Como en tiempos ocurriera con las dispares trilogías de El Señor de los anillos y El Hobbit, la Tierra Media vuelve a casa por Navidad gracias al largometraje animado de La Guerra de los Rohirrim. Para la ocasión, Peter Jackson ejerce de productor junto a New Line Cinema y Warner Bros, dejándole en exclusiva la responsabilidad de dirigir al japonés Kenji Kamiyama, célebre por haber sido el ilustrador que dio vida a los fondos de la legendaria Akira (Katsuhiro Otomo, 1988) o la entrañable Kiki, la aprendiz de bruja (Hayao Miyazaki, 1989).
La película adapta con bastante fidelidad algunos episodios narrados en los Apéndices de El Señor de los Anillos (el mismo corpus literario que sirve de base compositiva para Los Anillos de Poder), específicamente en el apartado titulado La Casa de Eorl. Este epígrafe detalla la historia de los reyes de Rohan y sus gestas más memorables, con una atención especial al reinado de Helm Mano de Hierro. Acaeció durante su gobierno que Freca, un poderoso líder dunlendino, interrumpió una reunión del Consejo Real con la intención de solicitar la mano de la hija de Helm para su hijo, Wulf. Tal propuesta fue recibida como una afrenta, al implicar el velado intento de que el linaje de Freca pudiera usurpar el trono de Meduseld. Tras un tenso intercambio de palabras, Helm, enfurecido, le asestó un golpe mortal a Freca fuera del Salón del Trono. Cuatro años después, Wulf regresó con un vasta legión de dunlendinos, autoproclamándose rey de Rohan. Sin el auxilio de Gondor, los remanentes del ejército rohirrim se vieron obligados a refugiarse en El Sagrario o fortificarse en la imponente Cuernavilla, en un acto desesperado por resistir.

Wulf, hijo de Freca, principal antagonista de la historia.
La mayor aportación de los guionistas ha sido centrar el foco en Héra, la hija de Helm, un personaje que Tolkien apenas mencionó en los Apéndices y al que ni siquiera otorgó un nombre. En el marco de esta ficción, Héra recibe el epíteto de «la indómita», un título que simboliza su carácter insobornable, así como su habilidad para montar a caballo y manejar la espada al nivel de los mejores guerreros. Por lo demás, es ella quien rechaza en última instancia el casamiento con Wulf, desde luego un matiz esencial para la trama, en tanto añade otro agravio al dañado ego del líder dunlendino A lo largo del filme, Héra se pronuncia en contra de los matrimonios concertados, afirmando con rotundidad que «nunca se enlazaría con ningún hombre». Si bien puede cuestionarse la verosimilitud de esta reflexión en una sociedad castrense de inspiración medieval, Héra emerge como una figura poderosa y rebelde, quizá aún más independiente que Éowyn. Mientras esta última, pese a su heroísmo, abrazaba un ideal más tradicionalista del amor romántico, como revelan sus rápidos enamoramientos de Aragorn y Faramir, Héra se posiciona como un espíritu verdaderamente libre, desafiando las convenciones de su tiempo.

Si imaginásemos que el águila es un dragón y Héra una Targaryen la esencia se mantendría intacta.
La construcción del personaje alude a potentes figuras femeninas condenadas al ostracismo histórico (insértese aquí el nombre de Ethelfleda de Wessex), y establece vínculos con arquetipos influyentes de la ficción animada, como San, de La princesa Mononoke (1997). Más allá de sus similitudes en el carácter, ambas comparten un profundo amor hacia los animales, plasmado en su relación íntima con sus monturas y en su habilidad para ganarse la confianza de bestias sagradas. Héra, por ejemplo, logra el favor del rey de las águilas, Thorondor, mientras que San establece un lazo especial con los dioses del bosque, Moro y Okoto. La influencia de la épica de Ghibli no se detiene ahí: figuras como la escudera Olwyn parecieran haber sido concebidas por la propia mano de Miyazaki. En conjunto, el estilo de dibujo combina un trazo detallado y cercano al realismo del anime propio de los años noventa, enriquecido con escenarios de exuberante belleza que compensan la carencia de fluidez al moverse de algunos personajes .
