Título de la obra: Inanición
Autor: Daria Pietrzak
Editorial: Dilantando Mentes
Año de edición: 2022
Extensión: 340 páginas
Encuadernación: Rústica con solapas
PVP: 19,95€ (papel)
Los libros de Daria Pietrzak dan qué pensar. Lo logró con El Morador y ahora vuelve a conseguirlo con Inanición, que nos trae Dilatando Mentes. Tal vez lo que más enganche de la historia (y lo que más envidia sana suscita en otros escritores) es su sencillez. Daria demuestra que para dar miedo no hay que recurrir a lo truculento, ni al gore, ni a complicadas combinaciones genéticas. No. Nos recuerda que en pleno siglo XXI le seguimos teniendo miedo a la oscuridad, que siempre necesitamos tener a mano una luz cuando las tinieblas se cierran sobre nosotros y que perder la cobertura del móvil nos asemeja a esas hormigas cuando alguien pisa su hormiguero.
Porque, en realidad, la historia que nos está contando Daria en Inanición no es del todo nueva. A lo largo de nuestra geografía son innumerables los pueblos o pedanías que tienen pocos habitantes. Y la llegada de nuevos vecinos siempre presenta dificultades. Vienen de la ciudad, tardan en aclimatarse, sus costumbres son diferentes y de algún modo logran remover recuerdos, secretos y demás cosas que las calles del pueblo querrían mantener ocultos.
Lucas y Sam (Samanta) son una pareja que emprenden el viaje contrario a las generaciones anteriores. Hartos de la precariedad laboral que ofrece la ciudad, de perder horas de sueños para llegar al trabajo que está en la otra punta, de que todo sea caro y de que todos los años les suban el alquiler, deciden marcharse al campo. La idea se la da involuntariamente la madre de él, que, abandonada por su marido y padre de Lucas, saca una caja de zapatos llena de objetos antiguos. Entre ellos se encuentran las llaves de la casa de San Nicolás, el pueblo en cuestión.
La solución a todos sus males aparece como caída del cielo. Se trata de la casa de sus abuelos, a unos cuatrocientos kilómetros de la ciudad, en una pedanía perdida. Habría que reformarla, pero sería suya. Nadie va por allí y la familia nunca la ha reclamado. Y de esa manera, Sam y Lucas parten a la aventura, sin saber muy bien cómo llegar al pueblo y con una única foto como información.
Sam, en el fondo, es más urbanita y espera que la casa no esté, o que se esté cayendo a pedazos. Pero la casa está. En un estado deplorable, pero se puede reformar. Y Lucas está tan entusiasmado que no nota que por mucho que barran, regresa la suciedad. Para colmo, el pueblo parece estar deshabitado, pero sin saber cómo, Lucas ha conseguido hacerse amigo de un niño llamado Pedro. Un niño que dice cosas raras. Pero tampoco importa mucho porque ella ha conocido a Agustina, una niña que lleva dos trenzas desiguales y que solo quiere jugar con Sam.

Daria Pietrzak
El problema son las noches. Los niños les aconsejan que no anden por ahí en la oscuridad, ya que, en cuanto el sol se pone sobre las montañas, el pueblo queda a merced de las tinieblas. Y en las tinieblas se pueden encontrar todo tipo de seres peligrosos. Como los Jasper, sin ir más lejos, una familia extranjera a la que todos los hijos les salieron con taras. O muchas cosas más que no pueden ni nombrarse.
Y ahí, en mitad de la noche, es cuando salen a flote los peores terrores. Porque ese crujido que se oye no se sabe si lo ha producido algo fantasmal o es la casa, que se cae a pedazos. Pero no hay luz en la casa y solo tienen un par de bombonas de camping gas.
Daria juega muy bien con la angustia y los miedos atávicos de los personajes y también con los nuestros, haciendo de Inanición una lectura que engancha desde las primeras páginas con su estilo sencillo y la frescura de sus diálogos.
Es cierto que la propia autora reconoce como una de sus referencias Silent Hill, aquel pueblo próspero que terminó abandonado cuando se incendió la mina de carbón. Y la gente tuvo que irse porque no había forma de apagar el incendio subterráneo, lo que hace que el pueblo esté envuelto en una niebla eterna de la que salen criaturas. Pero Daria va más allá y en Inanición nos crea un pueblo maldito en nuestro suelo patrio, en la España vaciada, a la que tantos anhelan regresar y tal vez no todos los sitios sean factibles. A lo largo de nuestra geografía hay pueblos hermosos, prósperos y que acogen a los forasteros con los brazos abiertos. Hay otros incluso que ofrecen casa y trabajo a familias para que acudan a repoblar el lugar. Pero hay otros que, pese a la buena voluntad de las personas que allí vivieron y trabajaron, no pueden librarse de esa pátina de horror que hace que nos estremezcamos incluso a plena luz del día. Aldeas que guardan entre las paredes de sus casas y en sus calles desiertas un silencio sepulcral sobre sus secretos. Pueblos que tienen hambre de todo aquel que llegue nuevo a ellos.
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