Título: Y su número es 666
Autor: Luis Martínez Vallés
Editorial: Dilatando Mentes
Año de edición: 2023
Encuadernación: Tapa blanda
Extensión: 266 páginas
Precio: 19,95 € (papel)
Ya en las formulaciones más antiguas se habla de «el Traidor»; del ángel caído que, según la demonología cristiana, fijará sus rasgos identificativos (cola, orejas de animal, barbas de chivo, garra, zarpas, cuernos y… alas… ¿por qué no?) a lo largo de los siglos VII al XI (Alta Edad Media). En este momento en concreto, las crisis climáticas, las guerras, las hambrunas y las epidemias (desde la Peste de Justiniano hasta la Peste Negra) socavarán las humildes y racionales conciencias (heredadas de la concepción ética y estética de los romanos) de una humanidad que se siente abandonada por su Dios, dejada de su misericordia. Mas ¿quién le culpará de ser el hacedor de este paisaje decadente, de ser el responsable último del dolor y del sufrimiento del mundo? ¿Unde malum?
Los grandes Padres de la Iglesia Occidental, fervientes eruditos y divulgadores de la doctrina Apologética, lo tenían bastante claro: en tiempos de crisis moral, la tenacidad en la fe y la preservación de las virtudes o cualidades cristianas solo se lograría si (echando balones fuera) se hacía responsable, directa o indirectamente, del Mal (con mayúsculas) a aquel ángel rebelde que fue castigado por Dios por su pecado de soberbia. Aquel portador de la luz (Lux ferre) considerado un espíritu impuro se transformará en Satanás (Isaías, 14): el enemigo por antonomasia de la historia de la salvación del hombre.
Desde la creación del mundo, su malévolo impacto es innegable. El dramatismo y las grandes dosis de miedo que la figura del Maligno nos produce es extensible a todo: desde su significación religiosa per se, pasando por la moral, la cultural o la artística (pese a que el arte tenga fama de contestatario), hablar del Demonio es penetrar en una dimensión oscura y desconocida que nos causa desazón, terror y aborrecimiento, a la par que genera (o nos genera, dejémoslo ahí) un sentimiento de contento («el mal rebelado a unos cuantos iluminados»), una conmoción de valor (qué puede haber más épico que apostarse frente a lo que representa la Sombra del mundo) y una admiración desmedida. El séptimo arte se ha encargado de acercarnos (un tanto) a la dimensión oscura del Príncipe de las tinieblas con películas tan grandiosas como La semilla del diablo (1968), El exorcista (1973) o la propia The Omen (1976), película de culto para todos los amantes del terror preternatural (la Chicago Film Critics Association la ubicó en el puesto número treinta y uno de «las películas más aterradoras de todos los tiempos») y que constituye el objeto de la reseña del volumen de Luis Martínez Vallés, Y su número es 666, editado por Dilatando Mentes Editorial este pasado mes de marzo.
«Al principio pensé: “Es una idea muy emocionante”, pero no creo en el Diablo. Aunque sea cristiano. No creo que mi salvación dependa de que crea en el Diablo. Creo que depende de que crea en Jesucristo. Se lo dije a un famoso teólogo con el que cenaba una noche. Y dijo: “Mira, si seguís adelante con esta película, antes de terminarla, creeréis que el Diablo existe”. Y tenía toda la razón porque, tal y como cuentan los implicados, pasaron unas cosas muy raras, como si alguien no quisiera que la película se hiciera. Porque la mentira número uno del diablo es que no existe».