La naturalidad con que el anime ha asimilado las claves de la fantasía medieval europea puede resultar sorprendente a primera vista, pero responde a una sólida tradición de ese subgénero en Japón. Obras como Las crónicas de Lodoss (1990), La heroica leyenda de Arslan (1991) o la sombría Berserk (1997) son exponentes destacados que cimentaron esta conexión cultural. En el caso de La Guerra de los Rohirrim, el trasvase se ha visto favorecido por una cuidada fidelidad al diseño artístico de las películas de Peter Jackson. Desde los impresionantes escenarios como Cuernavilla o Edoras, hasta la representación de razas y criaturas, como los hombres del sur, los monstruosos olifantes o el Guardián del Agua, el filme respeta el imaginario visual que hizo icónica a la Trilogía del Anillo. Tales influencias también se reflejan en los roles de los protagonistas: el pequeño mayordomo del palacio recuerda en físico y temperamento a los hobbits, mientras que Fréaláf Hildeson, sobrino del rey, representa un claro trasunto de Éomer en Las dos torres.

Se puede observar cómo los diseños de arte son idénticos a los de la Trilogía de Peter Jackson.
No podemos pasar por alto los intertextos con una de las ficciones fantásticas más influyentes de los últimos años: Juego de Tronos. En esta línea, el motor de la acción en La Guerra de los Rohirrim gira en torno a una disputa dinástica ambientada en un invierno hostil, con las imponentes murallas del Abismo de Helm evocando constantemente el Muro de la Guardia de la Noche y su iconografía de guerreros ataviados con pieles. Por su parte, Héra debe ganarse la confianza de una majestuosa águila gigante, un desafío que recuerda al vínculo simbiótico de los jinetes de dragones en el mundo de George R. R. Martin. Sin embargo, es el antagonista Wulf quien parece destilar con mayor intensidad el espíritu de Juego de Tronos. Este oscuro reflejo de Jon Nieve, cargado de ecos shakesperianos (con resonancias de Ricardo III y Hamlet), combina su linaje real con el estigma de ser un mestizo entre los dunlendinos y los rohirrim. Su vileza extrema, alimentada por un odio sin límites hacia la Casa de Eorl, lo convierte en un personaje de una visceralidad y desequilibrio emocional poco frecuentes en la narrativa tolkieniana, más conceptual y arquetípica por naturaleza. Quizá debido a esta complejidad tan humana, Wulf se eleva a mis ojos como el personaje más cautivador de la cinta.

La influencia de la serie «Juego de Tronos» es ostensible en «La Guerra de los Rohirrim».
Otro aspecto fascinante de La Guerra de los Rohirrim es el diálogo que establece con los poemas épicos medievales y el folclore que los nutre, especialmente con las tradiciones germánicas primitivas. Estas historias, centradas en los conflictos humanos y tragedias personales (como El Cantar de Hildebrand o Waltharius), solían relegar el componente mágico o fantástico que más tarde adquirirían obras como Beowulf o El Cantar de los Nibelungos. Si nos detenemos a reflexionar, el relato de La Guerra de los Rohirrim podría haber sido concebido como una narrativa puramente historicista, de no ser por el modesto protagonismo otorgado a ciertas criaturas mitológicas. Y si quisiéramos hilar aún más fino, podríamos trazar paralelismos entre Helm y el legendario (aunque no histórico) Cid: guerreros formidables cuya influencia y terror provocado trascendían incluso la muerte, encarnando un poder que solo los grandes héroes épicos pueden suscitar.
La coda podría formularse de la siguiente forma: La Guerra de los Rohirrim se erige como una película notable que consigue sostenerle la mirada con dignidad a la trilogía de Peter Jackson. Ahora bien, entre sus posibles obstáculos, no puedo evitar prever una recepción tibia por parte de ciertos sectores del público, probablemente agotados por las discusiones en torno a narrativas woke que han impregnado el discurso cultural durante más de una década. Ojalá mi predicción sea errada y la obra reciba el reconocimiento que merece. Pero si mi escepticismo resulta acertado, insisto en dejar constancia de que la falla nunca residirá en el mérito de la cinta, sino en las limitaciones ideológicas de aquellos incapaces de disfrutarla en su plenitud.
Mientras tanto:
Salve, Eorlingas.
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6 comments
Es curioso cómo el autor del artículo extrae similitudes con Juego de tronos. Me ha parecido fantástico.
Muchas gracias por tu comentario, Manu.
La película me gustó mucho y me hizo llorar en muchos momentos. No llego a entender ciertas críticas por parte del público. Esta publicación de Antonio Míguez me ha parecido genial, ya que le hace un justo homenaje, no solo a esta película, sino también al género. Además, las comparaciones que hace me parecen muy interesantes y he tomado nota de muchas referencias.
