Cobertura del Sitges Film Festival 2023

by Antonio Míguez
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Octubre convierte a Sitges en un aquelarre prolongado. Eso sí, la presente edición del festival ha sido extraña, porque un Sol más propio de junio estiraba las sombras de quienes pululaban entre sus preciosos callejones de adoquines. Poco nos importó. Los susurros de los fans del terror siguieron ahogándose ante las luces de las pantallas, que siempre se despliegan como un portal hacia lo maravilloso. Si lo atravesamos, nuestros monstruos se vuelven héroes, los sueños se convierten en pesadillas y lo truculento puede llegar a emocionar como si fuera una suerte de poesía oscura. Pero, por favor, no nos demoremos más y vayamos a lo que nos interesa. ¿A qué películas debemos estar atentos y por qué? Siendo honestos, no he tenido la sensación de visualizar ninguna obra superior, de aquellas que estampan en filigrana de oro la numeración del Festival, al estilo de La bruja (Robert Eggers, 2015), El extraño (Na Hong-jin, 2016) o El caballero verde (David Lowery, 2021). En cambio, sí podemos hablar de un selecto grupo de films notables que, más allá de los premios conquistados, merece la pena reseñar.

Sitges

Sitges, 2023.

Menciones especiales del Sitges Film Festival 2023

La primera de ellas lo será por decepcionante y me duele en el alma. A mis ojos, Hayao Miyazaki es uno de los cineastas más relevantes de la historia, independientemente de que haya desarrollado su carrera en el ámbito de la animación. La pasión por su trabajo imprimía de un aroma inconfundible a sus relatos, desarrollados en mundos donde la magia se iba abriendo paso a través del costumbrismo (Mi vecino Totoro, 1988) o universos en los que la épica se ensanchaba hasta adquirir proporciones mitológicas (La princesa Mononoke, 1997). La última obra del Maestro, El chico y la garza, discurre por un punto intermedio, similar al visto en El viaje de Chihiro (2001), incluyendo a su protagonista infantil en crisis existencial y adentrándose en un isekai (mundo alternativo). Durante el primer tercio del metraje la fórmula funciona a la perfección (el encuentro con la garza pone los vellos de punta), si bien a partir de la incursión en la torre (plano fantástico) asistimos a un carrusel de situaciones carentes de interés. Personajes sin carisma que aparecen y desaparecen, la absoluta destrucción de la garza como posible antagonista prometedor, o varias demostraciones de virtuosismo técnico sin justificación narrativa (destaca aquí el desentrañamiento de un animal acuático), apuntan a que este film es un canto de cisne obsesionado por aglutinar las constantes artísticas de su autor, aunque sin el alma de sus predecesoras. Es decir, como si las hubiera recreado una IA.

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El chico y la garza.

Ganadora de la Mostra de Venecia, Pobres criaturas también ha dejado huella a su paso por el Festival de Sitges. Su realizador, el heleno Yorgos Lanthimos, ya demostró su tremenda perspicacia en el drama histórico La favorita (2018), de cuyo reparto rescató a Emma Stone para encarnar a un remedo feminista del monstruo de Frankenstein. Rápidamente, la película seduce al espectador gracias a su cuidado aspecto visual, a medio camino entre el aire gótico de Tim Burton y la explosión colorista de Wes Anderson. Curioso ¿verdad? No obstante, el esfuerzo de Lanthimos es completo y no se limita a una bella carcasa, sobre todo atendiendo a la soberbia dirección de actores o al sarcástico guion adaptado por Tony McNamara. Incluso así, la estrella indiscutible de la función es Emma Stone, quien consigue algo muy difícil en el cine actual: acaparar el absoluto interés del público escena tras escena, subsumiendo al resto del buen reparto (Mark Ruffalo, Willen Dafoe, etc) en torno a su figura luminosa.

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Pobres criaturas.

Afortunadamente, el género ha evolucionado y la creciente apertura de la industria se traduce en proyectos de terror que incorporan elementos de crítica social. Así lo hace también Zarrar Kahn en su opera primaEn llamas, una cinta pakistaní donde el factor fantasmático alegoriza las distintas formas de suplicio femenino en un contexto musulmán. La elegante fotografía de Aigul Nurbulatova pone su acento en los ocres espacios urbanos del extrarradio de Turbat, salpicados por los colores de los pañuelos que adornan las cabezas de las mujeres pakistaníes o el azul profundo del mar árabe. Mención aparte merece la joven actriz Ramesha Nawal, dotada de un rostro capaz de transmitir multitud de emociones sutiles, especialmente durante los varios primeros planos que regala a cámara.