He aquí el testimonio de Robert Munger, amigo personal y asesor en cuestiones/materia religiosa de Harvey Bernhard, principal productor del film. Escalofriante, ¿verdad? En realidad, todo el volumen es excitante, tiene un halo místico y sombrío, pues el trabajo de Martínez Vallés es la vivisección pasmosa de una grandísima obra del cine de terror: sin preámbulos, nos sumerge en el concepto de The Omen, en la idea del porqué. El porqué de que el Anticristo camine por la Tierra retornando en el modo y en la forma más insospechada (aunque, por otro lado, más instigadora a los ojos de Dios y de sus fieles cristianos): la de Damien (interpretado por el «instintivo» Harvey Stephens), un inocente niño. De este modo, al igual que Dios envió a la Tierra a su hijo para salvarnos del pecado, Satán envió a su engendro/hijo para someternos a la malignidad de su voluntad. Ése es el aterrador argumento de The Omen, película que, como nos cuenta Vallés, tras muchas vicisitudes y descalabros, fue aceptada por los estudios 20th Century Fox con la concepción figurada de ser un thriller de suspense. A partir de aquí, tras un exhaustivo trabajo de documentación, Vallés «nos atormenta» mostrándonos fragmentos de la historia adaptada al argumento frontis toda la correspondiente sección novelada de algunas de las escenas más representativas del film: nacimiento, cumpleaños, el primer encontronazo (ataque de locura demomaníaca) de Damien con un templo cristiano y, por supuesto, la increíble tarde en el zoo (¡dios!, cómo adoro esta escena. De por sí siempre me resultó electrizante: las caras de pánico de Damien y Katherine son de una subjetividad dolorosa, hipnotizante. Conocer, gracias al trabajo de Vallés, el porqué de tamaña sensación resulta inquietante…).

Luis Martínez Vallés
Cuando el autor describe todos los pormenores y las reacciones aparejadas al rodaje de estas y de otras muchas secuencias, uno se da cuenta no solo del increíble trabajo documentario y expositivo de Y su número es 666; además, se tiende a experimentar la sensación de estar iniciándose en un viaje (su lobreguez lo hace increíble) por entre los intersticios de una obra que, tal cual nos la muestra Vallés, es la mitificación de una Bestia de proporciones perfectas: intérpretes, fotografía, efectos especiales, banda sonora (quién no recuerda el mesmerismo inquietante que produce su abertura Ave Satani, o bien la pesarosa A sad message, melodía que, junto con el resto de piezas musicales de The Omen, hizo que Hollywood se rindiese al «talento salmódico» de Goldsmith), montaje, secuelas (literarias, cinematográficas…) etc. La obra de Vallés se consolida, por tanto, como un enemigo (más) del alma sosegada. No es lo que se cuenta, sino la inquietante forma de hacerlo: tiene un valor especial cuando presentimos que, a través de su lectura, algo…, un mensaje importante para el futuro de la humanidad (nuestro futuro) nos va a ser revelado. Empero, cuando nos embarcamos en su lectura, penetramos en otro mundo: en el agobiante y preternatural que compete al lenguaje simbólico. Como consecuencia de esto, no es un libro escrito para ser leído de forma superficial. De hecho, cuando nos adentramos (rozando la coda del libro) en la interpretación gematria acerca del símbolo del Diablo (666), la obra de Vallés infunde temor. Un estudio serio del texto resultará imprescindible para captar el ideario y las representaciones sensoriales que vinculan su mensaje con el Armagedón (la destrucción del mundo) y el Juicio Final.
«Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis».
Apoc. 13:18
Porque ¿quién de vosotros no padece hexakosioihexekontahexafobia o (más fácil todavía) fobia al número 666? Como bien apunta Vallés, la fama diabólica que a esta odiosa cifra compete debe su popularidad a The Omen (la película). Y es que, hoy más que nunca (en este momento concreto de crisis climáticas, guerras, hambrunas y epidemias…), no debemos perder el contacto con las realidades eternas que se anuncian, como «profecías», en los medios divulgativos que, como los libros o el cine, nos ayudan a resolver conflictos colectivos adentrándose en la propia psique del hombre.
Y SU NÚMERO ES 666: CONCLUSIONES
Definiría este libro, según la gematria (ay, lectores, me lo vais a permitir), con un 7. Con ello apuntaré que, para esta humilde servidora, este libro simboliza «lo completo». A la contra del propósito principal del Libro de las Revelaciones (su intención es revelarnos a Jesucristo, Apoc. 1:1), el propósito principal del libro Y su número es 666 es revelarnos, de una manera especial (a través de un completo recorrido por omne quod est facere cum in movie), el regreso triunfante a este mundo del hijo del ángel traidor. Pensad, recapacitad si, a la vista de que la misericordia (no me refiero a ella con una disposición de virtud religiosa) ha abandonado este mundo, el Príncipe de las tinieblas no se encuentra ya «reinando» entre nosotros. Quizá The Omen sea, tan solo, una mera representación (una más) de su anuncio.
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