Intentar definir The Sandman es como intentar atrapar la arena del desierto en un puño: por cada grano que cojas, un millar más se te escapará entre los dedos. Y, precisamente, he ahí la magia de una historia tan inabarcable como los sueños mismos, una historia sobre la familia y la responsabilidad, sobre el amor y el odio y la delgada línea entre el genio y la locura. Una historia, en definitiva, sobre las historias.
SOBRE EL RENACIMIENTO Y LOS AUTORES QUE SUEÑAN
Arquitectos, escultores y pintores, matemáticos y poetas, ingenieros y músicos… por algún motivo, la ideal del hombre renacentista siempre ha cautivado mi imaginación. Por su dilatada formación, quizá; por sus inquietudes y sus mil y un proyectos. Pero poner etiquetas a Alberti o a Petrarca es, sencillamente, imposible. Creo firmemente que Neil Gaiman es uno de ellos, un hombre del Renacimiento nacido en 1960. Por la riqueza y profundidad de su obra, por su inusual capacidad para rebelarse contra los convencionalismos del medio, ya sea novela, cómic, cine o televisión; por su manejo de los géneros narrativos, de los cuentos para niños que todo adulto debería leer y por la forma en la que sus historias nos revelan más sobre la condición humana que cualquier tratado de psicología, historia o sociología.
Como he dicho, embotellar a un artista de tales dimensiones no es sino un torpe intento por comprender algo que se nos escapa. Afortunadamente, al sumergirnos en la obra de Gaiman podemos atisbar algunas de las líneas maestras de las que el autor británico se sirve para contar historias.
SOBRE LO EXTRAÑO Y LO FAMILIAR
Una de esas líneas no es otra que el variopinto grupo de personajes conocidos como los Eternos. Incluso si no has leído The Sandman, estoy seguro de que has oído hablar de ellos. Destino, en cuyo libro está escrita hasta la última coma de tu vida; Deseo y Desesperación, que son dos caras de la misma moneda; Destrucción y sus constantes apariciones televisivas; Delirio, que antes era Delicia y es más sabia de lo que a veces desearíamos; Sueño, a quien visitas todas las noches y Muerte, a quien deseo que no conozcas hasta dentro de mucho tiempo.
Pero ¿qué son los Eternos? No son Dioses, aunque sean tan antiguos como el universo y se comporten como tal. Tampoco son una mera proyección de la mente humana, pues existen sin importar quién crea en ellos. Pero si describirlos nos resulta tan difícil, tan irreal, ¿por qué son, a la vez, tan familiares y cercanos? La respuesta es sencilla, que no simple: los Eternos son el reflejo de la propia condición humana, en una paradoja tan antigua como la del huevo y la gallina que Neil Gaiman no solo no se preocupa por responder, sino que permite al lector reflexionar sobre una pregunta que, siendo honestos, no creo que ni él mismo pueda, ni quiera, responder. Ese y no otro es el motivo por el que The Sandman revolucionó una industria anclada en los superhéroes hipertrofiados de los años 90, porque sigue siendo relevante en pleno 2022 y porque seguirá siéndolo durante décadas. Cada persona ve en los Eternos un reflejo único y personal: el suyo. Y, si me lo permitís, me gustaría enseñaros una pequeña parte de mi reflejo a través de las preguntas que Gaiman lanza en sus viñetas y que yo he creído oportuno responder.
SOBRE LA RESPONSABILIDAD Y LOS DIOSES QUE NUNCA QUISIERON SERLO EN THE SANDMAN
La historia de Sueño es, en gran medida, la historia de The Sandman. Todo empieza y termina con él, desde sus años de cautiverio en el sótano de Roderick Burgess hasta su eventual renacimiento. Para tratarse de un Eterno, Morfeo es sorprendentemente falible: egoísta y caprichoso, en ocasiones se comporta más como un adolescente que como la encarnación del Sueño o lo que es lo mismo, como la figura trágica que llora la pérdida de su amada bajo la lluvia. Sus amantes terminan por abandonarle, como Calíope y Thessalia, y sus amigos, como Matthew o Lucien, saben que nunca podrán traspasar esa barrera que el propio Sueño ha puesto entre él y el mundo. Solo su hermana mayor, Muerte, con quien comparte una complicidad especial, parece entender qué necesita en cada momento. Porque Sueño, y he aquí la clave del personaje, tiene miedo al cambio.