En la misma línea podemos hablar de Vive dentro, una sincera carta de amor al folclore de la India por parte del cineasta Bishal Dutta. La acción comienza desde la perspectiva de Sam, una adolescente de origen indio naturalizada en Estados Unidos. El alejamiento de su cultura natal se intensifica debido a Tamira, otra chica india que sostiene sin motivo aparente un extraño frasco en sus manos. Temerosa de que sus nuevos amigos la relacionen con alguien tan creepy, Sam arroja la ampolla de Tamira contra el suelo, liberando a una especie de demonio procedente de la mitología hindú. El texto audiovisual de Dutta explota el típico argumento de tú la llevas (Ringu, It Follows, Smile) aunque se combina con un proceso de reconciliación con la propia identidad ya explorado en la extraordinaria The Vigil (2019).

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En llamas.

The Vourdalak es el primer largometraje que adapta para la gran pantalla el célebre cuento de vampiros escrito por Alexei Tolstói. Debido a la misma naturaleza del original, las anteriores reescrituras fílmicas apenas superaban los cuarenta minutos, entre las cuales destacan Los Wurdalak, perteneciente a la película de episodios Las tres caras del miedo (1963); o La familia Vourdalak (1975), de la desconocida serie española El quinto jinete. El director de la versión estrenada en Sitges, Adrien Beau, tiene a bien expandir la historia introduciendo arcos narrativos de su propia cosecha. En este sentido, adquiere vital importancia el entorno natural de la casa donde se desarrollan los acontecimientos, un bellísimo paraje verde, evocador del arte prerrafaelita de Waterhouse, pero origen del aislamiento y malestar de algunos personajes cruciales. Adrien Beau no ha rodado una película comercial, principalmente por tomar la arriesgada decisión de utilizar una marioneta gigante en representación del monstruo en pantalla. Lo confieso, al principio me costó entrar en el juego, aunque con el transcurrir de los minutos comprendí estar asistiendo a una experiencia distinta, incluso con el potencial de ser un clásico de culto.

Los festivales de cine no solo dan cabida a estrenos, sino que además su labor contempla el rescate de films caídos en el olvido. Esto puede deberse a la mala conservación de los celuloides o sencillamente con base a factores generacionales y geográficos. De entre aquellos ejercicios de arqueología cinematográfica me interesó la puesta en valor de Obioba: El fin de la civilización (1985), una cruel distopía postapocalíptica del realizador polaco Piotr Szulkin, con reminiscencias visuales de Blade Runner (1982) y en general de la obra del genio Andréi Tarkovski. Tras una guerra nuclear, los remanentes del ejército conducen a los últimos mil humanos vivos a un bunker minúsculo situado en las montañas, bajo la promesa de que, llegado el momento, un arca descenderá del cielo y los rescatará. Nos hallamos ante un verdadero retrato político, un cuento de inane esperanza cristiana, que nos habla de la crisis de identidad del pueblo polaco durante los estertores del comunismo. Si os agrada la ciencia ficción poliédrica y de vertiente más filosófica, no se la pierdan.

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Obioba. El fin de la civilización.

PALMARÉS OFICIAL

Es recurrente que las ganadoras más recientes del Festival de Sitges no se adscriban al terror puro y sí a géneros colindantes. Dicha tendencia se explica sola: según fue creciendo la popularidad del Festival, a su organización le interesó incluir celebridades en los jurados, normalmente no tan expertos en el fantástico y acostumbrados a temáticas realistas. Con el triunfo de Cuando acecha la maldad (Mejor Película) se ha colocado la primera piedra para enmendar esa paradoja. En lo personal, me alegro especialmente por su director, Demián Rugna, de quien ya tuve claro su talento descomunal tras el visionado de la espeluznante Aterrados (2018). Aquí permanecen aquellos mismos rasgos de estilo, como el radical empleo de la violencia, la inclusión de niños como heraldos de la maldad, o su probada habilidad para tocar fibras sensibles del inconsciente, descoyuntando la trama hasta generar situaciones de lo más sórdido. Tampoco se olvida Rugna de renovar el subgénero de posesiones demoniacas (tradicionalmente conservador), al establecer conexiones con la podredumbre de la tierra y sus cultivos. Nace así la figura de los embichados, individuos a quienes el mal se les introdujo en el cuerpo y contagian a las personas de su alrededor, de forma análoga a las plagas.

