNDO: OTRA FORMA DE DISTOPÍA JUVENIL
Cuando escuchamos el término «distopías juveniles» automáticamente pensamos en Los juegos del hambre, Divergente, La quinta ola o El corredor del laberinto. Sin desmerecer estos productos tan populares, Un chico y su perro en el fin del mundo lleva la ciencia ficción juvenil a otro nivel, y lo hace despojándola de sus tópicos y lugares comunes. Nada de chicas atrapadas en triángulos amorosos, para empezar.
Ofrece, en cambio, una historia de resiliencia y de tenacidad. Y de lealtad incondicional, en este caso a un perro, aunque también a uno mismo y a sus principios. Una reflexión sobre la condición humana e incluso de nuestra relación con los perros. Reflexión que, como toda buena distopía, contiene un mensaje de esperanza.