Un artículo de Belén Urrutia
Ballard, para quien la ciencia ficción era la literatura más auténtica del siglo XX, siguió un camino poco transitado y decidió que simplemente iba a mirar en torno suyo, a ignorar el futuro lejano. De esta forma dio ese salto mortal que consiste en hablar del presente sin moverse del presente pero con el distanciamiento y el sentido de la maravilla del género. Y lo que le llamó la atención a su alrededor fueron las moles (“despeñaderos”) de hormigón y un escenario urbano nada memorable: los no-lugares de las afueras de las ciudades donde sirven de hitos las gasolineras y unos centros comerciales indistinguibles unos de otros, como el que describe en Bienvenido a Metro-Centre, uno de esos no-lugares que están, literalmente, en ningún sitio.
Como cuenta Ned Beauman en su excelente introducción a la novela, Ballard había previsto escribir Rascacielos como el informe de un asistente social sobre los extraños acontecimientos que habían ocurrido en aquel bloque de viviendas, y si bien no fue tan lejos finalmente, mantuvo ese estilo frío y preciso de quien disecciona un caso problemático y que además se adecúa a la perfección para hablar de espacios lacónicos.
Así que, ¿de qué trata Rascacielos? Aquí tenemos otra de las grandes preocupaciones de Ballard. Una clase media culta y acomodada que está a un paso de la barbarie. Decepcionada e insatisfecha, es la ficha que al caer puede arrastrar consigo todo el sistema social. Y el fallo tecnológico acompaña a ese derrumbamiento o incluso puede provocarlo. Un apagón de quince minutos pone en marcha altercados y agresiones en el rascacielos. Poco a poco, todas las comodidades que se dan por supuestas van dejando de funcionar hasta que los pisos, aislados tras barricadas, se convierten en territorios claustrofóbicos, donde desaparecen todas las convenciones. Pero el rascacielos no es meramente el escenario de la novela, o incluso su personaje principal, como “una gigantesca presencia animada” que apela a lo peor de sus habitantes; también es una metáfora de cualquier comunidad cerrada, del poder de la tecnología… Y, en definitiva, es el medio del que se sirve Ballard para explorar de lo que somos capaces las personas, “si en realidad somos esos seres humanos tan civilizados que creemos ser”, como explica él mismo.
Pocos libros te atrapan de una forma tan brutal ya desde el comienzo: «Un tiempo después, sentado en la terraza mientras se comía al perro, el doctor Robert Laing reflexionó sobre los acontecimientos que habían tenido lugar en el interior de aquel enorme edificio de apartamentos a lo largo de los tres meses anteriores».
Rascacielos ha vuelto a las librerías en una excelente nueva traducción de David Tejera Expósito.