Para comprender esto, primero debemos detenernos en otro de los Eternos, Destrucción, quien al comienzo de la historia lleva trescientos años desaparecido y que, durante gran parte de la serie, representa la principal incógnita de la misma. Eventualmente descubrimos el motivo de su abdicación: al conocer a Newton en lo que sería el inicio de la Era de la Razón, atisbó el imparable desarrollo de la ciencia y su inevitable y trágico clímax: la fisión nuclear. No queriendo ser responsable de tal destrucción, hizo algo contranatural para con el concepto mismo de los Eternos: cambió. Porque cambiar significa ser finito, y por tanto mortal. Pero también significa ser libre.
A lo largo de la serie, Sueño intenta retrasar lo inevitable, excusándose en sus responsabilidades para mantener alejados a sus familiares, amigos y amantes. Pero ni siquiera el Señor de los Sueños es todopoderoso y, llegado el momento, cuando todas las piezas del tablero conspiren en su contra, deberá enfrentarse a la pregunta que tanto tiempo ha estado evitando: cambiar o morir. Curiosamente, elige una tercera vía, renovarse a través de la muerte. Y su nueva encarnación confirma su arco de personaje: blanco e inmaculado, Sueño hace gala de una amabilidad que nuestro Morfeo siempre había tratado de ocultar.
SOBRE LA VIDA LA MUERTE Y LO QUE HAY ENTRE MEDIAS
Entre todos los personajes de The Sandman, ya sean dioses, humanos, criaturas feéricas o tantos otros, fue Muerte quien me atrapó desde la primera página. Su puesta en escena es de todo menos caprichosa: Gaiman reniega de la figura esquelética y de la guadaña y se inspira en Cinamon L. Hadley para personificar aquello que el ser humano siempre ha temido. Porque morir es tan humano como la propia vida y por eso ella es, entre todos los Eternos, la más humana de todos (sus bocadillos, a diferencia de los de sus hermanos, son como los de cualquier otro humano). En contrapunto a Sueño, Muerte no solo se toma muy en serio sus responsabilidades, sino que además lo hace con una sensibilidad distinta, especial. No mide la vida en años, sino en vidas, y, al hacerlo, dota de sentido hasta a la más breve de las existencias. Qué bonito pensar que cuando la luz se apague, la Muerte nos tomará de la mano, nos sonreirá y nos conducirá a su reino.
SOBRE LOS LADRONES QUE CUENTAN HISTORIAS Y LAS HISTORIAS QUE DEBEN SER ROBADAS
En algún lugar del mundo, quizá en la Biblioteca del Sueño, debería existir un grueso volumen con tapas de cuero y papel amarillento. Su título, aunque borrado por el paso de los años, diría algo así como: Compendio de delitos, crímenes y otras fechorías contra las historias. Su primer enunciado versaría sobre el hurto, el saqueo y la malversación de personajes e historias alguna vez contadas y no tengo la menor duda de que Neil Gaiman sería el principal de los sospechosos, aunque no el único, Y que me perdonen los jueces y magistrados, pero para robar como Neil Gaiman hace falta clase.
