Bella y Bestia son (y fueron)

by Sergio Mars
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Uno de los cuentos de hadas más conocidos y populares es sin duda el de La bella y la bestia, en el que una joven de excepcional belleza se empareja, normalmente a la fuerza, con un hombre bestial, y tras una serie de vicisitudes, que incluyen invariablemente la separación entre ambos, el amor redime al monstruo, transformándolo a menudo en un príncipe. Otros elementos muy repetidos son la estrecha relación con un padre amoroso (mientras que la madre se encuentra ausente) y la presencia de dos hermanas mayores, que ofrecen el contrapunto experimentado a la inocencia de la bella.

The Beauty and the Beast, Warwick Goble

En realidad, como ocurre con todos los cuentos tradicionales, no existe una única versión, sino que se cuentan casi ciento ochenta variantes, pertenecientes a las tradiciones orales de toda Europa. La forma canónica, sin embargo, tiene una clara procedencia francesa, y no solo eso, sino que le podemos trazar una genealogía bastante precisa desde al menos el Renacimiento, cuando se inició la tradición literaria del cuento de hadas. Antes, sin embargo, convendría tratar los orígenes mitológicos del relato.

BELLEZA Y FEALDAD EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA

Porque, como casi todo en la cultura occidental, la raíz de todo la encontramos en la mitología griega, con el emparejamiento divino entre Hefaistos, el deforme herrero del Olimpo y la mismísima diosa del amor, Afrodita. El arquetipo básico de la Bella y la Bestia, sin embargo, lo protagoniza su hijo, Eros (hijo de Afrodita, al menos, pues en la mayor parte de las tradiciones el padre es Ares, el dios de la guerra). La versión definitiva de la historia es empero de procedencia romana (si bien escrita originalmente en griego), pues corresponde a «La historia de Cúpido y Psique», incluida en la novela satírica La metamorfosis o El asno de oro, de Apuleyo (ca. 170).

Cúpido y Psique, Giuseppe Maria Crespi, 1707

Envidiosa de la belleza de Psique, la tercera hija del rey de Anatolia, Venus ordena a su hijo que la haga enamorarse del hombre más feo que encuentre, mas es él quien cae rendido ante su hermosura, y en vez de obedecer a su madre la rapta y la desposa, amándola bajo la condición de que nunca ha de mostrarse a su vista. Viven así su amor prohibido, hasta que las hermanas de ella plantan en el corazón de la bella la duda sobre la apariencia de su amado y la inducen a contravenir sus órdenes alumbrándolo una noche con una lámpara de aceite, con tan mala suerte que cae sobre su rostro una gota ardiente que lo despierta. Herido por esta falta de confianza, Cúpido abandona a Psique, quien para recuperarlo ha de hacer frente a unas pruebas terribles concebidas por Venus (finalmente, por supuesto, el amor triunfa, y los amantes, ambos ya divinizados, pueden disfrutar libremente de su relación).

DEL BESTIARIO MEDIEVAL A LA BELLEZA RENACENTISTA

A partir de aquí, y durante toda la Edad Media, la narrativa asume principalmente el vehículo del verso, bajo la forma habitual de epopeyas o cantares de gesta, y aunque entre ellos encontramos reminiscencias de la historia, como el romance en prosa Melusina, de Jean d’Arras (de 1394, en el que la bella y la bestia son una misma, el hada homónima, que se transforma en serpiente en sábado, día en que su esposo tiene prohibido verla), no es sino hasta el Renacimiento que se recupera la formas narrativas más típicas de la prosa, y con ello nos llegan las primeras versiones escritas del relato, oriundas, por supuesto, de Italia.

Así, ya en el primer libro con cuentos de hadas, Las noches agradables, de Giovanni Francesco Straparola (1550-1555), encontramos que uno de ellos (quince, de un total de setenta y cinco historias) bien podría ser su primera manifestación «moderna». Se trata de «El rey cerdo», el primer cuento de la segunda noche, en al hijo con apariencia bestial de unos reyes se le conciertan sucesivamente tres matrimonios forzosos con tres hermanas, siendo solo la última (tras la muerte de sus predecesoras) la que es capaz de descubrir al príncipe bajo la piel de cerdo que utiliza como disfraz.

La Bella y la Bestia, Walter Crane, 1875

Esta historia, que ha sido interpretada como una crítica a la costumbre del matrimonio concertado, también constituye una muestra temprana del arquetipo del «amor curativo», que se ha erigido en uno de los tropos más recurridos del género romántico (que lo han perpetuado en multitud de recreaciones de la vieja costumbre del matrimonio mediante rapto y que acabamos encontrando en los lugares más insospechados, como en la exitosa saga de las Cincuenta sombras de Grey). En sus orígenes, enseñaba a las jóvenes e inexpertas esposas que, al fin y al cabo, si ponían un poco de interés por su parte no estaba tan mal que las casaran con novios viejos (y decididamente monstruosos). Otra versión la encontramos algo después en El Pentamerón, de Giambattista Basile (el primer libro exclusivamente de cuentos de hadas), publicado entre 1634 y 1636 en Nápoles, en el que «La raíz dorada» constituye una reescritura de la historia de Cúpido y Psique.

