Título de la obra: La ensenada del diablo
Autor: Todd Keisling
Traductor: José Ángel De Dios
Editorial: Dilatando Mentes
Año de edición: 2025
Extensión: 544 páginas
Encuadernación: Rústica con solapas
PVP: 22,95€
Reconozco que me ocurre lo mismo que comenta Ronald Malfi en la presentación de la novela:
Siento debilidad por lo grande. Ríete si quieres, pero me refiero a novelas densas en las que puedo perderme durante días o incluso semanas: novelas ricas en historia, personajes, lugares y todo tipo de ambientes. Un libro que hace que el mundo real pase a un segundo plano, aunque solo sea por un rato.
Ese fue el motivo por el que, cuando me enteré el año pasado de que Dilatando Mentes planeaba publicar La ensenada del diablo, mi curiosidad por el libro se disparó. Basta con leer su sinopsis e indagar un poco en la red para hacerse una idea bastante precisa de lo que vas a encontrar. Una novela que te sumerge en un pueblo maldito: en su historia, sus gentes y sus miserias. Un relato coral y ambicioso que parte, además, de una premisa muy atractiva: el retorno al hogar de uno de los supervivientes de una secta suicida… Y basta con revisar las ediciones en inglés para saber que eso requiere de unas cuantas páginas. (En castellano, 540, si le sumamos la magnífica presentación y el postfacio gráfico de referencias que la editorial suele agregar a sus publicaciones).
Claro que, cuando uno se enfrenta a un libro de esta magnitud, al interés por la obra se suma una especie de vértigo. ¿Logrará el autor llevar a buen puerto semejante proyecto? ¿Será capaz de enhebrar todos los hilos argumentales en una historia coherente y con un final satisfactorio? ¿Podrá mantener el interés del lector a lo largo de todo el texto?
Si eres de los que le aburren los artículos largos, la respuesta corta es que SÍ. La novela de Todd Keisling es una experiencia lectora plenamente satisfactoria. Un libro que te mantendrá enganchado a lo largo de todas sus páginas y cuyo cierre no te va a defraudar.
Pero, además, La ensenada del diablo es una suerte de «golosina lectora» para los que nos formamos leyendo el horror costumbrista de Stephen King y el horror cósmico de Lovecraft… En otras palabras, para el 99,9% del fandom del terror en castellano.
Dedicaré el resto de esta a reseña a explicar por qué.
Espero que la disfrutes tanto como yo he disfrutado del libro.
UN LUGAR ACOGEDOR EN LA ENSENADA DEL DIABLO
Sé que resulta extraño que defina de «acogedor» al escenario de una novela de este tipo. Y te aseguro que no te gustaría vivir en Stauford, Kentucky (ni mucho menos en sus alrededores). Sin embargo, una cosa es el escenario y otra la experiencia que produce en el lector. Me explico.
Basta con leer las primeras cien páginas para entender que la elección del epígrafe que abre el libro (una cita de El misterio de Salem’s Lot) no es casual. La referencia se hace explícita en el posftacio, pero, para entonces, ya resulta evidente.
Tras una primera parte que sirve de prólogo (y que, en el caso de la obra de Keisling, se desarrolla antes y no después de la acción principal), la segunda comienza con la llegada de un artista (un artista plástico, en lugar de un escritor) al pueblo de su infancia. A partir de allí, la novela se desarrollará por medio de pequeñas escenas que configuran los capítulos, y que van saltando entre los diferentes habitantes de Stauford. Por no faltar, no falta siquiera una versión sureña de la casa de los Marsten, un grupo de protagonistas que incluyen a un adolescente y a un pastor (protestante, eso sí) o fragmentos en los que la historia se relata desde la perspectiva del pueblo (magistral, por ejemplo, el fragmento 7 del capítulo 9, que cierra la presentación de la ciudad).
Dicho esto, uno podría preguntarse: ¿que la referencia sea tan evidente no le resta calidad a la novela? Y la respuesta es claramente que no.
Keilsing emplea la estructura propuesta por King como un marco sobre el que construir la historia. Del mismo modo en que Joe Hill, Robert McCammon o Chuck Wendig utilizan el marco de Apocalipsis para Fuego, El canto del cisne o Los sonámbulos sin por eso perder calidad.
A decir verdad, no habría siquiera que plantearse esa pregunta. A nadie se le ocurriría cuestionar el empleo de un clásico como marco para la construcción de un relato, y tanto El misterio de Salem’s Lot como Apocalipsis son, a estas alturas, dos clásicos de la literatura popular.
Así que, volviendo a Stautford, Kentucky, el fresco expuesto por Keilsing sobre el marco creado por King es de una riqueza envolvente. Y gracias a que, como lectores, nos sentimos a gusto, podemos prestar atención a los detalles: a las filias y fobias que vinculan a los habitantes (con luces y muchas sombras), a las peculiaridades sureñas que lo alejan de los descritos por King (como el calor, la presencia del Ku Klux Klan, o cierto hecho real que da origen a la tragedia) y al horror que empieza a resurgir.

Todd Keisling
LA CONSTRUCCIÓN DE UNA MITOLOGÍA
Una vez más, Keisling se sirve de referentes reconocibles para diseñar una cosmogonía original, coherente y expuesta con claridad a lo largo de la novela. Todo lo que ocurra, por extraño que nos parezca, tendrá su justificación.
Obviamente, sobre este punto no quiero profundizar porque uno de los placeres del libro es ir descubriendo poco a poco sus misterios. Sin embargo, sí me interesa comentar un par de aspectos vinculados a los mismos.