Desde la más antigua de las historias, la de la guerra entre el Cielo y el Infierno, hasta las de sus colegas contemporáneos en DC, Gaiman saquea sin pudor las mitologías nórdica, egipcia y griega; arranca de los libros de Historia a Robespierre y a Octavio Augusto y toma prestados los personajes y motivos de Shakespeare, Lyman Frank Baum, Jack Kirby o Alan Moore. Y eso, querido lector, es algo maravilloso. Porque Gaiman es original, no en el irreal sentido actual, sino en el que los románticos del siglo XIX ensalzaban: la vuelta a los orígenes. Tiene, además, la habilidad poco común de recuperar personajes con siglos de tradición oral y escrita, incluso milenios, y convertirlos en actores que interpelan al público contemporáneo directamente. Es el caso de Lucifer, a quien conocemos en Preludios Nocturnos como el señor del Infierno y que, durante el resto de la serie, servirá de preludio para el arco final de Sueño.
Lucifer y Morfeo comparten el mismo sentido de responsabilidad, una tarea nada grata que ninguno de los dos parece disfrutar especialmente. Lucifer llega a la conclusión de que su existencia y las decisiones que le llevaron a rebelarse contra el Cielo no fueron sino parte de un plan mayor. Qué paradójico, una vez más, que el mismísimo Lucifer creyera ser la dama de la partida y no fuera más que un simple peón en manos de un poder superior. Es entonces cuando decide abandonar su reino, movido no por el orgullo o por la venganza, sino porque todo cuanto siempre ha querido es ser libre. Libre cuando se rebeló contra el Cielo, libre cuando reinaba en el Infierno y libre al fin cuando ejerció la última de las libertades que todos tenemos: la libertad para irse. Porque The Sandman es, en cierta medida, una historia sobre la libertad. Primero Destrucción, luego Lucifer y finalmente Morfeo, nos enseñan que, a veces, cuando cambiar no es posible, la mejor decisión es la más sencilla: irse.
SOBRE EL DIBUJO, EL COLOR Y LA TINTA QUE HICIERON POSIBLE THE SANDMAN
El reto de acompañar a Neil Gaiman en una serie tan longeva y experimental como The Sandman era mayúsculo y, afortunadamente, todas las piezas parecieron encajar como un reloj suizo. En primer lugar, por la libertad creativa de cada artista, ya fuera dibujante, colorista o entintador: no nos encontramos ante una obra de estudio sino a la visión personalísima que cada artista tenía del mundo de Gaiman. En segundo lugar, y como consecuencia de esto, por cómo artistas como Sam Kieth, Mike Dringenberg o Kelly Jones casan a la perfección con el estilo de Gaiman y su ya mencionada sensación de fantasía y familiaridad. Y en tercer lugar, por cómo la propia naturaleza de The Sandman, tan dada a las historias autoconclusivas con ese aroma a cuento de hadas, permitió explorar una gran variedad de estilos artísticos, desde el experimental El fin de los mundos hasta el barroco Velatorio, pasando por toda una gama de decisiones estilísticas que han convertido The Sandman en una obra de culto.
En ese sentido, el personaje de Sueño es uno de esos grandes aciertos. Su apariencia de niño triste, sus hipnóticos ojos estrellados y sus inconfundibles bocadillos de letras blancas sobre fondo negro lograron dotar de personalidad a la encarnación misma de los sueños sin importar quién fuera el dibujante y, al mismo tiempo, permitiendo al artista enfatizar aquellos rasgos que considerara más interesantes. Ya hemos comentado el caso de Muerte; en general, toda la iconografía visual tras los Eternos, la forma en la que su apariencia y sus atributos sirven para diferenciarlos y, al mismo tiempo, unirlos como familia, es otro de los motivos tras el éxito de la serie.
SOBRE EL MIEDO A CAER Y EL VÉRTIGO DEL ESCRITOR
La página en blanco, las historias abandonadas al fondo del cajón, las cartas de rechazo… no todas las historias llegan a buen puerto y el señor de los Sueños lo sabe mejor que nadie. En ese sentido, la Biblioteca del Sueño es lo más parecido a la Tierra Prometida para muchos de nosotros. Una biblioteca que alberga las historias que fueron creadas, pero nunca terminadas, ya fueran un sueño febril, una novela a medio camino o un revolucionario guion que nunca vio la luz. De esta forma, Gaiman da sentido a tantos sueños frustrados, a tantas palabras que, aparentemente, nunca llegaron a nada. Porque no siempre es el destino, sino el camino el que merece la pena recorrer.