LA BESTIA CONTEMPLADA CON OJOS PRECIOSISTAS

Pero volvamos al «El rey cerdo», que entró en los círculos de les précieuses francesas (mujeres de la alta sociedad parisina que durante el siglo XVII se entretenían en los salones, como el de la marquesa de Rambouillet, con juegos literarios, entre los que destacó la creación de cuentos de hadas) de la mano de Madame d’Aulnoy, que lo reelaboró como «Le prince Marcassin» en Contes nouveaux ou les fées a la mode (1698). En cualquier caso, es posible encontrar elementos característicos de la historia de la Bella y la Bestia en otros cuentos de Madame d’Aulnoy, como «Le mouton» («El carnero») o «Serpentin vert» («La serpiente verde»).

The Beauty and the Beast, Scott Gustafson

Así llegamos por fin a Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, quien publicó en 1740 la versión que podríamos llamar madura de la historia de la Bella y la Bestia (titulada ya por fin «La belle et la bête») en su libro La jeune américaine, et les contes marins. A grandes rasgos, nos encontramos aquí con el relato que todos conocemos, aunque con muchos detalles adicionales que no han pervivido en reelaboraciones posteriores, como toda una serie de antecedentes en el pasado de ambos protagonistas y un componente mágico más acusado, con un trasfondo de intrigas bélicas y amorosas que involucran a reyes y hadas. La simplificación de la historia, y también su popularización, se debe a Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, quien en 1756 publicó como propia una versión abreviada de la novela (con el objetivo de convertirla en una narración edificante para la educación de jovencitas) en su Magasin des enfants, probándose su traducción al inglés un año más tarde extremadamente popular, hasta el punto que todas las versiones posteriores la han tomado como modelo (aunque la última adaptación en imagen real de Disney recupera elementos de Villeneuve para dar mayor entidad a la historia).

The Beauty and the Beast, John Dixon Batten

Para concluir la historia literaria de La Bella y la Bestia, cabría mencionar que los hermanos Grimm, dada la fama de sus reelaboracioens francesas, no lo consideraron un cuento lo bastante germánico, así que obviaron en sus famosísima obra folclórica Cuentos de la infancia y del hogar (1812-1815) las versiones populares alemanas de la historia (aunque sí incluyeron una versión de «El rey cerdo», titulada «Hans mein igel» («Juan-mi-erizo»). Por su parte, el insigne compilador de cuentos de hadas victoriano Andrew Lang sí que le prestó atención, haciendo uso de la versión de Beaumont en su primera antología, The blue fariy book (1889), lo que terminó de consolidarla como la versión canónica (sobre todo en el mundo anglosajón).

UN BESTIA TINERFEÑO PARA UNA BELLA PARISINA

Como curiosidad, cabe apuntar la más que posible inspiración que proporcionó un gentilhombre tinerfeño, Pedro González (Petrus Gonsalvus), a la construcción de la historia de La Bella y la Bestia. Pedro nació en 1537 en Tenerife, poco después de la conquista de las Canarias por Alonso Fernández de Lugo y su incorporación a la corona de Castilla, siendo al parecer descendiente de menceyes (reyes) guanches, con la peculiaridad de padecer de hipertricosis (o síndrome del hombre-lobo). No se conocen los detalles precisos, pero diez años después apareció en la corte de Enrique II de Francia, quien lo acogió como una curiosidad y se propuso, de acuerdo con sus ideales renacentistas, expurgar su lado salvaje, motivo por el cual le proporcionó una cuidadosa educación y le otorgó un título nobiliario.

La bella, la bestia y dos de los niños Gonsalvus

Viviendo rodeado de lujo y privilegios (aunque también exhibido como una curiosidad), en 1573 don Pedro desposó a una bella parisina, de la que solo se conoce su nombre, Catherine, aunque probablemente fuera una dama de compañía de la reina viuda, Catalina de Médicis. De sus seis hijos, cuatro padecieron la misma condición que el padre, así como alguno de sus nietos. A la muerte de Catalina, la familia se trasladó a la corte del duque de Parma, permaneciendo don Pedro en Italia hasta su muerte en 1618 (disfrutando de los mismos privilegios nobiliarios). La familia Gonsalvus constituye la primera muestra registrada de hipertricosis en Europa, y de hecho son sus retratos, encontrados en el castillo de Ambras cerca Innsbruck, los que dan nombre a la dolencia (como síndrome de Ambras).

BELLA Y BESTIA SERÁN

La bella y la bestia

Sea cierto o no que este antecedente histórico fue fuente de inspiración para el cuento de la Bella y la Bestia en alguna de sus múltiples versiones, no cabe duda de que esta historia es una de las más profundamente arraigadas en la tradición folclórica y romántica europea. Bien represente la Bestia la animalidad inherente al ser humano, puesta de manifiesto por medio de la magia, bien constituya todo el asunto una alusión metafórica a la aprensión que podría sentir una doncella hacia el sexo (venga este precedido o no por un emparejamiento forzado) o al carácter redentor del amor, que confiere humanidad a un impulso animal, resulta innegable su poder de fascinación, y aun hoy en día, como he apuntado, es posible percibir su huella en subgéneros tan populares como puedan ser el del romance sobrenatural (aunque la bestia se haya metamorfoseado las más de las veces de hombre lobo en vampiro).

O, en otra palabras, tenemos Bella y Bestia para rato.

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