Gracias!
Muchas gracias a ti, Clio, por leernos y por tu comentario.
Cuando leo esto: «Héra, la hija de Helm, un personaje que Tolkien apenas mencionó en los Apéndices y al que ni siquiera otorgó un nombre» temo por que se convierta en un panfleto más sobre las mujeres. Luego leo esto: ««nunca se enlazaría con ningún hombre»»
Y confirmo que todo se va a desbarrancar para ese lado. Me da mucha tristeza.
En realidad lo confirmo con: «la falla nunca residirá en el mérito de la cinta, sino en las limitaciones ideológicas de aquellos incapaces de disfrutarla en su plenitud.»
Desde mi limitada comprensión, creo que las limitaciones ideológicas son las que no pueden salirse del esquema: «Convirtamos todo en un panfleto sobre la opresión de las mujeres» y por tanto aléjemonos de las ideas del autor haciendo que:
No sea un conflicto entre Helm, Freca y Wulf, sino busquemos un personaje femenino que ¡NI SIQUIERA TIENE NOMBRE! para convertirlo en «quien rechaza en última instancia el casamiento con Wulf» y protagonista de la película.
Hagamosla decir cosas fuera de la realidad del mundo de Tolkien: «Si bien puede cuestionarse la verosimilitud de esta reflexión en una sociedad castrense de inspiración medieval» (lo que quiero mostrar aquí es que tu mismo te das cuenta que ese discurso no encastra con la ambientación de Tolkien)
Tampoco tiene un escudero, a este también lo convertimos en femenino y tiene escudera.
También se apartan de lo Tolkiano con el villano: » un personaje de una visceralidad y desequilibrio emocional poco frecuentes en la narrativa tolkieniana, más conceptual y arquetípica por naturaleza.» (me animaría a decir que hacer de los varones portadores de una vileza irracional, emocionalmente desequilibrada y visceral es parte del panfleto feminista, pero capaz estoy exagerando)
Y por ultimo, dices que «se erige como una película notable que consigue sostenerle la mirada con dignidad a la trilogía de Peter Jackson» lo cual me ha llamado la atención, puesto que a quien debería sostenerle la mirada con dignidad es a la obra del autor.
Dejo aquí la opinión del hijo del autor sobre la trilogía de Peter Jackson:
https://www.espinof.com/otros/senor-anillos-que-hijo-tolkien-odio-peliculas-peter-jackson
Agradecido por tu excelente análisis, te saluda desde el sur:
Gerardo De Dominicis
Gerardo, ante todo, gracias por tomarse el tiempo de comentar. Aunque tal vez no compartamos la misma visión sobre este tema, valoro su tono respetuoso y su disposición a dialogar, algo muy valioso en los tiempos que vivimos.
Pese a autores como Terry Pratchett o Ursula K. Le Guin, el género de la Fantasía ha tendido históricamente a ser conservador, en especial si lo comparamos con la Ciencia Ficción. Por eso entiendo que muchos seguidores de estas ficciones puedan mostrarse reacios a cualquier alteración de los originales.
Sin embargo, muchas de estas grandes sagas han trascendido hasta ser verdaderos mitos, y como tales, se van adaptando a las sensibilidades y valores de las sociedades que las reinterpretan.
Esto no es algo nuevo: ocurre desde siempre. ¿Sabía usted, por ejemplo, que Homero concibió a Aquiles como un hombre mortal? Su casi inmortalidad, representada por el celebérrimo talón, fue una adición posterior, fruto de las transformaciones culturales posteriores a la edad arcaica. Este cambio no es más que un reflejo de la evolución social de aquella época, algo que también sucede hoy y sucederá siempre.
En lo personal, prefiero priorizar el deleite del arte sobre cualquier amargura que puedan provocarme ciertas ideas o trasfondos de su contenido. Por ejemplo, adoro la Fantasía y, aun así, disfruto enormemente de El Quijote, que interpreto como un tratado sobre los peligros de consumir en exceso lo fantástico (las novelas de caballerías) o sobre los riesgos de ser un idealista.
Sobre el pensamiento de Christopher Tolkien, lo admiro profundamente como académico y editor. No obstante, me temo que no dominaba el lenguaje cinematográfico ni la compleja alquimia que exige adaptar una obra literaria al cine. Dicho esto, la novela no se puede comparar a nada, pero valoro mucho la reescritura que realizó Peter Jackson y su contribución a popularizar la obra de El Profesor.
Quedo siempre a su disposición, Gerardo.