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Cuando acecha la maldad.

De la suculenta ración de entraña argentina pasamos a El exorcismo de Eastfield (Premio del Público Panorama Fantàstic), otra sorprendente vuelta de tuerca a las posesiones pese a lo convencional de su título. Basada en un caso real, el plot nos plantea cómo un fundamentalista religioso llega a representar un peligro mucho más tangible que el propio demonio. El valor de la premisa se me antoja incalculable, máxime en el centro de la vorágine ultra y anticientífica que estamos sufriendo a nivel global. Atención a los buenos ejercicios de casting, especialmente en los casos de Tim Pocock (el exorcista) y Georgia Eyers (en el rol de poseída), a mi modo de ver responsable de la segunda mejor performance femenina de la Sección Oficial. Además, el director australiano Nick Kozakis ha mejorado ostensiblemente su técnica de grabación desde Plague (2013), y en el aspecto visual adivino su voluntad por acercarse a Robert Eggers y Ari Aster.

El exorcismo de Eastfield.

En otro registro se halla The uncle (Mejor dirección Noves Visions), una interesante propuesta serbia codirigida por David Kapac y Andrija Mardesic. A finales de los ochenta, mientras esperan la llegada de cierto pariente, una familia yugoslava ultima los preparativos de nochebuena. Al principio todo parecía discurrir con normalidad, pero llegados a un punto la velada comienza a agriarse. En algunos medios la cinta ha sido presentada como una comedia negra y no entiendo el porqué. A mí me resulta un relato incómodo y descorazonador, en el cual el sombrío estilo de Haneke invade los bucles temporales de Atrapado en el tiempo (1993). Se eleva sobre el reducido reparto Miki Manojlović (el tío), un personaje enigmático e impulsivo, cuyo rencor ocasiona el desmoronamiento de su propia familia, en un evidente trasunto a pequeña escala de la Guerra de los Balcanes.

The uncle.

El premio a mejor intérprete ha recaído sobre Karim Leklou, indiscutible motor de toda acción en Vincent debe morir. Nos sumergimos en un mundo apocalíptico singular, comparable al presentado por José Saramago en Ensayo sobre la ceguera, en el que los humanos desarrollan una incontrolable ira homicida cuando miran a los ojos a otra persona. El galardón se entiende gracias a la verosímil evolución del personaje, que pasa de ser alguien patético a todo un superviviente. Por su parte, el libreto de Mathieu Naert bebe a grandes sorbos de películas actuales como A ciegas (2018) o Un lugar tranquilo (2018), cuyos universos prohíben la ejecución de acciones cotidianas (mirar, hacer ruido) so pena de perder la vida. Esta propuesta francesa funciona merced a su estructura narrativa de road movie, pues el desplazamiento genera constantemente situaciones peligrosas, si bien la reiteración de los mismos recursos dramáticos acaba por romper la sorpresa y el interés decae.

A pesar de no ser el personaje principal, Kate Lyn Sheil ha obtenido el premio a la mejor actriz por su destacada actuación en The Seeding. La historia comienza con un hombre perdido en mitad del desierto, desesperado por encontrar ayuda. De repente, vislumbra una casa construida en el fondo de una profunda grieta en el terreno, donde reside una misteriosa mujer (Lyn Sheil) dispuesta a socorrerlo. Sin embargo, al amanecer del día siguiente, nuestro protagonista se enfrenta a la desconcertante desaparición de la escalera que le permitió descender a ese enigmático lugar. La obra de Barnaby Clay se presenta como una reinterpretación que combina la esencia de la joya japonesa La mujer de la arena (1964) con elementos del terror rural estadounidense de los años setenta, en la línea de La matanza de Texas (1973) o Las colinas tienen ojos (1977). Por tanto, el planteamiento no resulta tan innovador como podría anticiparse, viéndose afectado además por un desenlace predecible y leves problemas de ritmo.

