Cobertura del Sitges Film Festival 2024

by Antonio Míguez
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En 2024, el Festival de Sitges se ha desarrollado bajo un manto de nubes grisáceas, que pareciera haber sido concebido por un pintor romántico después de una decepción. Paradójicamente, en contraste con el clima, ha sido el subgénero Folk Horror, con su trasfondo soleado, pagano y equinoccial, el que se ha elevado como el gran triunfante del presente certamen. No busquéis muchas más razones de las que ya son obvias, pues Midsommar (Ari Aster, 2018) es la única culpable de la actual moda, así como del reverdecimiento de un género hasta hace poco caído en el olvido, o al menos bajo la condena de estar varias décadas en barbecho.

EL TRIUNFO DEL FOLK HORROR EN EL FESTIVAL DE SITGES

Vaya por delante que, según nuestro punto de vista, el término Folk Horror se aplica demasiado a la ligera. Medio broma, medio en serio, comentaba con otros compañeros asistentes al Festival de Sitges que el estándar para catalogar una película dentro de dicho subgénero estaba tan bajo que bastaba con que una cabra apareciese en pantalla. Dicho esto, en este apartado vamos a tratar las películas como si fueran hijas bastardas de El hombre de mimbre, porque así se las considera mayoritariamente.

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Sería justo empezar por El baño del diablo, a la postre ganadora de la 57ª edición del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Sitges sin polémica alguna. Su cuidada puesta en escena y los bellos fotogramas grabados a luz natural riman visualmente con algunos segmentos de La Bruja, si bien aquí predomina el verde flúor de las montañas danubianas, en vez de los tonos ocres y cenicientos de los fotogramas de Eggers. De similar forma, el verdadero monstruo de la cinta no es una sierva de Satán, sino el coercitivo cristianismo protestante, que, por arrebatar, arrebata hasta el derecho a quitarse la vida si esta se convierte en un tormento.

El interés de los cineastas Severin Fiala y Veronika Franz pone el foco sobre Agnes, una mujer atrapada en un matrimonio frustrante, oprimida bajo la ominosa presencia de su suegra y sin la posibilidad de cumplir su sueño de engendrar hijos, debido a la evidente homosexualidad de su marido. En una caída imparable al infierno personal (un estado melancólico conocido en la Austria de la época como el baño del diablo), Agnes ya no desea vivir, mas le resulta imposible suicidarse puesto que su alma se vería abocada a una eternidad en el averno. La alternativa sería acometer un crimen lo suficientemente grande como para que fuese condenada a la pena de muerte, lo cual le permitiría confesarse y llegar pura al cielo. Casi la totalidad de hechos aparecidos en la narrativa se han extraído de documentos históricos reales, matiz que convierte a los directores de El baño del diablo en historiadores con todas las letras. Quizá más que muchos profesores de universidad.

Fotograma perteneciente a la ganadora del presente certamen, «El baño del diablo».

Por su parte, Frewaka ha sido galardonada con la mejor BSO de esta edición. Su directora, Aislinn Clarke, satisfizo su deseo de rodar una cinta en su lengua materna, el gaélico, entre cuyo vocabulario se encuentra la palabra que da nombre al film. Fréwaka significa literalmente raíz enmarañada, un amasijo imposible de arrancar al momento de preparar el suelo para la labranza. Aquí una trabajadora de ayuda a domicilio homosexual atiende a una anciana presuntamente senil, que en juventud se negó a participar de una ceremonia común en la Irlanda profunda, consistente en fingir un casamiento entre una niña y un macho cabrío. Esa decisión le granjearía todo un caudal de problemas a posteriori. La naturaleza subversiva y antisistema de las mujeres hace que ambas se vean presionadas por la cerril y conservadora sociedad en la que viven, en una metáfora de esas raíces inmóviles que se aferran a la tierra, impidiendo cualquier cambio o regeneración.

Fotograma perteneciente a la ganadora a mejor BSO, «Fréwaka».

Mientras tanto, Rupert Russell, hijo del singular creador audiovisual Ken Russell, ha participado también de este aquelarre pagano celebrado en el Festival de Sitges por medio de The Last Sacrifice. Partiendo de un true crime (tan de moda en estos tiempos), concretamente el asesinato del agricultor Charles Walton en unas extrañas circunstancias, el documental plasma cómo el caso cautivó la imaginación de los ingleses a partir de los años cincuenta, propiciando la entrada del ocultismo rústico en la cultura hippie, que andando el tiempo daría carta de naturaleza al género cinematográfico conocido como Folk Horror. A través de montajes paralelos, la labor audiovisual de Russell subraya las conexiones entre estas películas, el fin de Charles Walton y la proliferación de brujos “reales” en la época, a saber, Gerald Gardner y Alex Sanders. Como colofón, Russell reserva para los últimos minutos una paradoja altamente inquietante: las mismas campiñas de Warwickshire en los que acaeció el brutal asesinato fueron el escenario elegido para la filmación de los Teletubbies.

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Sin llegar a ser descendiente directa del Folk Horror y sin embargo compartiendo cadenas de su ADN, nos topamos con Oddity. En este cóctel donde conviven sabores tan diferentes como el gótico y el slasher, el creador irlandés Damian McCarthy sitúa gran parte de la acción en una zona rural (más concretamente en el interior de un solitario caserón), aparte de introducir elementos próximos a culturas anteriores, que aún subsisten ocultas en los pliegues de nuestra sociedad. Todas ellas confluyen en ese espeluznante gólem de madera visible en la portada de la película, en palabras del propio McCarthy, efluvio mismo de la tierra, la brujería y el paganismo.