Además de visitar a los mortales durante la noche, Morfeo se preocupa porque las historias y aquellos que las hacen posibles no dejen de soñar. Fábulas y reflejos es, en esencia, un sentido homenaje a los contadores de historias. Desde el vagabundo que creyó ser emperador de los Estados Unidos hasta el propio Octavio Augusto, sin olvidarse de las historias mil y una veces contadas (Orfeo y Eurídice, las Mil y una noches) y las que solo unos pocos afortunados han podido escuchar de labios de sus abuelos; nos recuerda que todas las historias, por pequeñas que puedan parecer, merecen ser contadas.
Pero Gaiman también reflexiona sobra la figura del escritor, sobre sus dudas y temores. Como el escritor a quien Morfeo enseña que cuando caes, a veces despiertas; otras veces la caída te mata. Y otras, cuando caes, vuelas. Esta idea no puede entenderse sin uno de los personajes claves de The Sandman: William Shakespeare, cuyo mayor anhelo no es la fama o el reconocimiento, sino dar a los hombres sueños que aun vivan cuando él haya muerto. Dedica pues su vida a soñar, incluso si eso implica perder a su hijo y alejarse de su mujer y su hija. Su camino no es perfecto; tampoco su destino: a las puertas de la muerte, duda de sus sueños de juventud sin saber que, si hoy buscamos a nuestro particular Romeo o Julieta, si nos preguntamos sobre el ser o no ser, si soñamos con Venecia, el Reino de las Hadas o la Inglaterra de Enrique V es gracias a sus febriles sueños de juventud. No es casualidad que las últimas viñetas de The Sandman sean suyas. Shakespeare, y Neil Gaiman, se despiden de Morfeo tras una larga vida contando historias en una deliciosa relación entre el señor de las historias que carece de historia propia y uno de sus más virtuosos sirvientes.
THE SANDMAN CONTRA LOS PELIGROS DE UNA VIDA PROSAICA
Decía Eduardo Segura, uno de los mayores expertos en el mundo sobre J.R.R. Tolkien, que la obra de El Profesor es un canto contra la vida prosaica en un mundo heredero del gris racionalismo de la Ilustración, la Tierra Media nos muestra el camino de vuelta a casa, a los cuentos de hadas y los versos. Muchas cosas han cambiado desde la Gran Guerra, pero el riesgo de ser el hombre de la corbata verde del que nos hablaba Chesterton es mayor que nunca. Por suerte, obras como The Sandman y autores como Neil Gaiman nos enseñan que nunca es demasiado tarde para soñar.
Gaiman recoge gran parte de su filosofía en el fenomenal Make Good art, un discurso del 2012 en el que reflexiona sobre la importancia de crear arte en los buenos y malos momentos frente a una vida cada vez más prosaica y apagada. Habla también de los errores, de esos que nos paralizan sin siquiera haber empezado y que él nos anima a buscar deliberadamente. Y qué mejor ejemplo que The Sandman, una historia que es en sí misma un error, una historia sobre las historias cuyo éxito ninguna fórmula matemática podría haber previsto. Porque, que me perdonen los ingenieros y físicos, los médicos y abogados, pero Robin Williams lo expresó mejor de lo que yo nunca podré: «la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor… son las cosas que nos mantienen vivos». Brindemos pues por las historias, por aquellas que, como The Sandman, se sirven de los sueños para imaginar un mundo de rimas y versos, de hadas y cuentos.
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2 comments
Gracias por esta hermosa nota.
Gracias a ti por el comentario, Nicolás.