Uno de los premios más incompresibles fue el conquistado por El reino animal a mejores efectos especiales. Su guionista y director, Thomas Cailley, nos sitúa en un mundo afectado por una enfermedad que convierte aleatoriamente a los humanos en híbridos bestiales. El ejército opta por reunir al conjunto de mutantes en una zona controlada, ya que suponen un peligro al desarrollar super fuerza y perder parcialmente la noción sobre sí mismos. El punto de vista narrativo se articula a partir de un joven que empieza a padecer los primeros síntomas de transformación (pelos en la espalda, crecimiento de garras), en un proceso desagradable con paralelismos a La mosca (1986) de David Cronenberg. Desgraciadamente, uno de los principales problemas del trabajo de Clay es la dificultad a la hora de entender su tono: no sé bien si pretende ser una especie de comedia, una alegoría social o si persigue perturbar sin más. En cuanto a las metamorfosis, en ciertos momentos me llegan a provocar vergüenza ajena, sobre todo durante los innecesarios primeros planos. A su vez, cuando las criaturas aparecen en secuencias de acción y se integran en el entorno, el uso de los efectos especiales sigue resultándome deficiente. Solo podría llegar a entender el premio porque no existe otra película en la sección oficial con FX tan cruciales para la trama. De lo contrario, no me lo explico.

Casos muy distintos son Vermin: La plaga y Stopmotion (Premio Especial del Jurado ex-aequo), tal vez las dos sorpresas más agradables de la edición de 2023. En el caso de Vermin, su discreta promoción y la total ausencia de expectativas acabaron resultando beneficiosas. Puedo llegar a entenderlo: su argumento sobre arañas que se multiplican y crecen sin cesar no se distancia demasiado del típico cine de insectos de serie b. Ahora bien, percibo elementos interesantes y que aportan frescura al conjunto, como el hecho de que la acción se desarrolle íntegramente en el interior del típico bloque del extrarradio francés. En cuanto a los protagonistas, se trata de un grupo de amigos entre quienes se encuentra el culpable indirecto de propagar la plaga. Su misión será escapar del edificio vigilado por los militares, mientras intentan eludir los peligros ocasionados por los mismos arácnidos. Sébastien Vanicek, a través de su enérgica dirección, consigue generar microclimas de verdadero terror, elevando su trabajo por encima de otras producciones con las cuales Vermin comparte ADN (Aracnofobia, Arachnid, Sting…). A lo mejor ahora sí genera hype y deciden distribuirla en España.

Vermin. La plaga.

Ya en Stopmotion, la actriz Aisling Franciosi (Lyanna Stark en Juego de Tronos) se pone bajo la piel de Ella, hija de toda una leyenda en el tipo de animación que da nombre a este film. El tóxico vínculo mantenido con su madre, vampírico en cuanto a la dependencia emocional, empeora paradójicamente tras la muerte de esta, dejando en Ella un complejo cúmulo de sentimientos difíciles de sobrellevar. En un intento de remediar la situación, la protagonista se propone grabar una película usando las mismas técnicas que hicieron famosa a su progenitora, hecho que la sumerge en un pesadillesco bloqueo creativo. La cinta de Robert Morgan va un paso más allá y exige al espectador un tributo a cambio de su visionado. Y no tan solo en función de su intrincada red narrativa, construida a base de capas que se superponen y fusionan (espacio de lo real, ficción creada y dimensión psicológica), sino por las abruptas y radicales imágenes exhibidas en pantalla, capaces de provocar desmayos, a juzgar por mi experiencia durante el pase al que tuve acceso.  Por lo demás, queda patente mi admiración hacia Morgan y los grotescos diseños de sus criaturas (en especial, el hombre de ceniza), piezas de arte en sí mismas, pero que amplifican su valor al encarnar los fantasmas y miedos de un creador cuando se enfrenta a su propia obra.

Stopmotion.

Y hasta aquí nuestro recorrido por Sitges Film Festival 2023. En esta entrada hemos procurado presentaros las películas más interesantes de las veintinueve que pudimos cubrir, para así ahorrarle al lector el mal trago de leer reseñas de crítico rancio y destructivo. Al hilo de esto, se quedan en el tintero dos producciones interesantes que casi consiguen hacerse un hueco en el epígrafe menciones especiales. El motivo de su no inclusión se debe a sus decepcionantes finales. La primera, You’ll Never Find Me, es un duelo casi teatral entre dos actores, comparable al primer fragmento de Barbarian (2022); mientras la segunda, Mimì. Príncipe de las tinieblas, dirigida por el nieto del gran Vittorio de Sica, se trata de un bello cuento de amor adolescente con efluvios de la joya sueca Déjame entrar (2008). Siento impotencia porque sus directores (Josiah Allen y Brando de Sica), en su afán por dejar al público con la boca abierta, destrozan un par de relatos que ya eran perfectos antes de sus últimos cinco minutos. A veces menos, es más.

Por último, os informamos de que tuvimos la suerte de entrevistar a tres directores relevantes, así que estad atentos a la página web a lo largo de los próximos días.

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