En primer lugar, los referentes. Quizás no el más obvio, pero sí el más directo es un relato de Stephen King vinculado a Jerusalem’s Lot (de hecho, ese es su título original): «Los misterios del gusano». Es la historia que abre El umbral de la noche, y en la que se inspira libremente la magnífica serie Chapelwaite. El otro referente es claro: la cosmogonía lovecraftiana (Genialmente conectada a la novela a través de una carta de la Universidad de Miskatonic).
Pero lo que más me interesa resaltar es el modo en que Keisling nos presenta su mitología. Si bien buena parte de la misma se explica a través de la acción, las primeras cuatro partes se cierran con un capítulo titulado «DEL DIARIO DE IMOGENE TREMLY», en el que se recopilan documentos, recortes de periódico, entradas de diario y hasta ilustraciones que la van construyendo. Lo cual, además de dotarla de una enorme verosimilitud, involucra al lector en el proceso. Y no hay nada como plantearle al lector un buen puzzle para que sea él mismo quien complete las piezas.
SOBRE EL RITMO Y LA ESTRUCTURA DE LA ENSENADA DEL DIABLO
Volvamos al principio. Quinientas cuarenta páginas. Sin duda, uno de los mayores méritos de La ensenada del diablo es el magnífico ritmo que Keisling logra imprimirle a toda la novela. En ningún momento decae; incluso en la imprescindible presentación del escenario.
¿Cómo lo consigue? En primer lugar, con muchísimo talento. Pero no es menos importante la calculada estructura que cimienta el relato. No me extraña que haya tardado más de once años en escribirlo.
La novela se abre con una primera parte que actúa de prólogo y que se desarrolla en 1983. Una secta pretende dar en sacrificio a su dios a los hijos de los acólitos, mientras los abuelos de los chicos intentan impedirlo. El horror que trasmiten los pasajes escritos desde las perspectiva de uno de los niños (que intuye lo que le espera) es soberbio. Y el ritmo a contrarreloj en el que nos sumerge atrapa. Por si fuera poco, Keisling también introduce, de refilón, una serie de claves que serán necesarias para el cierre de la novela.
Tras semejante comienzo, la segunda parte se desarrolla treinta años después, cuando la muerte de uno de los abuelos que participaron en la incursión obliga al único de los niños (ahora adulto) sobrevivientes a regresar al pueblo. Como es lógico, junto con el personaje también llegamos los lectores, lo que implica la necesaria presentación del escenario (es decir del pueblo de Stauford) y de sus habitantes. Obviamente, para hacerlo es necesario rebajar el ritmo. Pero Keisling consigue que la lectura siga fluyendo, en parte gracias al impulso con la que venía y en parte gracias a la introducción, cada tanto, de comentarios que nos anticipan futuras tragedias. Una brillante estrategia para mantener la tensión en medio de un relato costumbrista.
Una vez presentados los personajes, Keisling dedica la tercera parte a revelarnos la mitología de la historia (mucho más sorprendente de lo que suponíamos hasta entonces), a ubicar todas las piezas en el tablero y a relatar los primeros indicios del horror que vendrá.
Y cuando todo está listo, la cuarta y quinta parte son una fiesta. Un delirio de acción y terror que se extiende, sin decaer, a lo largo del último tercio del libro y que se cierra de un modo que a mí, al menos, me ha resultado plenamente satisfactorio.
Así que, una vez más, vuelvo al principio. Si hablamos de pueblos malditos, sin duda Inanición, de Daria Pietrzak (por poner un ejemplo de la misma editorial) me ha resultado mucho más incómoda que La ensenada del diablo. Pero, honestamente, no creo que ese haya sido el objetivo del autor (incluso después de leer su nota de advertencia). Esta obra es un esmerado homenaje a las novelas que nos formaron como lectores. Y volver a ese terreno conocido, sumergirse en sus páginas y dejarse llevar, más que incomodidad me ha generado placer.
El familiar placer perverso que experimenta todo aficionado al terror.
LA ENSENADA DEL DIABLO COMO OBJETO
A todo lo mencionado en los apartados anteriores hay que sumarle la magistral edición. A estas alturas no es ningún secreto el cuidado con el que Dilatando Mentes maqueta sus novelas. Un estilo barroco y detallista que ya es marca de la casa. Pero en La ensenada del diablo se ha superado. Si en la mayoría de sus libros los detalles aparecen en el borde inferior de página, o al inicio de los capítulos, aquí son las páginas en sí las que están diseñadas: las de la historia principal con la textura de folios maltrechos, y las del diario de Imogene Tremly sobre una base de papel pautado.
Y también están las imágenes: los dibujos de sigilos y marcas rituales; el paulatino oscurecimiento de la carilla que separa las partes; el apartado gráfico de referencias y noticias que cierra el volumen; y, por supuesto, la espeluznante cubierta de Ah Taut. Detalles que hacen que el libro se disfrute por su continente, además de por su contenido.
TODD KEILSING ES UN AUTOR A SEGUIR
Por casualidades del mercado (o quizás no) en cuestión de seis meses nos han llegado dos obras de Todd Keisling: La cinta Duncan (La biblioteca de Carfax) que aún no he podido leer, pero de la que me han llegado reseñas magníficas, y esta de la que acabamos de hablar.
Dos obras muy distintas: la primera una novela corta, la segunda de largo aliento; la primera desasosegante, la segunda atrayente. Un conjunto reducido (hasta la fecha), pero que introduce a un autor a seguir. Y basta con echar un vistazo en la red para saber que ya cuenta con una extensa carrera. Ojalá en un futuro no muy lejano podamos seguir disfrutando de sus obras. Mientras tanto, te animo a que te adentres en La ensenada del diablo.
Seguro que disfrutarás del paseo.
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