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ALGUNAS MENCIONES DE INTERÉS

El difícil contexto femenino en medio de una civilización falocéntrica es uno de los principales motores del terror actual. Sin ir más lejos, en el anterior epígrafe todas las mujeres son víctimas, desde la depresiva Agnes de El baño del diablo, pasando por Shoo y la anciana Peig en Fréwaka, hasta llegar a las gemelas Odello en Oddity. La misma dinámica explota el notable debut del realizador español Pedro Martín-Calero en El llanto. Con un reparto internacional mediatizado por la feérica presencia de Ester Expósito, el plot se detiene en el suplicio de tres chicas a priori sin conexión, que escuchan en el interior de sus cabezas el desgarrador lamento de otra mujer. Poco después, las protagonistas comienzan a padecer tocamientos y agresiones por parte de un anciano tan solo visible a través de las pantallas y la tecnología. Pese al buen trabajo de la guionista Isabel Peña (quien escribió la extraordinaria As Bestas), no podemos dejar de apreciar una influencia demasiado obvia de El Ente (Sidney J. Furie, 1982) y de la más cercana It Follows (David Robert Mitchell, 2014). De una forma u otra, a nuestros ojos el espíritu de El llanto encarna el eterno masculino, figurado a través de la imagen del hombre más desagradable posible (un viejo decrépito), que además supone la esencia de un sistema predatorio para ellas.

Fotograma perteneciente a «El llanto».

Otra forma de maltrato a la mujer es la imposición social de un físico perfecto.  Esa es la trama central de La sustancia, donde la presentadora de un show televisivo es despedida debido a sus cincuenta años de edad. Obsesionada por volver a degustar los néctares de la popularidad, adquiere un producto con la promesa de generarle un alter ego más joven y bello de lo que nunca había llegado a ser. La directora y guionista francesa Coralie Fargeat ha firmado una película insobornable, que adapta a los tiempos que corren conceptos ya vistos en obras anteriores. Reconozco en La Sustancia la misma denuncia emitida en los noventa por La muerte os sienta tan bien (Robert Zemeckis, 1992), cuyas protagonistas ardían en deseos de conservar a toda costa su atractivo de juventud; aunque destacan los paralelismos con el body horror del primer David Cronenberg y, sobre todo, Brian Yuzna en Society (1989). Sendos largometrajes comparten un desenlace memorable y repulsivo, lo cual hace más sorprendente la participación en el proyecto de estrellas consagradas como Demi Moore y Dennis Quaid, o valores emergentes como la vivaz Margaret Qualley. Todos ellos contribuyen a la sátira mediante actuaciones excepcionales.

Las dos caras de una misma moneda: Demi Moore y Margaret Qualley en «La Sustancia».

La sempiterna lucha entre sexos, la tentación del engaño y la concupiscencia también son los temas centrales de Bone Lake. Aquí dos parejas dispuestas a vivir una escapada vacacional descubren que han alquilado la misma casa junto al lago. Sin saberlo, al acordar compartir la vivienda durante el fin de semana, dan comienzo a una explosión de sexo y mentiras que pueden llegar a costar la vida. El trabajo de la cineasta Mercedes Bryce es divertidísimo y se consume sin apenas darnos cuenta, aportando una dosis irónica y femenina al género home invasion. Pero por encima de lo demás nos susurra al oído algo del todo terrorífico: en tres días puede destrozarse lo que una pareja estable ha tardado años en construir.

Maddie Hasson en «Bone Lake»

Con vistas a ir cerrando el roster de películas destacadas vamos a citar Exhuma, sólida ganadora del Premio Especial del Jurado de la SOFC. Recogiendo el testigo de hitos del cine surcoreano como El Extraño (2016), el realizador Jang Jae-hyun nos pone sobre la mesa un viaje inclasificable a través del ocultismo asiático. Aquí una millonaria familia americana de origen coreano contrata los servicios de una chamana y su ayudante. Con ello intentaban paliar una extraña dolencia de los primogénitos del clan sin aparente explicación médica: cuando estos cerraban los ojos escuchaban llantos y susurros. El problema apuntaba a un tipo concreto de maldición, al parecer relacionada con el mal emplazamiento de la tumba del abuelo de la familia. Por tanto, se contratan los servicios de un geomante y experto en feng shui (Choi Min-sik, protagonista de la inolvidable Oldboy) antes de proceder a desenterrar del cuerpo. La construcción narrativa de Exhuma se divide en dos partes tan diferenciadas que son casi independientes. La primera, más convencional, se nos antoja una buena historia de venganzas espectrales con la luz del piloto automático en on; pero la segunda, absolutamente inolvidable, coloca en pantalla algunas de los fragmentos más destacados del terror asiático de los últimos veinte años, al tiempo que bucea entre los traumas nacionales de Corea y su histórica enemistad con Japón.

Espectro de origen japonés aparecido en «Exhuma». Cabe destacar su naturaleza masculina, en contraste con la larga tradición de mujeres fantasma en las islas del Sol Naciente.

¿Les han gustado las películas de Sitges 2024? Gran parte de los ingredientes del terror tradicional confluyen óptimamente en detalles siniestros de las historias que acabamos de citar. Así que ya lo saben, queridos lectores: si en algún momento de sus azarosas tardes otoñales visionan algunas de estas películas, y pensáis que el testimonio aquí dado sobre ellas no les hace justicia, no lo duden, comenten e intercambiamos impresiones. Seguro que lo pasamos muy bien.

Por último, os informamos de que tuvimos la suerte de entrevistar a tres directores relevantes durante el transcurso del Festival de Sitges, así que estad atentos a la página web a lo largo de los próximos días.

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