Reseña: Hypnotic Fiction, de Marcos Bonet

by Rocío Tizón
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Hypnotic FictionTítulo de la obra: Hypnotic Fiction: La hipnosis en la literatura inglesa de ficción del siglo XIX
Autor:
Marcos Bonet
Editorial:
Dilatando Mentes
Año de edición:
2022
Extensión:
268 páginas
Encuadernación:
tapa blanda
PVP:
18.95€ (papel)


Antes de hablar de Hypnotic Fiction, establezcamos un poco qué es la hipnosis. Cuando hablamos de hipnotizadores, a todos se nos viene a la mente la figura de un ser extraño y algo siniestro, con chistera, capa y nariz ganchuda, que porta un péndulo que hace mirar a su víctima y la sume en un estado de cuasi-inconsciencia en la que esta obedece sus órdenes.

Y es que la hipnosis nos ha llegado prácticamente como arquetipo de mago de escenario en cuyo espectáculo uno podía deshacerse de sus inhibiciones y llevar a cabo actos que nunca hubiera hecho en la vida normal. No obstante, llegó a usarse para dormir al paciente antes de una intervención quirúrgica, algo que se abandonó en favor de la anestesia.

Pero, en sus principios, la hipnosis, el mesmerismo y, en general, toda la pseudociencia que acompañaba a estos estudios era bien distinta. Lo de pseudociencia además se dio en países europeos, como en Francia, donde la herencia de la Ilustración hacía desdeñar ese tipo de prácticas. A pesar de ello, las señoras inglesas de bien abrieron sus casas y dejaron entrar en sus lujosos salones a hipnotizadores, espiritistas y demás. Jugar con las amigas y un tablero de ouija e intentar contactar con el Más Allá para hablar con una amiga desaparecida o preguntarle a un tío segundo por qué no les había dejado nada en el testamento eran actividades normales, sobre todo en la época victoriana.

HYPNOTIC FICTION Y EL HIPNOTIZADOR LITERARIO

Marcos Bonet distingue entre tres tipos de hipnotizador: el hipnotizador científico, el hipnotizador villano y el hipnotizador esotérico, sirviéndose de obras de la época.

De hecho eran comportamientos tan comunes que no tardaron en saltar a la ficción popular, reflejando un aspecto más de la sociedad decimonónica. Del mismo modo que Charles Dickens describía las terribles condiciones de los orfanatos o del trabajo infantil, o que otros autores incorporaran a sus libros el puré de guisantes londinense o las farolas de gas, el hipnotismo también fue ganando terreno en la ficción no solo porque era algo relativamente cotidiano, sino porque a veces constituía el motivo sobre el que se sustentaba la historia o el deus ex machina para resolverla.

Hipnotic Fiction nos habla precisamente de eso, del hipnotizador literario. Una disciplina que complementaba los estudios más «serios», como podrían ser los médicos. Uno de los primeros ejemplos es el del Profesor Van Helsing que aparece en las páginas de Drácula para matar al vampiro. Al darse cuenta de que el Conde establece un vínculo psíquico con sus víctimas que le permite dominarlas a distancia, el doctor holandés decide usar dicha técnica en su contra e hipnotizar a Mina Harker, sabiendo de este modo que el Conde, al verse acosado, ha elegido regresar a su castillo de los Cárpatos y esperar a que los milenios le sean más propicios.

Del mismo modo, otros autores de la época como Edgar Allan Poe en su relato La verdad sobre el caso Valdemar recurre al hipnotismo para explicar su vertiente más científica. El señor Valdemar está enfermo, pero accede a ser hipnotizado para poder detener la decadencia de su cuerpo. Así pasa siete meses hasta que su médico le despierta y entonces se convierte en un cadáver medio descompuesto. La muerte ha llegado para reclamar aquello que la hipnosis ha logrado detener.

Marcos Bonet

Por otro lado, otros autores también se aprovecharon de esta moda en auge para demostrar que no toda la hipnosis estaba orientada a sanar a enfermos. Con ella también se podía conseguir un arma muy valiosa para robar, para lograr que la víctima les diera la clave de su caja fuerte, etc. Es decir, para llevar a cabo todo tipo de desmanes y maldades. Es el caso del hipnotizador villano, presente en libros como El parásito, de Arthur Conan Doyle. El padre literario de Sherlock Holmes fue incapaz de sustraerse al encanto del tema y nos presenta en este caso a una hipnotizadora, capaz de poner patas arriba la vida de sus víctimas en beneficio propio. Además, aquí encontramos un arquetipo interesante de la literatura gótica y victoriana, como es el de la mujer fatal. Frente a la virginal heroína en apuros, se opone otro tipo de mujer (que se correspondería con la bruja) y que asustaba a los hombres de la época por su maldad. Dicha maldad no era más que el deseo de vivir como ella quisiera sin entrar en las encorsetadas convenciones sociales de la época. Pero en este caso, para dar otro giro de tuerca, Arthur Conan Doyle la crea capaz de dominar la hipnosis, un arte que para muchos tenía mucho de brujería.

El último arquetipo es el del hipnotizador esotérico, aquel que se vale de las tramoyas y el escenario teatral para llevar a cabo su arte. En este caso, el autor pone ejemplos procedentes de la ficción, sí, pero también los saca del cine, lo que hacen que el ensayo sea más redondo. Aunque no tiene nada de victoriana, la película de Woody Allen La maldición del escorpión de jade ejemplifica muy bien esos espectáculos en los que un par de incautos son hipnotizados para que el público pase un buen rato y ya de paso, para servir a los oscuros propósitos del mago. Porque esa es una cuestión interesante: al recobrar la conciencia, el hipnotizado o víctima no recuerda nada, lo que le hace inocente ante la ley de los delitos cometidos.

En resumen, Hypnotic Fiction es un ensayo muy interesante no solo para ahondar un poco más en la ficción gótica y victoriana del siglo XIX, sino también para aprender sobre un fenómeno que puede resultar grotesco y exótico visto desde fuera, pero que tenía una gran presencia en la vida cotidiana de la gente.

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